¡Primarias ya! |
Escrito por Antonio Sánchez García | @sangarccs |
Jueves, 31 de Marzo de 2011 14:33 |
![]() 1 Las elecciones se ganan hoy. Quien espere a diciembre del 2012 para hacer lo que debiera estar haciendo ahora mismo, está perdido. Y lo que hay que hacer hoy, lo que debemos hacer todos – pues se trata de una cruzada unitaria tras los mismos objetivos, poco importan los matices ideológicos - es, en primer lugar, ejercer la oposición sin melindres, uniendo todas nuestras voluntades para dar testimonio de grandeza y darle plena y absoluta confianza a nuestros electores. Que ya son mayoría. Con lo cual tampoco basta. Pues para imponer nuestro triunfo electoral e impedir sus desconocimiento o la castración del próximo gobierno – como ya se ha hecho con la Alcaldía Metropolitana y la Asamblea – impone la necesidad de ganarse a los millones de electores que por muchísimas razones que todos conocemos continúan seducidos por el canto de la sirena populista y atados al mástil de la miseria, están aterrados por la maldad del caudillo, carecen o no han desarrollado suficientemente el sentido moral como para indignarse por los atropellos, las humillaciones, las violaciones e injusticias y no ven más allá de sus más urgentes y desesperantes necesidades inmediatas. La clásica clientela del pan y circo que domina a las masas desde los tiempos de la República romana y de Nerón, el incendiario. Es lo que no quieren o pretenden no entender quienes siguen sumido en las trapisondas de la politiquería, quisieran las Primarias para julio del 2012, preocupados por la indiferencia de las encuestas, a ver si suena su hora en el último minuto, cuando la desesperación nos haya sumido en el pánico. E incluso aspirando al imposible K.O. en el último segundo del duodécimo round: una designación por consenso. Una nominación postrera como la que se intentó desesperadamente con Salas Römer para frenar a Chávez, después de haber jugado a potenciarlo creyéndolo un minusválido de la política. El resultado está a la vista: el principal promotor del espantajo fue expelido como un escupitajo del escenario político nacional a llorar sus penas en Monagas. Eso era el caudillo: un vulgar capataz del estalinismo partidista. Como en la sarcástica afirmación de Marx parafraseando a Hegel para referirse al 18 Brumario de Luis Bonaparte, con Alfaro Ucero se repitió la historia de Rómulo Betancourt, pero como farsa. Pues en la circunstancia, la otra cara del expediente lo llenó quien tenía y pudo con qué: Rómulo Betancourt. Antes de regresar a Venezuela luego del 23 de enero – que él ni siquiera imaginaba podría ocurrir tan pronto, según consta en carta dirigida a la dirección clandestina de AD en manos de Simón Sáez Mérida, alias José Antonio Corazpe - le juró en Nueva York ante testigos a Rafael Caldera que no ensombrecería el panorama nacional postulándose a la presidencia, pues estaba perfectamente consciente de que al hacerlo complicaría inmensamente la salida hacia la transición. Lo repitió ante una multitud en febrero del 58 y no se cansó de señalarlo a quien quisiera oírlo: no tenía la más mínima ambición de Poder. Sabía, y esa certeza era entonces indiscutible, que por sus ejecutorias golpistas y radicales de Octubre era considerado un ateo por la iglesia, un comunista por los empresarios, un insurrecto por las Fuerzas Armadas. El enemigo público número 1 del establecimiento. 2 Peor aún: ya de regreso en Caracas comprobó que nadie, en su propio partido, pensaba en designarlo candidato para las presidenciales. La juventud lo detestaba. Y le temía. Como le dijera el poeta Muñoz en un célebre encuentro con la dirección juvenil en la que la amenazó con la expulsión por anticipar su respaldo a Pisani, el solo anuncio de su candidatura desataría los demonios de la reacción – entonces vivita y coleando - y su triunfo electoral provocaría un inmediato golpe de Estado. Y en el otro extremo, ni siquiera su propia fracción, “la vieja guardia”, lo consideraba presidenciable. Como lo demuestra la famosa anécdota de la pipa rota ante Dubuc, su correveidile. El criterio se inclinaba entonces por la Unidad, y quienes mejor representaban el espíritu unitario que dominaba entonces eran Rafael Pisani y Wolfgang Larrazábal. ¿Entonces? La obra de ingeniería política desarrollada por Betancourt durante todo ese año crucial lo llevó, primero, a desarmar las aprehensiones de todos sus potenciales enemigos, comenzando por su acuerdo con el Departamento de Estado de frenar al comunismo venezolano, al que marginó del Pacto de Punto Fijo. Siguiendo luego por un tenaz y paciente recorrido por cuarteles, sedes episcopales y grandes empresas. Apaciguando luego a sus aliados, que lo sabían sabio, astuto y perseverante. Para terminar por controlar los desaguisados internos, intrigar y maniobrar a sus aliados y llevarlos a pisar todos sus trapos rojos. Provocó el rompimiento de la unidad, adquirió el derecho a ser candidato, ganó la nominación por un solo voto y resultó electo a la presidencia de la República. Fue la culminación de una de sus más insólitas obras de arte. A la que la democracia le deberá una deuda imposible de saldar. No es extemporáneo ni inútil recordar las inmensas dificultades que acarreó su designación y los riesgos que supuso, como tampoco preguntarse por las eventualidades de otros decursos históricos. Lo cierto es que los inicios de la democracia encontraron feroces obstáculos en los dos extremos de la política nacional, desde el golpismo cuartelero de derecha e izquierda hasta los frustrados intentos guerrilleros del marxismo leninismo y de la juventud de AD, quienes con el concurso de Fidel Castro y tropas cubanas bajo su mando iniciaron el proceso de asalto al Poder que, con altibajos y vaivenes, terminaría por hacerse con el control del Estado venezolano bajo el teniente coronel Hugo Chávez. Sería injusto culpar a nuestro más grande estadista por el torcido curso asumido por la transición. La principal responsabilidad recae en el castrismo y la irresistible seducción provocada por la revolución cubana en quienes hubieran debido constituir las generaciones de recambio de AD, e incluso de COPEI. Muy posiblemente, los mejores cuadros de AD se perdieron para la política nacional cuando optaron por salir del partido y fundar el MIR. Pero sería una irresponsabilidad no analizar ese difícil periodo de nuestra historia con el sentido crítico necesario para mirar, desde esos polvos, estos lodos. 3 Hoy, como entonces, la sociedad democrática apuesta por la unidad y quisiera el candidato que mejor exprese esos, sus anhelos unitarios. Que antes que obedecer a un capricho circunstancial expresa una profunda necesidad histórica. Sólo es posible salir y dejar atrás las taras que nos han traído a estos abismos con el concurso de todos, bajo la bandera de la Patria, no de un partido o de un bloque de partidos. Unidad que sólo podrá vencer los inmensos obstáculos que pondrá en acción el caudillismo autocrático imperante – aliado y blindado por el castrismo totalitario y el respaldo de sectores fanatizados con el comunismo y el integrismo marxista – si es capaz de articular a las inmensas mayorías nacionales. Esa unidad es y debe ser suprapartidista. Debe estar constituida por el más amplio frente electoral que nos sea posible construir. Debe ser capaz de atraer y seducir a los venezolanos de todas las edades. Debe poseer un programa sencillo pero capaz de expresar la esencia de nuestros sueños: enamorar a los venezolanos con la Venezuela del futuro. Construir un nuevo paradigma y desarrollar un nuevo imaginario. No sólo es imposible repetir el pasado. Sería un gigantesco error pretenderlo. Esta vez no debieran ser la marrullería, la astucia, las componendas, las maquinaciones ni las trácalas la vía hacia el Poder de quien, in pectore, se considere la pieza esencial para resolver la crisis. No es el tiempo de los Mesías ni de los caudillos: es el tiempo de los estadistas, de los líderes capaces de entregar y depositarle el Poder a los ciudadanos. De los grandes personajes de la historia brotados incluso de la segunda fila de los elegidos. Es el tiempo de un Churchill, por quien nadie daba un centavo en tiempos de los apaciguadores. Es el tiempo de un Patricio Aylwin, un hombre de una modestia más cercana a la de un generoso y apacible párroco que a la estridencia, la prepotencia y la altanería de los grandes generales. Necesitamos a un hombre capaz de grandeza, con la suficiente humildad como para reconocer sus límites y la suficiente generosidad para como gobernar en equipo. Que ese hombre, Dios lo quiera, no pretenda ingresar en las grandes páginas de la historia. Que acepte el veredicto del pueblo, como el veredicto de Dios. Y sepa hacer mutis cuando su tiempo haya pasado. Basta con que le abra al país las puertas del futuro. Que luego descanse en la santas paz de un merecido retiro. Tal vez ésa sea la más gran lección que nos dejara Rómulo Betancourt: cumplir su papel y dejar que el país siguiera su curso. Por ello: primarias cuanto antes. Si es posible ya mismo. Para disipar las ambiciones, conformar los equipos y salir a triunfar. Venezuela se lo merece. |
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