Política atascada
Escrito por Antonio José Monagas | X: @ajmonagas   
Sábado, 05 de Julio de 2025 00:10

altComprender la política no es fácil. Tampoco es su interpretación.

Más aún, su aplicación o ejercicio. A lo que motivó a representantes del pueblo francés, constituidos en Asamblea Nacional, a redactar la “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadadano”. La misma, deliberada y sancionada en 1789, cuando un buen número de calamidades públicas y problemas de corrupción de gobiernos, dominaban la época. Así, llegaron a establecerse diecisiete preceptos a los fines de mitigar problemas de toda índole. Razón que para entonces habían incitado importantes crisis políticas. 

En principio, aquella Asamblea reconoció y declaró la “libertad” como derecho fundamental. A partir de tal reconocimiento, proclamó importantes derechos que destacaron la importancia de la política como “realización de vida”. Por consiguiente, el artículo segundo determinaba que “la finalidad de cualquier asociación política, es la protección de los derechos naturales e imprescindibles del Hombre, a saber: la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión”.

Además, apegado a las implicaciones que el precepto aludido comprometía, el tercer artículo establecía que “el principio de toda Soberanía reside esencialmente en la Nación”. Tan determinante fue la comprensión del declarado concepto, que se agregó que “ningún cuerpo, ni individuo, pueden ejercer autoridad alguna que emane expresamente de ella” Es decir, del significado de “Soberanía”.

 

Una nueva dinámica política

El desarrollo industrial que envolvía al mundo en una nueva dinámica durante los siglos XVIII, XIX y casi la mitad del XX, y que abarcó distintos ámbitos del crecimiento global, causó serios desvíos políticos, sociales y económicos. Tales fueron sus consecuencias, que la situación indujo a la recién creada organización de naciones, que adoptara el nombre de Organización de Naciones Unidas. Inmediatamente fue convocada una reunión que debatiera problemas fundamentales. Así ocurrió, en diciembre de 1948. 

Del resultado de la misma, se adoptó la figura organizacional de “Asamblea General”. Esta, reunida en París, en atención a los problemas que agobiaban el desarrollo de las naciones por causales políticas, económicas y sociales, se dio tan magna reunión internacional. Ahí estuvo representada Venezuela. Fue el momento para acordar la “Declaración Universal de los Derechos Humanos”. 

La declaratoria exponía como razón, el 

(…) ideal común por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse, a fin de que tanto los individuos como las instituciones, (…) promuevan, mediante la enseñanza y la educación, el respeto a los derechos y libertades, y aseguren, por medidas progresivas de carácter nacional e internacional, su reconocimiento y aplicación universales y efectivos, entre los pueblos de los Estados Miembros y los territorios colocados bajo su jurisdicción.  

  

Otra política

De acá se deduce que no habría razón alguna en  la teoría social que tienda a favorecer cualquier postura o decisión que contradiga la verdadera esencia de la política. Particularmente, cuando de “política”, a decir del imaginario del novelista inglés Graham Greene, la refiere como “el aire mismo que respiramos, igual que la presencia o ausencia de Dios”. Aunque para el combativo y pragmático estadista británico, Winston Churchill, “la política es más peligrosa que la guerra, pues en la guerra sólo se muere una vez”. 

Ante tan contrastadas interpretaciones del concepto de política, hay quienes la descifran como el proceder más oscuro del ser humano. De ahí, la ristra de conceptos que denigran de la esencia y sentido de “política”. Por ejemplo, Christopher Morley, agudo periodista, conspicuo novelista y reconocido poeta norteamericano, expresaba que “en política siempre hay que elegir entre dos males”. Especialmente, cuando en el fragor de la política emerge la figura del poder como expresión de fuerza. 

 

Nuevos actores, nuevos conceptos

Es el caso que estropea la concepción de Hannah Arendt cuando afirmó que “la política se refiere a la comunidad y a la posibilidad de ser diferentes”. Y precisamente, en el centro de ese acto, reposa la “pluralidad humana” toda vez que, en la participación del individuo, estriba el espacio político en cuyo terreno se desarrollan las relaciones mutuas que beneficia al hombre en su afán por demostrar sus capacidades sin que ello impida exaltar su ideología. Es ahí donde adquiere sentido y razón la libertad.

Cabe acá traer a colación la palabra de Julia Alcibíades cuando, apostando a la certeza del ideario de Sócrates, refiere su principio argumentativo que señala: “el ejercicio de un concepto, no puede dar cabida a su contradicción’. Sin embargo, en la actualidad caracterizada por el presente siglo XXI, infinitos eventos siguen contrariando la política como la entendió el florentino Nicolás Maquiavelo. Fundamentalmente, al concebirla “como la ciencia práctica que sabe interpretar los intereses humanos, la ambición y la avaricia que chocan en la lucha que caracteriza el campo político” (En: Sobre la opacidad en la política, Aut. Cit.)

Considerar el desconocimiento y menosprecio que en el plano de los derechos humanos y libertades políticas movilizan desencuentros entre individuos, que en su esencia son un producto humano o el resultado de la naturaleza humana, situación esta debatida en París en 1948, da cuenta de serios actos de barbarie. Muchos de los cuales, se han considerado como eventos sustentados por criterios (fútiles) de legitimidad y legalidad. Además, protegidos por regímenes de Derecho apelando a la represión como verdadera instancia de alzada. 

 

Se oscurece el paisaje

No obstante, lejos de las aberraciones que configuran tan horrendos paisajes políticos y sociales, hoy todavía sus protagonistas presumen del poder convertido en abuso de fuerzas, para imponer la ley a su conveniencia. De esa manera, quienes así actúan pretenden hacer del poder, la fuerza necesaria mediante la cual hacen posible el enquistamiento de sus intereses. 

Es la expresión de la relación fuerza-poder cuyas tácticas tienden a manipularse a fin de evitar el desequilibrio que provoca la natural rebelión contra la tiranía y la opresión por parte de actores que lógicamente buscan validar y permitirse el ejercicio de sus derechos y libertades. En consecuencia, tras tales determinaciones, el ser humano lucha por liberarse del temor y la miseria que la verticalidad de ciertas ideologías plantea entre sus oscuros propósitos. 

He ahí, la necesidad de que la estructura de valores morales y políticos, conduzca a disfrutar de las libertades en todas sus manifestaciones, valencias y magnitudes. Pero siempre, al margen de focos de crisis de cualquier envergadura y especie. De lo contrario, es vivir constreñido bajo la opacidad de situaciones regidas por ambientes y en medio de mediocres realidades configuradas por elementos que sólo responden bajo condiciones incitadas por una política atascada.


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