El complot aéreo contra Juan Vicente Gómez: terrorismo antes del terrorismo |
Escrito por Luis Perozo Padua | X: @LuisPerozoPadua |
Sábado, 12 de Abril de 2025 10:18 |
(Rivero Blanco Editores, Caracas, 2021), revela el plan de un grupo de jóvenes comunistas venezolanos que, en 1931, intentaron perpetrar el primer atentado terrorista aéreo del mundo Caracas, 1931. En los pasillos sombríos de la Universidad Central y los cafés discretos del centro de la capital, corre un rumor que hiela la sangre. Un grupo de estudiantes, con simpatías comunistas y formación clandestina, estaría planeando nada menos que el asesinato del presidente Juan Vicente Gómez. Pero esta vez no se trata de una emboscada ni de un atentado con arma blanca: se trata de bombardear su residencia desde el cielo. El vehículo del crimen sería un avión Latécoere 28, perteneciente a la Compagnie Aéropostale Francesa, utilizado para vuelos regulares entre Maracaibo y Maracay. El objetivo: lanzar explosivos sobre la casa presidencial. El plan, de haberse concretado, habría convertido a Venezuela en la pionera mundial del terrorismo aéreo… dos años antes del ataque al Boeing 247 de United Airlines en Estados Unidos. Un ataque sin precedentes La historia permaneció oculta por casi un siglo, hasta que los historiadores venezolanos Alfredo Schael y Fabián Capecchi, en su monumental obra Sobrevuelo 1785-2021, reveló el operativo con detalles inéditos. El hallazgo figura en el Tomo II, editado por Rivero Blanco Editores en Caracas, año 2021. El plan no fue un mero delirio juvenil. Fue una operación pensada y articulada por una facción marxista del Partido Comunista de Venezuela (PCV), que veía en el dictador Juan Vicente Gómez al principal obstáculo para la modernización del país y el avance de los movimientos de masas. El plan, paso a paso Schael y Capecchi reconstruyen los hechos a partir de múltiples fuentes documentales, entre ellas el testimonio del dirigente político y académico Juan Bautista Fuenmayor, quien dejó evidencia del intento fallido en su libro 1928-1948: Veinte años de política (Editorial Mediterráneo, 1968). Allí describe con precisión quirúrgica cómo sería el atentado: “Quince estudiantes audaces debían ocupar, como pasajeros, el avión que hacía el vuelo de Maracaibo a Maracay. En las maletas, las bombas que habrían de ser arrojadas sobre la casa de Gómez. Entre los ocupantes habría un piloto y un radiotelegrafista, para sustituir, una vez en vuelo, al piloto y al radiotelegrafista del avión. Consumado el propósito, tomarían rumbo a Curazao o a otro lugar cercano, para esperar los resultados del bombardeo. La fabricación de las bombas se llevó buena parte del tiempo y consumió gran parte de los recursos…”, apunta Fuenmayor. Un laboratorio clandestino El cuartel general de la conspiración estaba ubicado en una vivienda entre las esquinas caraqueñas de San Pedro y Albañales, en la parroquia San Juan. En esa modesta residencia funcionaba un laboratorio secreto, donde un joven químico —militante del grupo— se encargó de fabricar el material explosivo. Allí, utilizando algodón pólvora, fulminantes de mercurio y niples metálicos, construyeron una docena de bombas rudimentarias, dotadas de espoletas. Sin embargo, una prueba realizada en las afueras de Caracas, en una zona rural cercana a Turmerito, reveló un fallo clave: los artefactos no contaban con un sistema de estabilización que garantizara que cayeran con la espoleta hacia abajo. Dilema moral y fracaso Además de los inconvenientes técnicos, surgió una fractura interna de orden ideológico. El grupo se debatía entre la eficacia de un acto violento y la legitimidad de un acto terrorista desligado de las masas. Incluso, uno de los estudiantes viajó a Maracaibo para tomar el avión de regreso a Maracay a fin de observar la ruta, y las maniobras del piloto, así como las comunicaciones con tierra. En Sobrevuelo 1785-2021, los historiadores citados, recogen esta tensión fundamental en el seno del movimiento, y destacan cómo algunos miembros terminaron por rechazar el atentado al considerar que el terrorismo, sin respaldo del pueblo, estaba condenado al fracaso. Por su parte, el académico Fuenmayor lo resume con precisión: el plan fue desechado “fundamentalmente porque, del reiterado cruce de ideas entre los autores, tomó cuerpo el criterio de algunos de que el terrorismo, es decir, toda acción desligada del movimiento de masas estaba condenado al fracaso”. Silencio cómplice El plan fue abandonado, pero nunca descubierto. No hubo detenciones, ni procesos judiciales, ni titulares. Los conspiradores optaron por el silencio absoluto, tal vez para evitar exponer sus propias vulnerabilidades ideológicas. Ninguno de los partidos políticos posteriores, muchos de los cuales se formaron con antiguos simpatizantes del PCV, hicieron mención del hecho. El desconocimiento absoluto de este plan, solo confesado en unas memorias en 1968 creó la falsa imagen de que Venezuela era un país ajeno a los métodos violentos del extremismo ideológico. Cuando el cielo era ya un arma El atentado frustrado de 1931 representa un capítulo asombroso y poco conocido de la historia venezolana. Si se hubiese ejecutado, habría sido el primer acto de terrorismo aéreo del mundo, adelantándose al caso estadounidense de 1933 por al menos dos años. Y lo más sorprendente: ideado no por potencias beligerantes ni células fanáticas, sino por estudiantes criollos con convicción ideológica y conocimientos técnicos precarios. Schael y Capecchi no solo rescatan el dato, sino que lo contextualizan en el marco de una reflexión urgente sobre el uso de la tecnología como herramienta política, y sobre la delgada línea que separa la acción revolucionaria de la violencia extrema.
Fuente de imágenes: Foto 1: Un Latécoere 28 de la Compagnie Aeropostale Francesa en el campo de aviación de Maracay – c. 1930-CorreodeLara Foto 2: Juan Vicente Gómez, de visita a los hangares de Maracay (1928). Luis Felipe Toro ©ArchivoFotografíaUrbana |
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