El señor Catalá
Escrito por Fernando Luis Egaña   
Jueves, 22 de Diciembre de 2011 08:13

altEl recuento de los logros y ejecutorias de José Agustín Catalá, como editor, luchador político y servidor público, no es el propósito de estas líneas. Prefiero recordar algunos de los rasgos tan característicos de ese irreductible venezolano que, a la vuelta de sus 96 años, no cesaba de concebir emprendimientos, comprometer nuevas tareas, y seguir luchando por esa Venezuela democrática a la que dedicó su larga vida y su prolija obra.

Se podía trabajar tanto como él pero no más. A las siete de la mañana, ya tenía adelantada parte de la jornada diaria. Siempre contaba con tiempo, incluso para los imprevistos más extraordinarios. No sabía decir que no al momento de prestar ayuda, aun si esta le supusiera un oneroso esfuerzo. Los años pasaban pero su voluntad de trabajo, si acaso, se acrecentaba.

Y esa constancia venía del hombre que se había hecho a sí mismo, y al que tantas personas le debían tanto.

Una tenacidad que también nacía del optimismo por la vida. Las idas y venidas de la suya no le habían menguado el entusiasmo, y los malos tiempos sólo conseguían arreciar la esperanza por los buenos.

Generalmente afable, también podía salírsele el genio de la impaciencia, y con él un trato distinto y fuerte que pronto desaparecería.

A pesar de su portentosa memoria, no era un hombre de facturas guardadas, pero tampoco se quedaba callado cuando una vieja amistad le jugaba una falsa pasada.

Su amplitud para la amistad personal, política y editorial fue proverbial.

Lograba ser mano derecha de un gobernante y mano izquierda de sus adversarios. Y no por duplicidad o por oportunismo, sino por una valoración del aprecio humano que trascendía cualquier preferencia ideológica o compromiso gubernativo. Quien no aceptara ese dato central de su personalidad, no merecía la amistad que solía ofrecer. Era amigo en las buenas y en las malas, y quizá más en las segundas que en las primeras.

Y cómo no recordar esa potente curiosidad que lo había hecho un hombre culto, sin ser ni pretender de académico. Su conocimiento de la historia política venezolana era enciclopédico. De la grande y la pequeña. Sabía mucho más de literatura que lo que se permitía reconocer, y sus tertulias con políticos y escritores llegaron a ser un solaz de diálogo venezolano y una fuente de innumerables ideas para libros y colecciones editoriales.

Su fama de valiente era más que merecida, y esa fuerza ante todo tipo de adversidad lo mantuvo de pie hasta el final, sin que se menoscabara su alegría de vivir y su recia fe en Venezuela. Por ello, la mejor manera de pagar la deuda que el país tiene con José Agustín Catalá es demostrando la justicia de sus convicciones.


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