Sobre la superficialidad
Escrito por Daniel Morales Romero   
Viernes, 17 de Septiembre de 2010 04:26

altConcluir no es fácil. Esa acción requiere un esfuerzo intelectual que sólo se puede lograr cuando se asimila con profundidad y totalidad la cuestión que se estudia. Como una conclusión tiene que ver con el final de una cosa, en ausencia del esfuerzo intelectual necesario, se corre el peligro de quedarse con una falsa conclusión, que es incapaz de ayudar al sujeto a distinguir una verdad de otras. Se puede llegar, como decía Chesterton, a la maldición periodística de conocer el XYZ sin saber el ABC; o pero aún, de creer que se conoce el XYZ ignorando además el ABC.

La formación intelectual tiene un enemigo que es difícil de reconocer. Es más, está tan integrado a las generaciones modernas que muy pocos reconocen el peligro que entraña: es el peligro de la superficialidad. Ese barniz de conocimiento que lleva a las personas a creer que son sabios y que su experiencia es la mejor guía del conocimiento y de la verdad.

Se parecen a las personas que, cuando van de viaje al exterior dicen: estuve en París, Madrid, Roma y Milán. Y cuando se le pregunta ¿y qué conociste?, te vuelven a responder estuve en París, Madrid, Roma y Milán. Muy bien. Estuvieron en esas ciudades, pero ni siquiera saben donde estuvieron. Basta verlos hacer comentarios sociológicos de esas culturas para darse cuenta de que son unos ignorantes y unos superficiales. En algunas circunstancias más les valdría quedarse callados.

Sin embargo, parte del problema es que los interlocutores también padecen la superficialidad, con lo que algunos van ganando fama de eruditos cuando en realidad son unos ignorantes. Una persona alcanza erudición cuando conoce con la debida profundidad algún aspecto de la realidad. Por ejemplo, pasar por Roma, y ser un erudito de la Ciudad Eterna, es caminar por el Trastevere, apreciar las ruinas del Foro, comer en las tratorias del centro de la ciudad, visitar los museos, contemplar la columna de Trajano, interactuar con la gente, etc.

En sí mismo, no tiene nada de malo ni de reprobable la superficialidad en este aspecto de la vida: conocer ciudades. Pero pactar con la superficialidad en otros aspectos de la vida personal y social entraña peligros que pueden ser causa de males.

En las clases de Orientación y Desarrollo Personal (ODP) les he insistido a los alumnos sobre el peligro de la superficialidad en la vida universitaria –y en otras dimensiones–, donde se reflexiona sobre la ética de la vida intelectual, de la vida universitaria.

En parte, la finalidad de la ODP es sensibilizar acerca del peligro de la superficialidad y de algunas consideraciones para combatirla. Una de las acepciones de la palabra conclusión es “resolución que se ha tomado sobre una materia”, y para poder concluir hace falta un esfuerzo intelectual que sólo podremos hacer trascender si luchamos contra la superficialidad.

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