Lombrosianos y política |
Escrito por Omar Estacio |
Miércoles, 04 de Agosto de 2010 08:01 |
![]() La autopsia del cadáver de Giuseppe Villela, marcó tales estudios. Villela, incorregible, contumaz y violento había logrado el bien ganado título de enemigo público. Al diseccionarlo, el médico y criminólogo veronés, creyó descubrir cierto común denominador en todos los sujetos de tal calaña. Depresión en el occipital medio, prognatismo, arcos superciliares salientes, largos y desproporcionados brazos en relación con las demás partes del cuerpo. En fin, según él, la clave radicaba en ciertas fisionomías afines con las de los primates o simios. Las equivocaciones de César Lombroso, hicieron tambalear y con creces sus aciertos científicos. El hombre, el ser humano, debe ser el eje de cualquier análisis del crimen. He allí su gran acierto metodológico. Las antropometrías, no tienen ninguna incidencia en la conducta hamponil. Afirmarlo, conduce a senderos falsos y peligrosos, el racismo, el peor de todos. He aquí su colosal disparate. La criminología contemporánea, con el apoyo de las ciencias que la auxilian, ha detectado en ciertos sujetos predisposiciones que los conducen al crimen. Algo muy diferente al determinismo lombrosiano, pues este último no partía de premisas como el metabolismo de los neurotransmisores, de ciertas anomalías o lesiones cerebrales o nerviosas, sino de características externas. Para el efecto que nos ocupa en el presente artículo, traigamos a colación a lo que en la taxonomía respectiva se conoce como sociópata o individuo con trastorno antisocial de personalidad, TAS. Un TAS, carece de remordimientos lo mismo que de lazos afectivos. Con tal de lograr sus fines, un TAS es capaz de infringir preceptos legales, éticos, morales, de etiqueta, de urbanidad y hasta las normas de condominio. Un TAS es ególatra patológico y por lo mismo temeroso de su muerte. Además, mentiroso. Los lectores se servirán no confundir los mentirosos con los mitómanos. Cuando se lo propone, un TAS es “encantador” y su carencia de escrúpulos suele ser proporcional a su buena memoria. “La fuerza del loco”, denomina la sabiduría popular esta última cualidad. La locura es tragedia propia, que produce la carcajada ajena. Salvo que ponga en peligro una colectividad, sea ésta los pasajeros de una furgoneta o los ciudadanos de un país. J. R. Davison, K. M. Connor y Michael Swart, de la Universidad de Duke, Carolina del Norte, Estados Unidos, publicaron un trabajo sobre los trastornos de conducta de los presidentes norteamericanos, desde 1776 hasta 1974. El 49% resultó con "desórdenes psiquiátricos", incluidos 24% depresivos, 8% con ansiedad, 8% bipolares y 8% alcohólicos, con el agravante que el ejercicio del Poder exacerbaba sus padecimientos. A partir de la II Guerra Mundial, las cancillerías más o menos serias del mundo, adoptaron la costumbre de contratar criminólogos y psiquiatras para analizar a presidentes extranjeros. Un coletazo de las evidentes patologías psiquiátricas de individuos como Hitler, Mussolini y Stalin. Los venezolanos de mi tiempo nos divertíamos caricaturizando las llamadas “cadenas” que condenaban a maldiciones o a sonrisas de la fortuna, según uno se adhiriera o no se adhiriera a semejantes culebrones. Valdría la pena parafrasearlas, ahora. Dos jefes de Estado, argentinos, marido y mujer, gorreros para más señas, que contrataron su loquero, colocaron sus bonos chatarra y hasta vendieron alimentos podridos. Otro, brasilero, con su criminólogo debajo de o sobaquinho obtuvo suculentos contratos de obras públicas, mientras que un tercero, aplicando las enseñanzas de Lombroso cambalachó los servicios de supuestos médicos por barriles de petróleo. Y ustedes, señores de la MUD, ¿qué están esperando para asesorarse con su “malandrólogo” y librarnos de esta madre de maldición gitana? |
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