Ética como naufragio
Escrito por José J. Quintero Delgado   
Domingo, 15 de Junio de 2025 08:37

altLa ética es un tema de moda. Estamos en presencia de una demanda cada vez más mayor de prácticas que den cuenta de lo que ella encarna.

No sólo universidades sino academias de todo tipo, liceos y hasta escuelas han incluido, alrededor del mundo, programas y cursos de ética. Gobiernos, trasnacionales y ONG sucumben también a la necesidad de revisar detenidamente todo aquello que pueda formar y pulir a la sociedad sobre este asunto que parece tener una prioridad crítica en nuestro presente. ¿Qué pasa? ¿Es que acaso la humanidad naufraga en una carencia moral?¿Significa esto que los cambios que nos toca presenciar son el signo de una decadencia que pone en peligro la esencia de lo que somos? La destrucción, el desorden, la inseguridad, la relatividad que se apodera de ciertos valores antes consagrados, todo lo que sacude y estremece diariamente a nuestras pusilánimes conciencias en titulares e informativos, parecen ser la huella de una marea, de un tsunami en el que ahogarnos es cosa sencilla.

José Antonio Marina indica en su obra “Ética para náufragos”, que:

“… guiar nuestras vidas, es una de las principales tareas éticas. El hombre, que es un ser de empeños y claudicaciones, renuncia con facilidad a su condición de autor para convertirse en robot, plagiario o marioneta… Las rutinas nos aguardan siempre, ofreciéndonos un seno maternal, cálido y adormecedor, donde adoptar una postura fetal y descansar. Podemos abandonarnos a esos automatismos regresivos y luego quejarnos de su monotonía… el náufrago, como el creador, necesita mantenerse a flote por sus propias fuerzas, uno en el estilo y el otro en la vida. En este sentido todos somos náufragos.”

Esta cita es clave para entender la actitud que nos permita asumir nuestro tiempo, debemos tomar posición, concedernos el rol de náufragos si aspiramos encontrar un sentido coherente y apropiado de lo que en suerte nos toca presenciar. La ética viene a ser un instrumento racional idóneo para que nos sumerjamos en las aguas difíciles de este naufragio, tal vez nos permita percibir los registros individuales y socioculturales que guíen con algún acierto los intentos que la vida misma nos reclama. He aquí el motivo de presentar en nuestro dossier un primer panorama ético que recoja la historia de la ética en occidente, esbozaremos lo más sobresaliente realizado desde la antigüedad hasta llegar a uno de los bastiones fundamentales del pensamiento ético, la ética kantiana. 
Una aclaratoria previa:

En el uso diario ética y moral son términos sinónimos, significan prácticamente lo mismo. En nuestras apreciaciones y juicios “de la calle” forjamos enunciados en donde es indistinto el uso de cualquiera de los términos. Sin embargo, como nos proponemos hacer una visión de conjunto del pensamiento ético occidental, es importante primero deslindar lingüísticamente los significados de ambos vocablos de manera más precisa.

La Ética constituye fundamentalmente la reflexión sobre el hecho moral, es decir, sobre la Moral. Por su parte la Moral, o las morales en su enorme variedad, constituye el conjunto de normas, hábitos , costumbres, etc., que son la médula sobre la que se desarrolla la sociedad y la cultura de los diferentes colectivos humanos que habitan el planeta. Efectivamente, no se puede imaginar una sociedad sin reglas de conducta a las que se deban ceñir sus miembros; estas reglas, costumbres, normas, hábitos, tradiciones, etc., son el propósito sobre el que se enfoca la Filosofía Moral, o más conocidamente, la Ética. Los “sistemas o doctrinas morales” se ofrecen como orientación directa a la vida de las personas mientras que las teorías éticas pretenden dar cuenta del fenómeno de la moralidad, analizándolo, interpretándolo y cuestionándose las razones por las que las diversas concepciones morales encauzan nuestras vidas.


Los griegos: Sócrates y Platón

Mientras Sócrates  busca la excelencia propia del ser humano y  de qué modo tenemos que conducir nuestras existencias, Platón propone una ética basada en su teoría del mundo de las Ideas, como un antídoto contra las apariencias de lo cotidiano

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No hay duda de que lo que conocemos hoy como Ética nace con los pensadores de la antigua Grecia, son ellos, los griegos los que llamaran ética a la elaboración teórica que se dirige a la conceptuación de la moral. La busca del concepto de ética en la meditación griega responde a dos intentos fundamentales: la disociación del concepto de política y la identificación de la ética con la phronesis (sabiduría, contemplación, intuición de los valores éticos) con la virtud y con el placer.  En Grecia, la reflexión autónoma acerca del comportamiento moral del hombre tiene una rica historia de nombres, visiones y aportes, sin embargo son las contribuciones de Sócrates, Platón y Aristóteles las de mayor relevancia.

El caso de Sócrates (469-399 a.c.) es particular porque no dejó testimonios escritos, su doctrina es transmitida por  Jenofonte y Platón. Él se caracteriza por establecer criterios racionales para tratar de separar la verdadera virtud de la mera apariencia de virtud. En este sentido se opone frontalmente a los Sofistas quienes se tenían a sí mismos como maestros de la virtud, trataban de imponer y demostrar su excelencia en la gestión de los asuntos que aquejaban a la vida pública, se jactaban de saber cómo educar “buenos ciudadanos” pero, a la vez, negaban la posibilidad de alcanzar criterios seguros para saber en qué consiste la buena ciudadanía. 

Por el contrario Sócrates se impone un conocimiento del hombre que desecha el relativismo y el subjetivismo sofista, su conocimiento del ser humano es universal, moral y práctico, pues le preocupa la cuestión de cuál es la excelencia propia del ser humano y  de qué modo tenemos que conducir nuestras existencias, su búsqueda continua de la verdad se hace a través del diálogo y la reflexión, su actitud crítica solo se inclina ante el mejor argumento.

En la vida y en la obra  de Platón (427-347 a. C.) pesa de manera decisiva el ejemplo de Sócrates y la corrupción que en su momento atacaba a la sociedad griega, es por eso que en sus Diálogos elabora un sucesivas reflexiones éticas y políticas para tratar de paliar ese mal. Platón  basa su ética en su famosa teoría de las Ideas, dicha teoría establece que el mundo en que vivimos, lo que nos rodea, la vida misma, son solamente simples apariencias, por lo tanto nuestra existencia y la realidad del mundo está minada por la imperfección, la incertidumbre y lo relativo. Frente a este humano mundo imperfecto Platón opone el mundo de las Ideas, las cuales son entidades eternas e incorruptibles, que guían y sirven de modelo a la penuria de nuestro mundo sensible, estas Ideas están más allá del mundo real, de nuestro mundo, son una especie de emanación divina de ámbito cósmico que en el Topos Uranos o región celeste. En otras palabras, lo que conocemos por existencia no es más que una sombra de la grandeza que deviene de las ideas. Así lo expone varias veces pero con mayor claridad en el libro séptimo de La República en la ya famosa “fabula de la caverna”. 

La ética platónica se apoya en esta teoría que le da una naturaleza moral permanente, invariable y sobrehumana. Así uno de los principios fundamentales de su pensamiento ético es la noción de “Bien absoluto”, esta Idea da pie a toda posibilidad de crecimiento, a toda superación, abre la dimensión de avance hacia otra realidad que supera la pobreza del devenir humano siempre y cuando se ejerzan la virtudes modélicas de Justicia, Prudencia, Valor y Moderación que otorgan una experiencia capaz de acercarse a la conciencia del Bien. Platón es el primero que plantea claramente que la ética puede ser una reflexión sobre nuestros comportamientos, sobre la naturaleza humana, con el fin de resolver problemas esenciales que nos aquejan como tener el control de nuestros actos y no entregarse al instinto o a la animalidad, como entender las ventajas de alinear nuestros interese individuales en un proyecto común que beneficie lo social, o como entender la necesidad de alcanzar la felicidad a partir de actuaciones que se hayan sometido a los modelos reflexivos que impone la idea del Bien.

Los griegos: Aristóteles

Aristóteles considera a la ética como una de las ciencias prácticas, “aquellas que están relacionadas con la acción, como la Política y la Economía” y su fin último es garantizar una vida buena, una vida feliz

En Estagira, Macedonia en el año 384 a. C. nace Aristóteles, el filósofo griego de la antigüedad con mayor influencia en todos los campos de la filosofía. Fue discípulo de Platón por muchos años pero difiere de éste en lo referente a la teoría de las ideas, para Aristóteles las ideas que constituyen el ser no pueden estar en un lugar “celeste” sino en las cosas mismas. 

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Su contribución en el terreno de la ética no puede ser más importante, es él quien por primera vez se dedica a elaborar tratados sobre Ética de forma sistemática, su obra medular es la Ética a Nicómaco que aún hoy en día tiene un peso enorme en el tema de la filosofía moral. Para Aristóteles, la Ética es una de las ciencias prácticas, es decir, aquellas que están relacionadas con la acción, como la Política y la Economía. Al contrario de lo que pudiera ahora pensarse, Aristóteles no separa la política de la moral, Política y Ética están de alguna forma superpuestas confundiéndose los objetos que ambas buscan ya que la Ética trata de las virtudes, de los medios para adquirirlas, las cuales son condiciones necesarias para obtener la felicidad, y la Política a su vez tiene como objetivo buscar la felicidad dentro de la sociedad. Es esta la felicidad, la vida buena, la vida feliz (eudaimonía), el fin último de todas las  actividades humanas. El bien supremo es la Felicidad.

Pero, ¿en qué consiste la verdadera felicidad? Para Aristóteles la felicidad es, en primer lugar, un bien perfecto, algo que se persiga por sí mismo y no como medio para otra cosa, por eso ni riquezas ni títulos pueden ser la felicidad verdadera; en segundo lugar, no debe ser pasajera, es decir aquel que posea la felicidad debe sentirse colmado y no desear nada más, aunque esto no quiera decir que no disfrute de otros bienes diversos, por último, esta felicidad o bien supremo consistirá en una actividad particular ejercida continuamente y que su práctica sea realizada de tal forma que trasluzca la excelencia. Aquí Aristóteles ata a su concepto de felicidad nuestra necesidad social, que nos impone una tarea, una misión que debemos cumplir como un deber moral dentro de nuestra comunidad y eso requiere del ejercicio de ciertas virtudes sociales. Pero ¿habrá una función propia del ser humano? La conclusión del filósofo es que la felicidad más perfecta reside en el ejercicio de la inteligencia teórica, en la contemplación y comprensión de los conocimientos, en otras palabras, en saber y entender la explicación de algún hecho o fenómeno que nos haya intrigado permanentemente y que su comprensión nos maraville y nos llene de gozo.  Sin embargo ese no es el único camino, también por el ejercicio del entendimiento práctico se llega a la felicidad, con ello se refiere al hecho de dominar las pasiones y conseguir encajar cordialmente con el mundo social y natural en que nos desenvolvemos. La Prudencia, el justo medio, el equilibrio entre el exceso y el defecto, es la virtud ética que Aristóteles propone para alcanzar esta sabiduría práctica.

La filosofía moral de Aristóteles, su Ética que tiende a la felicidad, a la buena vida, es una de las dos grandes corrientes del pensamiento ético en las cuales aún se debate, generando corrientes y adeptos que se suman o se contraponen a sus planteamientos. De ahí su enorme importancia.


San Agustín y Kant

San Agustín es el emblema del pensamiento ético medieval, trasladando la clave de la felicidad al amor por el Creador; Kant, por su parte, inaugura la modernidad dotando al hombre de libertad y la búsqueda del bien social

San Agustín: El medioevo

Lo que conocemos como la ética medieval deriva de la difusión del cristianismo en Europa a finales del Imperio Romano y comienzos de la Edad Media. El mayor de estos aportes al pensamiento moral lo hace San Agustín (354-430), quien  no crea una obra específica que dedique a la ética pero en el conjunto recoge aspectos que aportan una mirada particular sobre el tema. Su pensamiento está inspirado en la filosofía platónica, y, al respecto sigue la tendencia de los grandes filósofos griegos que plantean el pensamiento moral en función de lograr la felicidad, pero  a partir de este punto diverge Agustín; para él los griegos yerran al plantear qué es la felicidad pues ésta sólo puede encontrarse en el amor que, proveniente de Jesucristo, podamos brindar al Dios-Padre. Así la felicidad no se basa en el conocer sino, de forma muy distinta, en el amar, en el gozo pleno que nos relaciona con el creador. Moral que da un único camino a la felicidad, el de la búsqueda y comunión con la divinidad, pero que es un camino por el que puede transitar cualquier ser humano y no sólo los más capacitados intelectualmente.

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Kant: Ética moderna

Con la irrupción del Renacimiento y las transformaciones que acompañan a los siglos XVI y XVII se produce una honda crisis de la cultura y por ende de la filosofía de ese momento. La revolución de pensamiento científico, los cambios de rol que sufre la iglesia al dejar de ser el poder preeminente en la sociedad, el nacimiento de los estados modernos, la irrupción de nuevas clases sociales como comerciantes, banqueros e industriales que conforman la burguesía sustentados en el poder económico, hacen prioritaria la necesidad de elaborar un pensamiento distinto que responda a esos nuevos ámbitos de la vida.

Immanuel Kant (1724-1804) crea una obra monumental en el campo de la ética. Él separa en su reflexión filosófica los ámbitos que Aristóteles había distinguido siglos atrás: el teórico y el práctico. A ambos aplica una poderosa reflexión que intenta disciplinar, librando de emociones y supersticiones, al pensamiento filosófico. A este último, el ámbito práctico, corresponde la ética. Kant lo entiende en función de la libertad, es decir, como lo que puede ocurrir cuando entra en juego la voluntad libre de los seres humanos. El filósofo alemán cavila en el hecho cierto de que todos los humanos tenemos conciencia de algunos mandatos percibidos de manera incondicionada, más claramente, a nadie se le escapa el hecho de que existen un conjunto de reglas que aunque no tengamos ganas de cumplir, siempre aparecen ante nuestra experiencia como un deber, no deberes cualquiera, deberes irremplazables e irrenunciables, o como los llamó Kant, imperativos categóricos. 
La idea del Deber es el gran aporte que da Kant a la reflexión ética, ya no es el “bien” que aspiramos como seres naturales, ahora todo se centra en el “deber” que nos corresponde ejercer como seres racionales. Este deber no se trata de una imposición externa sino del convencimiento interno de lo que naturalmente me conviene. Una de las cuestiones más importantes de este “deber” es que está revestido de Libertad, es decir priva la decisión del individuo de hacer o no hacer, y eso nos otorga la condición de seres libres. 
Para Kant la autonomía de las decisiones que nacen en el individuo sólo tienen validez si se orientan en función del bien social, por eso la formulación que hace de su imperativo categórico (“obra de tal manera que tu norma de conducta pueda erigirse en norma de conducta universal”) engloba como condición indispensable a la autonomía del sujeto  y la universalidad que se verifica en la actuación social.

Kant al plantear su filosofía moral, logra acuñar la segunda gran corriente histórica de la Ética, establece el polo antagónico en la forma de entenderla creando la tensión que llega, irreconciliable, hasta nuestros días, ya que entre la “buena vida” planteada por Aristóteles y la “libertad” que se desprende de la teoría de Kant surge la duda que impregna, entre alianzas y discordias, a las resurrecciones contemporáneas de estas dos tendencias del pensamiento ético. 


|*|: El autor es Magíster de la ULA en  Literatura Hispanoamericana.  Profesor del Instituto Universitario de Tecnología de Ejido (IUTE), Estado Mérida. 

|**|: Artículo originalmente publicado en el semanario Letras, 2007


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