Caracas
Escrito por Rodolfo Izaguirre   
Lunes, 17 de Julio de 2023 05:16

altTuve que hablar en público sobre Caracas porque se celebraba una vez mas su nacimiento,

a mi parecer un acto inútil porque Caracas tiene poco ánimo para estarse celebrando en estos duros tiempos bolivarianos y descubrí que no sabía a cuál Caracas debía referirme porque en ella conviven varias ciudades: una, antes de llegar a Petare que vive en el Este (¡allí vivo yo!); otra, que se mueve en el Oeste. Hay otra mas en los barrios marginales y otra en las urbanizaciones. En los cerros viven los ranchos y en las colinas, gente con recursos y mansiones. Hay una ciudad que todavía se mantiene en pie y otra que fue destruida por la llamada "piqueta del progreso" pero que vive en nuestra memoria. La viejita que estaba a mi lado en el carrito por puesto le dijo al chofer, un portugués, "¡yo me quedo en la esquina de Ánimas!" y el chofer preguntó: "¿Dónde está eso?" ¡Donde siempre ha estado!, respondió la viejita. Es probable que ya no esté, que hoy sea puro aire, que dé paso a una acelerada avenida, pero sigue estando en algún oscuro y misterioso rincón de mi memoria, allí donde se bajó la viejita del carro por puesto.

Hay una ciudad que vive a la orilla derecha del Guaire; y otra, disfruta al Ávila a la orilla izquierda. En los noventa y dos años que cargo sobre mis agotados hombros he cruzado el Guaire unas once o doce veces, lo que no hace estadística. La ciudad es pequeña: 18 kilómetros entre Catia y Petare, pero entre las dos hay una Caracas que avanza y otra que antes de llegar adonde cree haber llegado se devuelve a la oscuridad de la que salió empujada por los desatinos de un mal gobierno. La certeza de lo que digo se arrastra en el socialismo bolivariano. Es como el Orinoco que quiso diseñar Amalivaca el Dios de los Tamanacos, un río que al mismo tiempo que va, viene. No otra ha sido la frustración del país venezolano: tratar de alcanzar la modernidad sin lograrlo. Cada vez que lo intenta, fracasa. Surgen impedimentos de variada naturaleza: un despropósito político o económico, una desacertada alianza cívico-militar que desemboca en una tiránica y cruel dictadura. También pareciera mantenerse con los años una democrática avidez por el poder político porque el económico yace en el abuso de ese poder cuando cae en malas manos, lo que nos ha ocurrido desde el momento en que supimos que existíamos en el mundo. 

Al constatar que ya no hay nada por encima de ser General y de vociferar órdenes de cuartel, se activa en el militar venezolano una urgente y perentoria necesidad de entrar y salir de Miraflores como si fuese su propia casa. En lugar del avieso militar o del civil ambicioso y  usurpador prefiero a María Corina Machado ofreciendo y garantizando confianza desde Miraflores. 

No me avergüenza decirlo, pero nunca he estado en Lídice, tampoco conozco la subida del Manicomio o los Magallanes de Catia ni he caminado por los Jardines del Valle o por las aceras de La Vega o Montalban. ¡Jamás he entrado a un cuartel! y como quiera que no soy ni adeco ni copeyano ni comunista y mucho menos chavista o bolivariano tampoco sé si soy pueblo, habitante o ciudadano.

Supe que existía Caracas como ciudad cuando a mis cuatro años de edad, al no mas morir Juan Vicente Gómez, escuché (y lo tengo claro en mi memoria) el tumulto en la calle y la gente que dando alaridos corría de un lado a otro arrastrando un piano, toneles de vino, un aguamanil, lámparas, sillas y sartenes y veo a mis hermanos dejando en el zaguán un elegante y pulido escritorio de caoba y luego la silla giratoria. ¡El escritorio del Sapo Velasco! Durante años hice en él mis tareas escolares. El Sapo Velasco, el militar y gobernador gomecista Rafael María Velasco, yerno de Cipriano Castro, odiado por sus atrocidades. Hoy se llama "política de calle" al saqueo, es decir a la violencia que me arropó cuando apenas tenía cuatro años  y la gente invadía y vapuleaba las casas de los gomecistas y las de sus barraganas. Cuento esta historia del escritorio del Sapo y la seguiré contando hasta el fin de mis días porque en ella se estremece el carácter absurdo de mI vida venezolana. 

Diego Arria fue gobernador de Caracas y contrató a un urbanista inglés para que le aconsejara cómo resolver o mejorar algunos aspectos de la ciudad. Lo sé porque el edecán o asistente del inglés fue el arquitecto Gonzalo Castellano, que desertó de esta vida a muy temprana edad, padrino de mi hijo Boris. El inglés manifestó sorpresa al ver un convento al lado del Palacio de MIraflores y Gonzalo le explicó que se trataba del Palacio Blanco, una prolongación esencialmente administrativa. Luego dio por sentado que los intelectuales y artistas vivían en La Pastora, un lugar que le agradó y nuevamente Gonzalo explicó que,  vivían en urbanizaciones del Este en quintas con pequeños y ridículos espacios de grama. El urbanista contempló los cerros y dijo que es allí donde se vive mejor porque hay aire y una vista espléndida de Caracas y de nuevo el joven arquitecto venezolano se vio obligado a revelar una triste y descorazonadora verdad. El inglés determinó que la ciudad había crecido desacertadamente a lo largo de un valle estrecho, obligada ahora a trepar por las laderas de las montañas imposibilitadas de detener su crecimiento. ¡Que el río Guaire era una vergüenzaEn resumen: ¡Arria tuvo que despedirlo!

Nada me hace ir donde no tengo amigos o familiares que me inviten a visitarlos. Paso por la Trinidad y me arrastran hasta EL Hatillo, un amable pueblo convertido en turística banalidad. Camino por las dos o tres calles "coloniales" que quedan en Petare. Recorro el limpio y maquillado itinerario por donde pasó el papa móvil del último Pontífice y nada me conmueve. De manera que me invento mi propia ciudad: un trozo de avenida gratamente poblada de altos árboles con raíces que destrozan las aceras, una o dos esquinas con un bar, un restorán o una farmacia, varias casas de ostentosa opulencia, algún museo inactivo en las cercanías y el Trasnocho cultural ¡y ya! 

Vivo también en la parte alta de mi casa y bajo para estirar las piernas paseando por el jardín. Un pequeño espacio con un escritorio que ya no es el escritorio del Sapo Velasco, con libros, una computadora, fotos de mis hijos y de mis nietas y mi habitación. Y en ese exiguo espacio hago lo único que sé hacer: ¡escribir e imaginar una Caracas en la que creo vivir!


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