Salvar a la nación |
Escrito por Mibelis Acevedo D. | X: @Mibelis |
Martes, 11 de Marzo de 2025 00:00 |
Los grandes medios dan fe de unas declaraciones recientes gracias a la carta que publicó junto a 38 ex activistas que fueron encarcelados por el régimen comunista de Polonia antes de 1989, y donde se reclama el trato ofensivo proferido por Trump a Zelenski durante el tenso encuentro transmitido por la Casa Blanca. Además de Walesa, Adam Michnik, Bogdan Lis, Seweryn Blumsztajn y Władysław Frasyniuk relatan que “nos causó horror que la atmósfera en la Oficina Oval durante esta conversación nos recordó los interrogatorios del Servicio de Seguridad y los tribunales comunistas”. Como corolario, mencionan a Reagan, sin cuyo compromiso “no habría sido posible provocar el colapso del imperio de la URSS”. La noticia, plenamente verificada, dista mucho de las “fake news” que en 2018 circularon en redes, sin fuente ni contexto, anunciando una espuria solicitud de intervención de fuerzas internacionales en Venezuela promovida, supuestamente, por Walesa. (En 2017, sectores de la oposición venezolana de nuevo habían apostado sin éxito a que la protesta tenaz y prolongada en las calles debilitaría al gobierno y abriría puertas al cambio democrático). Cabe recordar que antes de eso, en 2008 -y aun cuando Walesa ya había estado en nuestro país en el marco del evento “Palabras para Venezuela” convocado por Banesco en 2002- el gobierno del presidente Chávez malogró la visita del Premio Nobel de la Paz cuando este planeaba asistir a un foro en la UCV sobre la experiencia democrática en Polonia. Tras el anuncio de que las autoridades no podrían garantizarle su seguridad, decidió suspender el viaje. También en 2009 Walesa canceló una serie de encuentros coordinada con el Instituto Walesa en Caracas; esta vez el gobierno había advertido que estaría vigilando sus movimientos, en especial durante sus eventuales encuentros con la oposición. Pero en febrero de 2016 Walesa logra su cometido. Junto a Oscar Arias y Nontombi Naomi Tutu, hija de Desmond Tutu, volvió a nuestro país a propósito de su participación como orador de orden en una sesión especial del Parlamento de mayoría opositora. Durante esa visita despejó con su llano discurso las posibles dudas acerca de sus posturas, en ningún modo compatibles con las declaraciones engañosas que años después le atribuirían. Amén de recalcar que en un país democrático no podía haber prisioneros por razones políticas, de criticar con vehemencia el modelo económico venezolano y de afirmar que el sistema comunista “no era un sistema reformable”, habló de "convertirse" y "perdonar". De incorporar a los obreros, a los sindicalistas, a los diferentes grupos de la comunidad a una agenda común de trabajo pro-democracia que debía trascender el mero ejercicio intelectual y apuntar a lo posible. Y advirtió a los asistentes a una charla privada presidida por militantes de partidos opositores: "los radicales te van a decir que tú eres un traidor porque quieres perdonar… a mí me llamaron traidor también, pero si yo no hubiese tomado la ruta que tomé, no hubiésemos triunfado”. Walesa sabía exactamente de lo que hablaba cuando compartía tales reflexiones con los venezolanos. A propósito de cartas y mensajes polémicos, por cierto, el polaco también había protagonizado un importante antecedente. En diciembre de 1983, tal como reseña El País de España, Walesa se pronunciaba por primera vez a favor del levantamiento de sanciones contra Polonia. Entre ellas, mencionaba la anulación de los derechos de pesca en aguas norteamericanas decretada contra los barcos polacos, y sugería a Estados Unidos rehabilitar la cláusula de “nación más favorecida” que poco más de un año atrás todavía amparaba al país (tal supresión, por cierto, operó como represalia no sólo ante la aplicación de una ley sindical que en 1982 declaraba ilegal la existencia de Solidaridad, sino ante el encarcelamiento del propio Walesa). En misma entrevista, un “hombre de fe” pero no menos armado de esa razón práctica que signó su particular estilo de liderazgo, hacía además una descarnada evaluación de la estrategia de protesta en las calles liderada por Solidaridad, y admitía que las manifestaciones ya no eran eficaces. "Tenemos que volver de las calles a las fábricas, y actuar desde allí. En agosto de 1980 ganamos en las fábricas y allí volveremos a vencer". Según Walesa, el pueblo polaco había logrado una gran madurez política e intelectual: “de nuestro lado está la protesta pacífica y del otro las porras y la cárcel. Las manifestaciones así no tienen eficacia”. Hacía muy poco se había reunido con el Papa Juan Pablo II, a quien comentó que los polacos vivían sometidos a pruebas muy duras, y que la impotencia les obligaba “a replantearse las cuestiones fundamentales”. La agonía económica de sus compatriotas, pues, resultaba motivo suficiente para que Walesa pidiese reconsiderar la serie de restricciones que el gobierno de Reagan había impuesto a Polonia para presionar al gobierno de Jaruzelski. "Polonia merece ayuda" dijo al recibir el Premio Nobel. Aun admitiendo que los graves desequilibrios generadores de alta inflación y escasez de bienes de consumo respondían en su origen a la implementación de políticas equivocadas y no a las medidas punitivas internacionales, hubo consenso en relación al agravamiento de la crisis que estas últimas introducían. Además, "el régimen en Polonia utiliza las sanciones como una muleta y ya es hora de que le quitemos esa muleta y les permitamos valerse por sí mismos", encajaba el entonces presidente del Congreso Polaco-Americano, Aloysius Mazewski. Un hito relevante marca este proceso. Afirmando que el cese total de sanciones era una medida “indispensable” para un país que “no podrá salir de la crisis económica sin ayuda de nuestros vecinos y de países industrializados del mundo occidental”, el 15 de octubre de 1986 Walesa y otros nueve destacados activistas, intelectuales, activistas de la ley católica y ciudadanos divulgan un comunicado de prensa. El documento sumó el apoyo del rector de la Universidad de Varsovia y de asesores del primado católico romano, el cardenal Jozef Glemp; este último, representante de una Iglesia que siempre fue un depósito del nacionalismo, y cuya destreza política había sido puesta a prueba como mediadora en la crisis. Antes de 1986 el cardenal había mantenido una tensa relación con Walesa y el propio Juan Pablo II. A pesar de su talante conciliador y democrático, Glemp era un firme crítico a las sanciones que, impuestas por los gobiernos estadounidense y británico, contaron en principio con el respaldo de Solidaridad. Por encima de todo, sostenía, “hay que salvar a la nación”. Si algo deja claro Walesa es que fue un líder dispuesto a revisar errores y rectificar el rumbo si la ocasión lo exigía. En cuanto a los efectos de las medidas impuestas por los EE.UU., esa rectificación fue particularmente intensa y poderosa. Como respuesta a los persistentes pedidos de los polacos y de la Iglesia católica, en 1987 Reagan restablece los privilegios eliminados en diciembre de 1981, afirmando que se darían más pasos hacia una normalización de relaciones que a su vez implicase mayor libertad política para el pueblo polaco. El resto es historia. La democratización sería también resultado de un deber-ser: la acción de un liderazgo nacional del todo alineado con las expectativas, menguas y dolores de los ciudadanos.
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