Après moi le déluge |
Escrito por Antonio Sánchez García | @sangarccs |
Domingo, 06 de Mayo de 2018 00:00 |
A Andrés Oppenheimer El término esquizofrenia, empleado por la psiquiatría, la psicología y el psicoanálisis, fue creado en 1911 por E. Beuler para designar una serie de psicosis, originalmente definidas por Kraepelin bajo el concepto de “demencia precoz”. Sintomática bajo tres formas de manifestación – hebefrénia, catatonia y paranoia. En esencia, unidas por un síntoma múltiple y complejo que los alemanes llaman Spaltung, y nosotros disociación: “Se usa como nombre para designar las enfermedades mentales correspondientes a la antigua demencia precoz, que se declara hacia la pubertad y se manifiesta en una disociación específica de las funciones psíquicas, que conduce, en los casos graves, a una demencia incurable.” (Diccionario esencial de la lengua española”, DRAE, Madrid, 2006). Lo utilizo para caracterizar la grave disociación que afecta a la oposición venezolana y la lleva a dividirla entre quienes consideran su deber luchar sin reposo ni transacciones para desalojar la dictadura que sufrimos y quienes, por razones asimismo de índole patológica, consideran natural y perfectamente aceptable sobrevivir en connivencia con la patología dictatorial y encontrar la forma para hacer tolerable, estimable y hasta beneficiosa tal convivencia. Una forma de patología sociopolítica que conduce, consciente o inconscientemente, a la automutilación, al rechazo de nuestra propia esencia y a la auto destrucción, en extremo: al suicidio. Más grave e intensa que en “lo interno”, esta particular forma de esquizofrenia se manifiesta ya con un extremo nivel de gravedad entre la opinión pública internacional, que proclama su desconocimiento al gobierno que surja de las írritas elecciones del 20 de mayo, y el colaboracionismo nacional, que avanza sin miramientos a la derrota del 20 de mayo. Como suele ocurrir con todos los pacientes de esta grave disfunción existencial, sus principales víctimas desconocen su padecimiento. Lo justifican con razones de teoría, uso o filosofía política, le restan toda importancia, incluso gravedad, y apuestan a acomodarse a sus neurosis. Bajo esa óptica, toda forma de represión es inherente al sistema, obedece a una perfecta racionalidad, rinde excelentes frutos y provoca, con razón, los padecimientos de quienes se niegan al sometimiento. La inmensa gravedad de esta esquizofrenia política es que accede a la conciencia plena del mal y los daños causados cuando ya es demasiado tarde, o ha logrado el objetivo del asalto patológico: la victima se inserta plenamente en el sistema, aniquila su pasada esencia y se convierte él mismo en un victimario. Estamos en medio del proceso de fagocitosis, por la dictadura y sus agentes, de los despojos de oposición oficialista que sobreviven, la cual, manejada por expertos en ingeniería social – los administradores de La Granja – a saber y en nuestro caso, los amos de la tiranía cubana y sus agentes nacionales e internacionales, se pliegan a la voluntad del sátrapa y sus esbirros. Quienes simulan juegos de democracia, mostrando la rapacidad, voracidad y capacidad de engullirse gigantescas presas, como es propio de una Boa Constrictor – el Estado o Leviatán castro comunista – tragándose de una zampada a millones de confundidos electores en pleno. La sirven en sus propósitos los flautistas seudo demócratas encargados de proveerla de víctimas. Son estos proveedores de víctimas ilusas, ingenuas o ya contaminadas, míticos y sorprendentes seres mitad régimen, mitad oposición. Como los centauros o las sirenas: rojos por abajo, y blancos, amarillos, naranjas o azules, por arriba. No estamos, obviamente, en el terreno de la política pura – la relación amigo-enemigo –, sino en el maleado y corrompido universo del mercado o venta y remate de posiciones, para ser más exactos, de la economía política: los administradores del circo, sus trapecistas y payasos, sus equilibristas y domadores, sus mujeres barbudas y sus enanos, bisexuales políticos y servidores del payaso mayor, saben que escenifican una comedia. Venden su derrota cantada a un alto precio. Y se dicen entre ellos, mientras cuentan los fajos de dólares, como el degenerado monarca francés Luis XV: après moi le déluge. Después de mí, el diluvio.
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