Benedicto XVI: la transición de un papado
Escrito por Daniel Merchán | @Daniel_Merchan   
Jueves, 21 de Febrero de 2013 17:04

altCuando Joseph Ratzinger fue nombrado arzobispo en 1977 tuvo que elegir una divisa. Hasta entonces había sido sobre todo un académico: un profesor universitario dedicado a la investigación, la enseñanza y la publicación, que se hizo conocido por haber sido uno de los teólogos más influyentes en el Concilio Vaticano II. Pensando quizás que su aporte central a la Iglesia tendría que seguir siendo el propio de su oficio intelectual, escogió el siguiente lema: “Cooperadores de la verdad”.

El resto de su vida, sin embargo, no siguió por donde él pensaba y por donde, vocacionalmente, hubiese querido. El profesor tuvo que dejar las aulas y las bibliotecas y pasar a ocupar puestos con enormes cargas políticas y administrativas. En 1981 Juan Pablo II lo hizo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF) y a la muerte de este, en el 2005, fue nombrado Papa.

En el catolicismo no hay izquierdas ni derechas, sino ortodoxia y error. Así, Benedicto XVI definió las posturas controversiales de ser papa, más que “un retroceso en el tiempo”, fue la reafirmación de una tradición viva que ha perdido valor dentro de la Iglesia. Las futuras generación valorarán el efecto de su éxito en este tema.
No solo permitió que los tradicionalistas pronunciaran los ritos antiguos, sino que los animó a revivir el uso del latín y permitir dar la hostia de comunión en la lengua. Publicó una nueva traducción del Misal Romano en el que trató de dar precisión a la redacción. Además, como lo dijo un sacerdote, estimuló la idea de que “tenemos que poner cuidado y dedicar tiempo a la preparación de la liturgia, asegurarnos de que se celebre con la mayor dignidad posible”.
Contrario a lo que todo mundo ve, Benedicto no benefició a una Iglesia más pequeña y pura, sino que hizo su mejor esfuerzo por extender su alcance. El indicio más visible fue su incursión en Twitter. También se acercó a la Iglesia Ortodoxa de Oriente y habló a favor de los cristianos perseguidos en Medio Oriente, supo enfrentar los diferentes escándalos de pederastia, inicio diálogos con el islam, e incluso supero el controvertido tema de su mayordomo y los denominados vatileaks.
El punto es que Benedicto XVI hizo durante su permanencia a la cabeza de la Iglesia lo que muchos años antes juró hacer como teólogo: cooperar con el afloramiento de la verdad. Gracias a eso, deja una Iglesia que ya no puede mirar para otro lado en lo que toca a muchos de sus problemas principales y que, por ello, está mucho más cerca de renovarse y de ser libre que cuando él la recibió. Solo por ello, todos los católicos y quienes (creyentes o no) piensan que la Iglesia Católica puede ser una fuerza para el bien en el mundo, están en deuda con ese intelectual tímido pero lleno de fe que hace unos días, con sencillez desconcertante, renunció al papado a fin de dejar espacio a alguien con más juventud para poder llevarlo y retirarse a rezar.
Al haber pensado lo impensable y romper con seiscientos años de tradición, Benedicto XVI abre la puerta a la historia y al hacerlo se reivindica. Ojalá que quien lo suceda extraiga de su pontificado esta lección de innovación, que quizás no se observó tanto en los primeros años de su servicio papal, pero que aunque como aquel rayo memorable, que sacudió la cúpula del vaticano el mismo día de su renuncia, vale recordar una vigente frase de este Papa y su transición, “Nos hemos de liberar de la falsa idea de que la fe ya no tiene nada que decir a los hombres de hoy.”


Twitter: @Daniel_Merchan


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