La depre
Sábado, 06 de Junio de 2009 15:05

Ciclotímico. De esos que transitan de la euforia más desbordante a la más tenebrosa depresión de un solo guamazo: como quien navega en una ruleta rusa. Asunto propio de estos tiempos de stress y desgaste que afecta a millones de millones de hijos de vecinos, atletas, artistas plásticos, literatos y de un cuanto hay de profesiones y actividades. La depre: el mal del siglo.

La industria farmacéutica lo ha comprendido a tiempo y ha lanzado al mercado la solución en varias fórmulas y presentaciones. Enriqueciéndose aún más con los males del siglo: viagra a los insuficientes y sertralina a los eufóricos depresivos. Pues de sertralina se trata, una sustancia que logra restablecer los desequilibrios funcionales de nuestra corteza cerebral y devolverle el temple y el buen pulso a los histéricos, eufóricos y depresivos de siempre. No falta el internista que lo recomienda en cualquiera de sus presentaciones con el asombroso argumento de que si a Napoleón se le hubiera recetado sertralina en dosis adecuadas, se queda en Córcega feliz de la vida y Europa se hubiera evitado vaya a saber Dios cuantas desgracias.

 

Porque el problema no es ser ciclotímico y punto, surfear las euforias de miércoles a viernes y caer en las abisales hondura de la depresión de sábados a lunes. El problema es ser maníaco depresivo, asaltar el Poder y hacerse con la presidencia de la república de un país de tomo y lomo, cuando se es un loco’e bola. ¿Cómo se gobierna viajando en la ruleta rusa de los brutales cambios de ánimo de un sociópata contumaz?


Corre el rumor de que el Señor Presidente, quien en la cúspide de su euforia aceptó debatir con los intelectuales, quienes ni cortos ni perezosos le pusieron en liza a Mario Vargas Llosa como contrincante en el ring de Miraflores, tropezó con una depresión que ni con una tortilla de sertralina. No es que arrugó, se rajó, se chorreó o midió los abismos que se le abrían de tener que vérselas con el novelista peruano. Es que el impacto fue de tal magnitud, que cayó en uno de esas depresiones homéricas, dignas de un manual de psiquiatría. Tuvieron que agarrarlo y llevárselo disparado a la isla de su felicidad, que andaba más perdido que mojón en acequia.

Encuestas, informes del estado de la Nación, balances del Banco Central, documentos encriptados del G-2 y relatos de los conflictos, tánganas, enfrentamientos y desbordes que revientan en Zulia y en Guayana, en Mérida y Falcón, en Caracas y en Carabobo habrían decantado una sumatoria de adversidades como para bajarle los humos al más narcisista de los magistrados. De allí las peregrinas explicaciones: desde un queso en mal estado hasta la afonía de Carlos Escarrá, para salirnos con un misil salvadoreño y un golpe de Estado de palacio. ¡Pónganse de acuerdo, pana, que no dan pie con bola!


De allí la suspensión del torneo televisivo, el rechazo al debate, la cura de sueño y la desaparición del escenario internacional. Fue el viernes negro presidencial. No será el primero, pero tampoco el último. Los que vienen serán como para coger palco.


Compre el bono para presenciar la zarzuela. Le saldrá más económico.
           
           


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