URD, partido histórico: el del 30 de noviembre
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj   
Jueves, 30 de Noviembre de 2023 07:08

altUnión Republicana Democrática (URD), nació el 10 de diciembre de 1945, pero su fecha magna y por siempre celebrada fue la del 30 de noviembre de 1952,

cuando gana contundentemente las elecciones para la Asamblea Nacional Constituyente. Desconocido el triunfo, perfeccionando así el golpe militar, los líderes de la entidad partidista fueron convocados por el ministro de Relaciones Interiores y, a las pocas horas, expulsados del país: a la dirección del partido la largaron en un avión especialmente fletado para tal fin.

Percatándonos de la fecha, creemos oportuno reflexionar brevemente sobre los partidos históricos a propósito de URD, porque realmente lo fue,  liberal a la venezolana, o de “centro-izquierda de neta concepción liberal”, como señaló Manuel Vicente Magallanes en su clásico “Los partidos políticos en la evolución histórica venezolana” [Ediciones Centauro, Caracas, 1983. 429]. Referido en muchas oportunidades, aunque Jóvito Villalba no lo fundó y tampoco estuvo en su equipo fundacional, a nadie le cabe la menor duda que desempeñó el liderazgo indiscutible de la organización hasta sus últimos días.

Una medida probablemente fiable de la importancia de un líder u organización, la ilustra una tendencia a la imitación por los más destacados comediantes televisivos. El sobresaliente actor de Radio Rochela,  José Antonio Gutiérrez, por cierto, comprometido secretamente en los remotos sesenta con la insurrección armada [http://rosogrimau.blogspot.com/2014/09/], apodado “El Telaraña”, gracias a un personaje que lo hizo famoso, imitó en numerosas ocasiones a Villalba de acuerdo a la prensa de la época.

URD fue un partido de vieja data que se hizo convincentemente histórico por el papel que jugó en nuestra contemporaneidad, el apoyo popular con el que contó y los roles de Estado que asumió. La primera constatación que hacemos es que fue partido, como propiamente pocos lo son hoy en nuestro país, y, siguiendo a un autor como Antonio Gramsci,  que expresó la suma de un elemento difuso, hombres comunes de participación leal que alguien centraliza, organiza y disciplina, aunado a un elemento principal de cohesión que está en el ámbito nacional, ambos debidamente articulados por líderes o capitanes que son tales.   

 

Consistencia y debilidad

Prominente referencia desde finales de los años veinte, Villalba,  medinista fuera del medinismo derrocado en 1945, logró su inmediata reinserción política a través de URD, cuyos fundadores fueron casi inadvertidamente desplazados de la dirección en etapas tan difíciles como la de la dictadura perezjimenista y la del restablecimiento de la democracia representativa (Elías Toro, Isaac J. Pardo,  Andrés Germán Otero, entre otros).  El partido ostentó un importante caudal electoral [Jesús Sanoja Hernández: “Historia electoral de Venezuela (1810-1998)”, Los Libros de El Nacional, Caracas, 1998], como ahora pocos imaginan; tuvo un enorme arraigo popular en todo el país, siendo decisivo en importantes metrópolis; participó en importantes alianzas que de tradujo en sendas actuaciones ministeriales (Puntofijo y Ancha Base), contando con un descollante elenco parlamentario minimizado en las postrimerías de los setenta.

Partido de una mayor consistencia urbana, con una interesante más que importante penetración en el medio rural, contó con notables referencias como Mario Briceño Iragorry, Luis Hernández Solís, Dionisio López Orihuela, Andrés Germán Otero, Lola de Fuenmayor, Víctor Raffali, Humberto Bártoli, Raúl Díaz Legorburu, J. M. Domínguez Chacín, Manuel López Rivas, Alfredo Tarre Murzi, entre otros que luego mencionaremos, transitados varios momentos de una indiscutible crisis interna. Valga acotar a las nuevas generaciones, demostrado en el curso del presente siglo, nada fácil es conformar un equipo estable y creador de trabajo, además, numeroso, que vaya más allá del despliegue carismático del principal promotor de la organización y de sus circunstancias.

Acierta Gramsci al manifestar: “Un grupo social puede y hasta tiene que ser dirigente ya antes de conquistar el poder gubernativo (ésta es una de las condiciones principales para la conquista del poder); luego, cuando ejerce el poder y aunque lo tenga firmemente en sus manos, se hace dominante, pero tiene que seguir siendo también dirigente” [Antonio Gramsci: “Antología” (selección, traducción y notas de Manuel Sacristán), Siglo XXI Editores, México, 1978: 486]. Ergo, por una parte, valga la constatación sociológica, con su propia militancia, URD tuvo la capacidad de constituirse en gobierno, al igual que otros partidos con los que compitió, como no ha podido organización alguna hacerlo  en la última década y media del presente siglo; y, por otra, no dejó de ser partido-dirigente con el ejercicio de varias carteras ministeriales hasta que lo zarandeó definitivamente el bipartidismo hacia 1973, única solución para el archipiélago de partidos y personalidades que arriesgaron la gobernabilidad en el inmediato período post-perezjimenista.

La creciente debilidad de la entidad partidista posiblemente partió con la desaparición de Vanguardia Juvenil Urredista de un calibre que se aproximaba un poco al de la Juventud Revolucionaria Copeyana; la juventud de Acción Democrática, tempranamente dividida, y la Juventud Comunista de Venezuela. En el caso de los amarillos, color corporativo de URD que alguna vez fue marrón, se vio afectada por la lucha armada, ejemplificado por la conversión al maoísmo de Victor José Ochoa, el secretario juvenil nacional.  Por cierto, una particularidad ya olvidada, en una sociedad extremadamente machista, hubo partidos que exponían y daban altas responsabilidades políticas a mujeres de valía,  e Ismedia de Villalba y Vidalina Ramos [véase, la bien construida crónica de Milagros Socorro: https://elarchivo.org/vida-la-llamaban],  así lo prueba.

 

Faltaron los capitanes para mantener el partido histórico

Por muy poderosa que fuese la atracción gravitacional del liderazgo de Villalba (parecido al de Rómulo Betancourt, Rafael Caldera, Arturo Uslar Pietri que no, Gustavo Machado), era inevitable que URD contase con figuras de muy alto relieve, voceros de extraordinaria prestancia, y legítimamente competitivos en el seno del partido. Puede decirse, era el deber y clave de toda organización con una seria y comprobadísima vocación de poder, yendo muchísimo más allá del partido-espectáculo como modelo, solamente aventajado en sus movilizaciones de acceder total o parcialmente al erario público, como ocurre con el promedio actual de las entidades oficialistas, opositoras y sincréticas.

Villalba aparte, Enrique Betancourt y Galíndez, despuntó como uno de los diputados más locuaces y consistentes de los años sesenta, aunque otros – encandilados por el proceso cubano – desertaron con una asombrosa candidez, como Fabricio Ojeda, o trabajaron sistemáticamente para una opción ideológica que resultó muy distinta, como José Vicente Rangel y José Herrera Oropeza. Acusado de conspirador, a Luis Miquilena lo hicieron preso en 1964 para luego – en libertad -  retirarse de la actividad política a la que regresó insospechadamente exitoso  tres décadas después, y, antes, Ignacio Luis Arcaya dejó la cancillería de Betancourt, al defender al gobierno de La Habana, determinando la salida de la coalición puntofijista de gobierno para el partido amarillo, regresando a la llamada Ancha Base poco después, manejándose el partido con un evidente desacierto táctico en los eventos electorales posteriores que mermó su caudal de votos y lo hizo un socio indeciso y desconfiable en la izquierda con la que trató de desarrollar una política frentista.

El caso más conocido de un cisma partidista que no llegó a consumarse fue el de Alirio Ugarte Pelayo, cuyo suicidio asombró al país y, al mismo tiempo, generó un movimiento que logró colar posteriormente a uno que otro diputado o concejal, añadida su viuda. Ya en los ochenta no llegaron lejos las desavenencias con Leonardo Montiel Ortega, experto petrolero, conocido como el senador rebelde, quien no logró reelegirse siquiera; y, en las postrimerías de la década, fallece Villalba y veinte años más tarde su viuda, Ismenia de Villalba, la candidata presidencial de URD para 1988.

De no recordar mal, Ramón Tenorio Sifontes es el último diputado de URD, por lo menos, respecto al plantel de los dirigentes más rankeados, que no votó para condenar políticamente a Carlos Andrés Pérez al plantearse en el Congreso de la República el caso del Sierra Nevada, como hizo también José Vicente Rangel.  En todo caso, aunque URD no repitiera la votación que alcanzó con Wolfgang Larrazábal en 1958, mantuvo un piso mínimo y, los más importante, a los líderes capaces de sostener a la entidad partiendo del precepto gramsciano: “Se habla de capitanes sin ejército, pero en realidad es más fácil formar un ejército que formar capitanes” [Gramsci, 1978: 348]. Por consiguiente, faltaron los dirigentes formados, curtidos y experimentados para sostener al partido del 30 de noviembre de 1952.

 

El partido antihistórico 

Lejos estamos de emitir algún juicio de valor en torno a quienes intentaron reflotar a URD en el presente siglo, cuya etapa antihistórica se evidenció por no contar con los mínimos elementos existenciales que hacen a un partido, como la militancia, la estructura, la organización, el mensaje, la estrategia. Si fuere el caso, ha faltado considerar si traduce y expresa a un determinado grupo social al agotar sus funciones en el marco de un bloque histórico que ya se desintegró [Gramsci, 1978: 488], propio de los esplendores del rentismo petrolero que está materialmente acabado.

Cierto, vivimos una transformación de la institucionalidad partidista que tiende a menoscabar o eliminar, precisamente, su naturaleza o carácter institucional, cónsono con el modelo de partido – en definitiva – presupuestario, forzado desde las más altas esferas del Estado que intenta así administrar las inevitables diferencias de sus camarillas.  Refirió el sardo que hay una propensión a “creer que lo que hoy existe ha existido siempre” [Antonio Gramsci, “El ¨Risorgimento¨”, Granica Editor, Buenos Aires, 1974: 67], tendiendo a confundir la noción misma de partido histórico, o, lo que es peor, sin que haga uso de la nomenclatura,  haciendo pasar por tal a los que pecan largamente de antihistóricos, oportunistas y desean hacerse partícipes del presupuesto público.

Por muchas diferencias políticas e ideológicas que tengamos con URD y con Gramsci mismo, es necesario recordar a los amarillos e invocar el prototipo ya olvidado de organización combativa, plural, sustentable y democrática que representó en el concierto de los partidos de la era democrático-representativa que luce muy superior a lo que hoy tenemos. Y es que tampoco un prototipo inmaculado, resaltamos con el autor italiano “… la paradoja de los que están perfectos y formados cuando no existen, o sea, cuando su existencia se ha hecho históricamente inútil” [Gramsci, 1978: 147].

Aparente pleonasmo, es nuestra la convicción de aquellos partidos que han sido  de tal vocación política e histórica y de un profundo arraigo social, como URD, que tardan en desparecer por veinte o más años, o que no toman consciencia de su desaparición, fugazmente aprovechados por aquellos a los que les falta un discurso y desean tomar los atajos que puede dispensar la nostalgia de los viejos tiempos. A lo mejor  sea pertinente concluir, parafraseando un segmento del discurso de despedida del general Douglas MacArthur ante el Congreso estadounidense, que los partidos históricos nunca mueren: los contenta  desvanecerse.

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