La ciudad hablada |
Escrito por Iván R. Méndez | X: @ivanxcaracas |
Sábado, 25 de Julio de 2009 09:31 |
La naturaleza susurra. Nubes que danzan al ritmo de los vientos y árboles que delicadamente cambian su vestuario, sólo pueden ser percibidos con la sigilosa complicidad de las ciudades. Así, Copenhagen, Helsinki o Viena amparadas en su tradición, levantadas sobre ladrillos de orden juntados con asepsia y seguridad, son escenarios “naturales” para vivir el transcurso del tiempo. Una amarillenta hoja que salta con la primera brisa otoñal, es un prodigio hasta el paso del siguiente recolector de basura, a las cinco en punto de la madrugada .
En esas capitales, el ruido no se manifiesta sin el reglamentado consentimiento del silencio. De igual forma, los habitantes de esas urbes de ajedrez, apenas murmuran sobre los cambios del clima o el brillo de la pedrería utilizada por la Primera Dama del país. Incluso los atacados por enfermedades incurables o los arrojados a la calle por sus patronos, reciben la bendición del Estado a través de suculentas ayudas. Allí sólo gritan los extranjeros, pero la palabra de estos, comenta Julia Kristeva, es nula o barroca al no poseer credibilidad ni fuerza para alterar el prefijado curso de las cosas.En esas localidades, el rumor de sus ríos y mares se confunde con la corriente sanguínea de sus residentes. Postes de luz que necesitan saludos a lo “Maradona” para encenderse, puertas de ascensores que deben ser cerradas manualmente o adivinanzas matinales para descubrir cuál vagón del METRO tiene el aire acondicionado en funcionamiento, son algunas de las pequeñas colaboraciones que Caracas espera de sus habitantes. Los desastres mayores, como frecuentes estallidos de tuberías de agua, alarmas de autos activadas al azar o el pago de los servicios públicos, son manejadas con envidiable astucia por el “caos natural” de esta metrópolis. Ese caos, siempre ruidoso, genera colas en las autopistas, salas de cine, hospitales, discotecas y supermercados. Esas congestiones engullen el tiempo como máquinas tragamonedas recién conectadas. No obstante, esas horas invertidas en cancelar un recibo, comprar una barra de chocolate light o desplazarse por abarrotadas avenidas se compensan con el cotilleo del intervalo. En amena charla, los afectados establecen hipotéticas comparaciones entre el desorden reinante y el orden posible, entre la Caracas que los hostiga y la perfecta Capital que fue en los tiempos del General.
(*): Versión 1.0 publicada en El Globo (1999) |
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