Sometidos por naturaleza
Escrito por Alirio Pérez Lo Presti | X: @perezlopresti   
Martes, 14 de Noviembre de 2023 00:00

altDe la conquista española heredamos el lenguaje, la religión y los elementos culturales propios de Grecia y Roma,

que en definitiva constituyen los pilares de la cultura occidental. En orden de importancia, diría que en primer lugar está el español como lengua, lo segundo es la occidentalización cultural del subcontinente y cada vez con menos relevancia, pero siempre presente, el catolicismo. La fusión entre españoles, indígenas americanos y negros es la base del mestizaje latinoamericano, en el cual, en algunos países prevalece un grupo étnico o raza más que otro, pero, en definitiva, América Latina está construida bajo estas bases que configuran la esencia de lo que somos. Cada tronco entregó sus elementos culturales más valiosos y se creó la América Mestiza. 

Quejadera al infinito

El colonialismo generó un sentimiento de minusvalía que se proyectó hacia el poder de lo que llamamos España en la actualidad y a este estado animoso se le sumó (ya antes de la Segunda Guerra Mundial) una actitud de víctima hacia los Estados Unidos de Norteamérica que se materializó en un doble sentimiento de minusvalía, el primero hacia los conquistadores europeos y el segundo hacia la potencia del Norte. Es como si más de quinientos años no bastasen para comenzar a asumir responsabilidades básicas y en el presente le seguimos echando la culpa al “enemigo externo” que termina siendo imprescindible para justificar y mantener nuestras propias miserias. 

Ideologías piratas y otras velocidades

Cuando cae (o tumban) el Muro de Berlín, se establece en la praxis una verdad que no se puede ocultar ni se puede modificar. Las sociedades que progresan son las que cultivan el libre mercado y las que se atoraron tratando de dar sentido a las cosas obviando el pequeño detalle de que debemos pagar las cuentas, se seguirán hundiendo hasta el infinito. Yo vengo de una sociedad que hace esfuerzos para no salir de una dinámica atroz en la cual se pretende sustituir la realidad por el mundo de las ideas, del cual Platón nos habló hace mucho tiempo. La capacidad de un conglomerado de tener la madurez necesaria para asumir ciertas realidades marcará para siempre su presente y su futuro. Del vacío generado por la muerte de las ideologías surgió un escenario que era difícil de prever. Contrario al sentido común y sin una brújula mágica que nos diga por dónde debemos transitar, el siglo XXI terminó por asentar viejos preceptos de carácter ideológico que se han sumado a las más caricaturescas formas de pensar, todo desde lo ideológico, remando contra toda posibilidad de lógica y conduciéndonos a futuros desencantos fáciles de predecir. Estas ideas, muchas de las cuales habían desaparecido, han reaparecido con nuevas distorsiones en la contemporaneidad. En los asuntos sociales el vacío no existe y es bien sabido que las dinámicas revolucionarias terminan en el contexto humano como el destino de los burros en las carreras de caballo. ¡El siglo XXI es un macabro circo violento que hasta ahora no divierte!

“El fracaso del progreso”

Ni maduramos en relación con las vivencias previas ni la tecnología nos ha hecho más felices. Somos tercos por naturaleza y lejos de ir hacia futuros de sosiego y potencial felicidad, las guerras, los conflictos religiosos y las salvajadas más inimaginables campean a nuestro lado y las vamos normalizando conforme entramos en contacto con ellas. De alguna manera, la idea de progreso fracasó en el ámbito humano y una espiral de conductas autodestructivas va marcando el paso de los nuevos tiempos. Imagino que toda ola tiene una cresta y luego la intensidad de las cosas disminuye. Me pregunto si esa ola tiene límite o funciona como un paradójico pozo sin fondo. Eso nos lleva a la primera premisa, en la cual planteamos la necesidad de asumir nuestro rol como gente de un tiempo en donde la irresponsabilidad colectiva y el odio pareciera salirse con la suya.

Los orígenes del mal

Mientras sigamos transfiriendo nuestra cuota de responsabilidad social a otros, no hay manera de mejorar en términos civilizatorios. Al final el individualismo y el nihilismo son posturas sanas frente a la manera desbocada como se tiende a comportar la manada. Sigue venciendo lo dicotómico y lejos de cultivar el respeto por la cultura y la visión del mundo del otro, lo seguimos viendo como nuestro potencial enemigo. A veces, al asociarnos con poderosos hacemos mejores negocios. En el conjunto de lo que vendría a significar la globalización y la potencial creación de “la gran aldea”, pareciera que se hicieron notar más las diferencias que las similitudes entre los seres humanos. La incapacidad de llevar una educación mínima y de calidad a las grandes masas de personas sin elementos formativos básicos, que son los verdaderos minusválidos, porque en ellos reina la ignorancia, es la gran deuda que tenemos como humanos. La ignorancia, a decir de San Agustín, es una de las peores representaciones del mal. La contemporaneidad lo certifica.   

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