Bin Laden: un problema ético
Escrito por Trino Márquez C. | X: @trinomarquezc   
Miércoles, 04 de Mayo de 2011 18:09

altLa muerte de Osama Bin Landen plantea un problema ético: ¿cómo debe  comportarse el Estado y el Gobierno de un país democrático, amante de la libertad, frente a un terrorista cruel, frío y desalmado, personificación del Mal, como ese? La destacada internacionalista Maruja Tarre  plantea en un artículo publicado en El Universal el pasado martes que los norteamericanos debieron capturar vivo a Bin Laden, llevarlo a los organismos internacionales de justicia, y demostrar que la  primera potencia militar del mundo cree en el Estado de Derecho y está dispuesta a proteger los derechos hasta de los criminales más sanguinarios del planeta. La Justicia está por encima del comportamiento de gamberros como Bin Laden. Esta opinión la han defendido otros prestigiosos comentaristas venezolanos y de otras partes del mundo.

El diario El Nacional va más allá. El titular de la segunda noticia más importante del día miércoles 4 de mayo dice: “La Casa Blanca reconoce que Osama  bin Laden estaba desarmado”. ¿Qué pretende sugerir el periódico? ¿Acaso que el comando que asaltó la fortaleza donde se encontraba Bin Laden, antes de actuar debía haberse cerciorado de que el máximo exponente del terrorismo mundial estaba armado y, de no ser así, tenía que haber buscado un Juez de Paz que lo convenciera de rendirse al pelotón que lo había rodeado por sorpresa? ¿Qué fue una acción vil, por lo desigual, del Presidente norteamericano?

Osama Bin Laden era un objetivo político y militar para los estadounidenses y también para los europeos, lo que ocurre es que los países del viejo continente, como ocurre con frecuencia, se desentendieron de su búsqueda y captura, y descargaron todo el peso (y el costo) de la persecución en los Estados Unidos. Conviene recordar que Bin Laden y Al Qaeda habían proferido amenazas contra lugares emblemáticos de París, Londres, Roma y otras ciudades europeas. Localizarlo y eliminarlo era prioritario para la seguridad de los Estados y los ciudadanos en Occidente e, incluso, en Oriente, pues del peligro de ataques sorpresivos y arteros con miles muertos no se salvaba ninguna nación.

Al Qaeda, el grupo terrorista más temible de la Tierra, opera como una red desconcentrada con núcleos que funcionan con autonomía regional en distintos lugares del mundo, pero que obedecía la línea general trazada por Bin Laden, su máximo jefe miliar, político e ideológico Esa organización secreta, inspirada por un fanático demencial, le declaró la guerra a la Humanidad con armas que no son convencionales: la clandestinidad, la sorpresa, la saña, la crueldad.

Frente a la “razón terrorista” la “razón democrática” se encuentra en desventaja. El 11-S cambió la historia del mundo. Para algunos historiadores el siglo XXI comenzó ese fatídico día, cuando el mundo vio asombrado cómo unos aviones se estrellaban contra las Torres Gemelas, símbolo de la capital del mundo, New York, y del desarrollo de Occidente. Luego se supo que esos aparatos estaban piloteados por una célula de musulmanes integristas que, liderados por Osama Bin Laden, habían planificado con premeditación y alevosía durante meses ese crimen, cuyas víctimas fueron personas inocentes que no tenían ni la más remota idea de quién era Mahoma.

Bin Laden se aprovechó de las ventajas y bondades de la democracia, la libertad y las sociedades abiertas, para destruir un componente esencial de nuestra cultura y de la modernidad: la confianza. A partir de ese momento los aeropuertos, especialmente los norteamericanos y europeos, se convirtieron en campos de concentración. No era para menos. Se fracturó la confianza en los pasajeros y el riesgo de un nuevo 11-S no puede volver a correrse.  

Bin Laden no podía ir a un juicio como Sadam Hussein o como el que se les siguió a los nazis en Nuremberg. En esos casos se aplicó la Justicia tal como esta se entiende en Occidente, porque los actos de crueldad fueron perpetrados a plena luz del día. En cambio, ese lunático desalmado se movió siempre en la sombra, lo mismo que sus seguidores. Haberlo capturado para luego exhibirlo ante el mundo habría exacerbado el fanatismo de los grupos islamistas en la sombra que consideran a Occidente un enemigo que debe ser aniquilado. Si de humillación se habla, esa habría sido la peor de todas para los integristas. Durante el juicio podrían haberse activado las células que están “dormidas”. Ahora podrán hacerlo, no hay duda, pero la desaparición del líder suele acarrear la desbandada. Esa es la apuesta. Osama Bin Laden no fue transformado en un mártir o en un héroe por los norteamericanos. Ya los islamistas desde hace una década lo habían hecho.
La Libertad ganó con un arma a la cual debe echar mano de vez en cuando: la fuerza.

@tmarquezc


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