El modelo presidencialista
Escrito por Andrés Cañizález   
Domingo, 13 de Marzo de 2011 09:44

altCon bastante frecuencia, en los últimos meses, hemos sido asaltados por la pregunta ¿hacia dónde va Venezuela? Es interrogante bastante común en encuentros con analistas políticos, diplomáticos o académicos

del extranjero. Valga insistir en la condición foránea de quien interroga, pues entre equivalentes locales la respuesta está dicha aún antes de ser formulada la pregunta. En muy contados casos, entre nosotros, existe una lectura analítica, la percepción epidérmica ha sustituido una necesaria reflexión intelectual del tiempo que vivimos, y más lejano está el contraste con otras experiencias que vayan más allá del maniqueísmo rampante.

Con harta facilidad se asegura que en Venezuela vamos camino de una dictadura, y también con muchísima ligereza se establece que se está levantando en nuestro país el modelo más participativo y democrático. Como suele suceder con los extremos, éstos no comprenden necesariamente la verdad, aun cuando puedan encontrarse señales en uno u otro sentido. Lo que sí es evidente es que Venezuela está dentro de una transformación político-institucional significativa que nos lleva hacia un modelo diferente de lo que teníamos en las décadas anteriores. Tal proceso es posible no sólo por la voluntad de quienes ejercen el poder. En nuestro caso huelga recordar la cadena de errores políticos, muy costosos, en los que incurrió la dirigencia opositora, especialmente en el período 2002-2005.

Tales errores políticos, por ejemplo la no participación en las elecciones legislativas de 2005, apuntalaron aún más al chavismo en el poder, sin que ello fuese necesariamente un logro, por una gestión satisfactoria para la mayoría de la población venezolana. De aquel a este momento, sin duda, se produjeron algunas vueltas de tuerca en Venezuela, que nos han colocado ante la conformación de un modelo de "presidencialismo de partido hegemónico". Tal categorización está bastante usada entre los estudios mexicanos de ciencia política, cuando se refieren al sistema implantado por el PRI durante largos años, y de cara a nuestras reflexiones apelamos al artículo de Francisco Valdés Ugalde, "Razones para un compromiso con la consolidación democrática", publicado por la muy respetada revista Nexos
(www.nexos.com.mx).
En el caso de México, la hegemonía partidista se institucionalizó sin el uso del mecanismo de la reelección y, al contrario, el liderazgo del PRI se oxigenó gracias al recambio en el ejercicio del poder. Esa es tal vez la única diferencia sustancial entre el México del PRI y la Venezuela actual, en las cuatro características que el autor le otorga al "presidencialismo de partido hegemónico". Pasemos a las otras tres. La primera es la ausencia de federalismo. En Venezuela, cabe acotar, existe en cada uno de los estados un órgano legislativo, que sumados todos debemos estar ante una de las cargas más pesadas de la administración pública, a la par que son ineficientes y verdaderamente inocuos. La idea que desean expresar tales órganos es la existencia de un federalismo, que tuvo algunas tímidas señales en el pasado y que hoy han sido completamente engullidas por las decisiones del poder central.

La segunda característica va en la misma dirección de lo anterior. Para Valdés Ugalde, el presidencialismo de partido hegemónico termina atrofiando las instancias municipales, porque finalmente las decisiones ­todas­ terminan tomándose desde "el punto más alto (y lejano) de la cúspide política". Tal vez tales orientaciones de un sistema político no implican necesariamente un riesgo autoritario, aunque en el fondo en México se desembocó en ello. Lo que sí resulta más preocupante, y en ello coinciden los diferentes abordajes en torno al sistema democrático, es la ausencia de independencia del Poder Judicial. Un Poder Judicial maleable a la manipulación desde el poder político es, sin duda, la peor señal y a la vez la más clara de que se está en el camino hacia la constitución de una hegemonía partidista.

Valdés Ugalde enfatiza la condición de presidencialista, no presidencial, del sistema mexicano. Ello termina otorgándole un poder inmenso a quien ocupa la presidencia. En el caso venezolano tal situación se agrava: estamos ante el presidente que mayor poder ha tenido en nuestra historia democrática, además de ampliamente relegitimado, a la par que ha sido el jefe de Estado que menores contrapesos (partidistas, institucionales) ha tenido. Su propia figura ha sido el portaviones para que su partido (antes MVR, ahora PSUV) pueda triunfar, y muchos de quienes ocupan hoy altos cargos en instancias como la Asamblea Nacional y el Tribunal Supremo de Justicia, exhiben con orgullo la camiseta de la lealtad al líder como su carta de presentación.

TC


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