El diálogo como simulacro de totalidad: Una perspectiva política |
Escrito por Claudio Briceño Monzón | @CabmClaudio |
Martes, 20 de Mayo de 2025 06:19 |
La reinterpretación brindará siempre la ocasión para que se reescriba perfectamente la historia. Lo hecho hecho está, lo que sobre ellos se dice se abre semántica e interpretativamente hacia lo que advendrá.” (Castro: 1998, p.118) La percepción y respuesta de los gobernantes ante los problemas sociales no se basan en una objetividad inmaculada, sino en una realidad socialmente construida, producto de las narrativas predominantes y de las prácticas específicas de lectura y escritura que configuran la comprensión pública. En este marco, nos proponemos analizar la brecha existente entre la experiencia individual y su representación en el ámbito político. La afirmación de que "no somos más que lenguaje de los pies a la cabeza" refleja una profunda verdad sobre nuestra condición humana. La percepción del mundo, de las emociones, incluso del dolor físico, se articulan y se comprenden a través del lenguaje. Cuando alguien dice "me duele el vientre", no solo expresa una sensación corporal, sino que construye una narrativa, una experiencia que se comunica y se interpreta dentro de un marco lingüístico específico. Esta misma lógica se aplica a la esfera política. Los problemas sociales, el hambre, la pobreza, la injusticia, se convierten en realidad solo cuando se expresan y se articulan a través de discursos, informes, estadísticas y narrativas mediáticas. La forma en que estos problemas se describen, se interpreta y se priorizan, determina la respuesta política. Un dolor de vientre que no se verbaliza, que no se traduce en una demanda pública, corre el riesgo de ser ignorado. La dificultad reside en la discrepancia entre la experiencia individual y la representación política. El dolor de vientre real, la angustia visceral de la necesidad, difícilmente puede ser captado por las frías estadísticas o los informes gubernamentales. La experiencia subjetiva, con toda su complejidad y su carga emocional, se reduce a datos, a números, a categorías administrativas. Esto no significa que los datos sean irrelevantes, sino que su interpretación debe ser matizada, contextualizada, humanizada. Para desarrollar políticas verdaderamente eficaces, es fundamental trascender la realidad socialmente construida y conectar con la percepción vivida. Esto exige una mayor sensibilidad hacia las experiencias individuales, un esfuerzo por comprender las narrativas locales y la capacidad de traducir el lenguaje del sufrimiento en políticas públicas concretas. Solo así podremos atender el dolor real, no solo con soluciones paliativas, sino con medidas estructurales que aborden las causas profundas de la desigualdad y la injusticia. El diálogo, en el que la palabra del otro nos consuma, aparenta una totalidad, pero esta completitud es, en realidad, efímera e ilusoria. En el instante mismo en que la palabra se pronuncia, nos desplazamos del presente; él ahora se desvanece, y nos proyectamos hacia las consecuencias futuras de lo dicho. Esta característica inherente al lenguaje político tiene implicaciones de gran alcance. Nuestra naturaleza simbólica nos permite sintetizar conceptos aparentemente inconexos. El lenguaje político, en esencia, es una operación simbólica de gran envergadura. El creador del discurso político —orador, escritor o estratega— extrae elementos del inconsciente colectivo —miedos, esperanzas, anhelos— y los articula en un discurso coherente, que busca resonar con la conciencia del electorado. Sin embargo, este proceso de síntesis puede generar una distorsión de la realidad construida que puede diferir significativamente de la experiencia vivida. En este proceso de construcción del entorno política, sucesos opuestos se yuxtaponen y se empatan de manera sorprendente. El discurso político, con su capacidad de simplificación y síntesis, puede crear una imagen de la realidad que, aunque aparentemente coherente, dista de la complejidad de la vida social. Esta simplificación, a menudo necesaria para comunicar ideas complejas, puede conducir a un desarraigo de la realidad misma, a una percepción distorsionada de los problemas y sus soluciones. La capacidad del lenguaje político para construir una realidad alternativa, una situación que se adapta a las necesidades del discurso, es una herramienta poderosa, pero también peligrosa. Esa capacidad de crear simulacros de la totalidad puede generar una desconexión entre el discurso político y la experiencia vivida por la ciudadanía. La brecha entre la realidad percibida y la experimentada puede ser enorme, llevando a una crisis de representación y a una falta de confianza en las instituciones. El diálogo político, por lo tanto, no debe ser visto como un simple intercambio de ideas, sino como un proceso complejo de construcción y reconstrucción de la realidad. La comprensión de la naturaleza simbólica del lenguaje político, y su capacidad para generar simulacros de la totalidad, es crucial para una participación ciudadana crítica e informada. La capacidad de discernir entre la trama construida y la vivida es fundamental para una democracia sana y una política responsable. La construcción de un panorama político más justo y equitativo requiere una constante vigilancia, un compromiso con la transparencia y un esfuerzo por conectar el discurso político con las necesidades y las experiencias de la ciudadanía. |
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