Del libre al taxi |
Escrito por Siul Nagarrabab |
Domingo, 10 de Junio de 2018 00:00 |
Fue más sencillo y hasta ingenioso, sustituir una expresión por otra, quizá porque acá se fabricaba el útil aviso luminoso que ahorraba todo esfuerzo por avistar o verificar si el vehículo estaba o no, en servicio. La expresión se hizo una curiosidad hasta excéntrica de las películas importadas, por muy popular que fuese la canción alusiva de Los Impalas para una generación, o la de Ricardo Arjona para otra. Etimológicamente, nos remite a un “vehículo” que, por cierto, siempre llamamos “carro”, con una medida o tasa de alquiler, aunque lo más importante era saber si venía desocupado, dando por descontadas nuestras habilidades contractuales frente a quien también tenía las suyas: el “chauffeur”, término que empleó la Gaceta Oficial por mucho tiempo, cuando publicaba la lista de los beneficiarios de la licencia de conducir, como toda suerte de avisos oficiales en un magazine comprensible para el país de una muy relativa industria editorial. Ni siquiera nos acostumbramos desde principios de los ochenta del veinte, por mucho que el gobierno quisiese imponer el “taxímetro”. Fracasó, porque – siendo su principal responsabilidad – no solventó el problema de las “colas”, con nuevas alternativas viales o la ordenada distribución y funcionamiento de los semáforos, por lo demás, ya diestras las personas en la rápida y previa negociación de las “carreras”, mejor que la del acuerdo y fijación oficial de las tarifas de transportación, por no mencionar la sospechosa y ventajista importación de los artefactos de medición. Lo más lejos que llegamos fue aceptar que se era “taxista” de un “carro libre”, sin que tengamos certeza alguna de la denominación del que lo alquilaba por-puesto, ya que “camionetero” es algo propio de los setenta para acá al masificarse la importación de vehículos que, a la postre, dominaron las calles venciendo a los “autobuses”. No logramos familiarizarnos con la expresión “omnibus” o “güagüa”, pero sí – gracias a la otra oleada importadora – con la “buseta” que, ahora, escasa e irreparable, resulta vencida por las tristemente célebres “perreras”. Definitivamente, ingresó el “taxi” a la jerga cotidiana no sólo por la desaparición del aviso luminoso “libre”, cada vez más fácil de hurtar y más difícil de reponer, sino por una decisión progresiva del Estado en sus diferentes niveles. Y esto, porque tratando de mejorar el transporte público, convertido también en una oportunidad para el turbio negocio, el gobierno – nacional, estadal o municipal – importaba su propia flota y, so pretexto de actualizar el parque automotor, tenía ocasión de darle trabajo a su clientela partidista y, a la vez, por lo menos, neutralizar al gremio de los transportistas que se negaban, incluso, a uniformar los vehículos con un mismo color que les diera la necesaria identidad y vistosidad en la urbe: otra curiosidad, el oficio no gozaba del estatus social que después alcanzó con la crisis, por el simple y jugoso manejo del dinero en efectivo para quienes arriesgan tanto; acotemos, subestimado o despreciado el conductor de los viejos buses, el del “metrobus” gozó de la prestancia que le concedía un buen y seguro salario, movilizándose en una unidad pulcra, ordenada y segura. Ante los “libres”, crecientemente chatarrizados, surgieron los cómodos “taxis” con aire acondicionado de un blanco y damero inconfundible, con el que se quedaron definitivamente las líneas adscritas a los centros comerciales, agigantando el aviso luminoso para la rentable publicidad de una marca. Desde principios de la presente década, siendo tan crítica la situación del transporte público y, más aún, la de la seguridad personal, son esas líneas las que circulan con sus uniforme u ornato, sin que pesquen cliente alguno en el camino tras los obscuros vidrios ahumados, pues, siendo tan alta la demanda, el negocio ha quebrado por sus costos y falta de “cono monetario” o circulante, añadidas las empresas diurnas y nocturnas que se mueven, como en otros países, a través de las redes sociales: la tendencia es la de contratar con personas conocidas o relacionadas, porque un atraco está a la vuelta de cualquier esquina a manos del contratante, del contratado o de un tercero imprevisto que husmea la ruta. El modesto bombillo “libre” y las placas de alquiler, cuya diligencia era – valga el eufemismo – compleja, o las líneas uniformadas y de gran copete luminoso, permitían distinguir a los buenos servidores de los “piratas”. Empero, todo el servicio se ha “pirateado” y, hoy, cualquier cacharro que se mueva luce válido para el desplazamiento de aceptar los pocos bolívares – faltando poco – “soberanos” que tengamos, aunque el riesgo sea inmenso y sobradamente emblemático.Reproducciones
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