Venezuela hambrienta |
Escrito por Trino Márquez C. | X: @trinomarquezc |
Jueves, 16 de Marzo de 2017 00:05 |
Venezuela está pasando hambre. Los estudios estadísticos y la evidencia empírica demuestran que una franja creciente de venezolanos comen cada día menos y peor. Este grave problema se convirtió en un punto de atención para importantes medios de comunicación internacional y nacional. BBC Mundo, The New York Times, The Washington Post y El País, entre otros grandes periódicos mundiales, le dedican cada cierto tiempo un largo reportaje a temas relacionados con la escasez de alimentos, las largas colas para conseguirlos y la búsqueda de comida en la basura. El gobierno ahora es conocido no tanto porque subsidia a sus aliados ideológicos en América Latina, sino porque dirige una nación donde las filas gigantescas a las puertas de los supermercados y las farmacias forman parte del paisaje urbano. Las fotografías de gente de todas las edades hurgando entre la basura para encontrar algo de sustento recorren el planeta. Aquí en el país, excepto para el gobierno, el tema también se trasformó en materia de alarma. Distintos especialistas en nutrición e investigadores de centros académicos alertan sobre la desnutrición y malnutrición, y los efectos nocivos que estos fenómenos provocan en la población adulta e infantil. Una generación de niños está naciendo y creciendo con un significativo déficit alimenticio. Las posibilidades de que esos niños puedan desarrollar sus capacidades intelectuales son muy reducidas o nulas. En Prodavinci, el prestigioso portal dirigido por Ángel Alayón y Willy Mckey, aparece publicado un excelente trabajo, “El hambre y los días”, en el cual el tema es tratado con densidad. Para describirlo y contextualizarlo se proporcionan datos tomados de informes oficiales, siempre atrasados, y de la indagación de Víctor Salmerón, el periodista responsable de realizar ese trabajo especial. Salmerón completa su exploración con un conjunto de entrevistas a investigadores especializados en el área. El soporte gráfico lo proporciona Roberto Mata, maestro de la fotografía. El reportaje, aunque lacerante y descarnado, no trafica ni se recrea con la miseria. No hace pornografía de la pobreza, tan frecuente cuando se aborda el asunto. Fue concebido como un llamado dramático a buscarle solución a una crisis que compromete el presente y futuro de varias generaciones de venezolanos. En el colapso del sistema alimentario se muestra el lado más ominoso del socialismo del siglo XXI. En él convergen la inenarrable incompetencia del régimen (a quién se le ocurre nombrar ministros del área a Elías Jaua y a Carlos Osorio, dos personajes que no saben distinguir entre una cebolla y una pelota de béisbol), con la sevicia contra los productores privados y la corrupción en la importación de alimentos. El cálculo alegre, imaginarse que los precios del petróleo aumentarían indefinidamente, la ceguera y el deseo de venganza contra los empresarios privados, por los sucesos durante abril de 2002, de Hugo Chávez, primero, y Nicolás Maduro, después, los llevó a creer que las importaciones podrían sustituir la producción interna de alimentos, y que la red de distribución montada por el gobierno suplantaría el tejido nacional que las empresas particulares habían tramado a lo largo de décadas en toda la nación. El resultado de semejante irresponsabilidad y esa fatal arrogancia es palpable: en Venezuela la oferta de alimentos se encuentra muy por debajo de la demanda de la población. La oferta no puede ser satisfecha por la importación porque no hay dólares para comprar en los mercados internacionales; los fundos zamoranos, los huertos hidropónicos y todos los demás soportes de la “economía popular” que se le ocurrieron al galáctico, se desplomaron. La demanda tampoco puede ser cubierta por la producción interna debido a que el gobierno, con las políticas de control y cerco constante a la iniciativa particular, destruyó a los productores agrícolas. El aparato productivo interno carece de la elasticidad para incrementar de forma sostenida y creciente la oferta de productos agrícolas porque desde hace años la inversión en el campo se contrajo drásticamente. Para colmo de males, los escasos bienes generados por el agro son captados en su mayoría por el gobierno, con el fin de distribuirlos entre su clientela a través de los Clap. En este ambiente incierto y restrictivo fue que se dispararon la escasez y la inflación. Venezuela está hambrienta, no porque una catástrofe natural se ensañó contra ella, sino porque, algo peor, una plaga maligna se enquistó en el poder desde hace dieciocho años y no quiere abandonarlo. El primer paso para erradicar el hambre es cambiar de gobierno.
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