La hora de la verdad
Escrito por Antonio Sánchez García | @sangarccs   
Viernes, 23 de Septiembre de 2016 06:53

altVuelvo a contarlo una vez más, porque nos ha llegado la hora de la verdad. No nos espera más que sangre, dificultades, sudor y lágrimas.

“Victoria a todo coste, victoria a pesar del terror, victoria aunque el camino sea largo y duro; porque sin victoria no hay supervivencia.”

Winston Churchill

Pocos, muy pocos venezolanos, y mucho menos los jóvenes que constituyen la inmensa mayoría vital y pujante de la Patria, tienen plena conciencia de un hecho que estuvo a un tris de fracturar la historia contemporánea en dos mitades y que pudo haber desembocado en una tragedia apocalíptica: la que pudo haber sido una rápida, indetenible y violenta invasión de Inglaterra por Hitler y su victoria total sobre toda Europa y la mitad del planeta. Tras de la cual, la caída de Moscú o su total subordinación al imperio hitleriano del Tercer Reino hubiera sido sólo cuestión de tiempo, el control planetario por el llamado eje – Alemania, Italia y Japón- hubiera sido un hecho consumado y el aislamiento de los Estados Unidos, como el de una gran isla retirada a las profundidades de su ser en un planeta ajeno y desquiciado. En ese planeta, América Latina no hubiera tenido nada que aportar, salvo sus materias primas. Y escoger entre sumarse al dominio germánico y tratar de sobrevivir o retraerse a la autarquía y el anonimato. El dominio ario, la desaparición de las tribus de Israel, el sometimiento de otros grupos humanos y religiosos de la faz de la tierra y la esclavización  de inmensas extensiones terrestres y marítimas, hubieran sido un hecho inevitable. Hitler hubiera coronado sus delirios. Ser el amo del mundo.

No es imaginería propia de un cuento de ciencia ficción. Fue una experiencia única, de la que los venezolanos podríamos llegar a tener algún atisbo si pensamos en la encrucijada en que nos ha puesto el destino. Durante cinco días, entre el 24 y el 28 de mayo de 1940, los miembros del Gabinete de Guerra británico, presidido por Winston Churchill, debatieron si una Inglaterra debilitada y al borde del colapso negociaba finalmente con Hitler o continuaba en guerra. La decisión que se tomó en circunstancias tan dramáticas - rendida Francia y el ejército inglés atrapado en Dunquerque - marcó el destino de la Segunda Guerra Mundial y alteró el curso de la historia del siglo XX.

Los ejércitos de Hitler habían arrasado en un despliegue inédito de genio y fortaleza militar prácticamente con toda Europa Occidental, tenía en el bolsillo a José Stalin, que se negaba a aceptar la inminencia de la invasión que ya tenía a las tropas alemanas preparadas en sus fronteras prestas a apoderarse de un país incapaz de resistir por sus propias fuerzas al implacable desplazamiento de los ejércitos alemanes y a sus aviones explorando el territorio que pocas horas después sería arrasado por sus bombarderos.

La situación, vista desde la posición del gabinete de Guerra recién instalado bajo la dirección de Winston Churchill, a quien se le acababa de encargar el gobierno del reino y la coordinación de la guerra, no podía ser más desastrosa. Francia estaba a un tris de rendirse, abandonando todos sus compromisos. Los apaciguadores, dirigidos por Chamberlain, hacían mutis con la cola entre las piernas. Hitler se había burlado de los acuerdos alcanzados en Múnich. Los Estados Unidos estaban profundamente replegados sobre si mismos y su opinión pública parecía no tener el menor interés en volver a verse involucrada en una guerra ajena, que no podía repetir lo que hacía no muchos años le había costado la pérdida de centenas de miles de combatientes. En tierra y causa ajena. Sin un solo beneficio. A Roosevelt no debía entusiasmarle la perspectiva.

Sólo ante la historia, con una clase política vacilante que desconfiaba del aristócrata bohemio y diletante que había recorrido todo el espectro de la política inglesa, que amaba la literatura y la historia, que muchos consideraban poco más que un cadáver político, que gozaba de los placeres mundanos y era él mismo un gran escritor, un gran memorialista y un pintor de indudable talento, siempre con un escocés en una mano y un habano en la otra, a una edad que delimita sueños y esperanzas e invita al retiro, Churchill sacó de lo más profundo de sus convicciones una grandeza estatuaria que muy pocos se hubieran imaginado: decidió jugarse el todo por el todo ante la historia en todo su valor de estadista, de guerrero y de conductor de masas. En una circunstancia infinitamente más compleja e importante para el destino de la humanidad que la de Julio César a orillas del Rubicón, tuvo la plena conciencia de que la suerte estaba echada. Y ésta vez era él quien la estaba echando. Cuenta que en esas horas oscuras y temibles solía visitarlo la sombra de su padre, quien jamás confiara en él y nunca esperase una mínima prueba de grandeza, y a quien le decía: “ya lo ves padre, ya llegué, aquí estoy, en estas alturas.”

En esos cinco días, que van del 24 al 28 de mayo de 1940, y que el gran historiador inglés John Lukacs describe con lujo de detalles en una obra verdaderamente fascinante, que debiera ser lectura de cabecera de nuestro liderazgo, precisamente en estos días que son cruciales para la supervivencia de nuestra Venezuela - CINCO DIAS EN LONDRES, MAYO DE 1940: CHURCHILL SOLO FRENTE A HITLER – Churchill logró  vencer todas las diferencias y aprehensiones que le rodeaban en el pesado ambiente que reinaba en Downing Street, sumó el bando de los apaciguadores a sus propias filas, y convenció a todos los ingleses que luchar contra el totalitarismo hitleriano era su destino, que moriría rodilla en tierra combatiendo al nazismo y que incluso, perdida la isla milenaria a la que se debía en cuerpo y alma, en cualquier otro lugar donde lo sorprendiera la muerte lo encontraría combatiendo a brazo partido contra el enemigo de la humanidad. Y sabiendo que en estos momentos cumbres en que Dios nos pone frente a nuestro destino nada más fatal que el engaño y la falsía, le confesó a su pueblo que no venía a ofrecerle promesas vanas ni ambiciones personales: sólo sangre, dificultades, sudor y lágrimas.

Vuelvo a contarlo una vez más, porque nos ha llegado la hora de la verdad. No nos espera más que sangre, dificultades, sudor y lágrimas. Pero libremos esta batalla unidos como un solo hombre, sin otro norte que la libertad de Venezuela y la grandeza de nuestra Patria. Es lo que nuestros mayores y nuestros descendientes esperan de nosotros. No los defraudemos.


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