El mercado del poder |
Escrito por Víctor Maldonado C. | X: @vjmc |
Viernes, 28 de Agosto de 2015 00:58 |
Todos los socialistas llegan al poder repitiendo obsesivamente la crítica leninista al Estado. Todos llegan prometiendo el derrumbe de “una máquina de opresión de una clase por otra”. Todos llegan diciendo que van a salvar al pueblo de la odiosa dominación de los que hasta ahora los han esclavizado. Y de repente toda esa algarabía se convierte en un silencio espeso. Al llegar al poder los que antes prometían la liberación definitiva son los mismos que confiscan todos los derechos ciudadanos y se convierten en usufructuarios monopólicos de un mercado de prebendas que siempre termina por arruinar a la sociedad. Ellos no son otra cosa que la profecía perfecta de lo que siempre criticaron. Su mejor realización, la más brutal y descarnada. El poder –decía Bertrand De Jouvenel- lo ejerce un puñado de hombres que controlan “la sala de maquinas”. Este grupo de hombres –que aquí llamamos rimbombantemente “Alto Mando Cívico Militar”- constituye lo que se llama el poder y su relación con los hombres es una relación de mando. ¿Y para qué les sirve tanto esfuerzo? Para dos cosas: dominar a los demás y enriquecerse indebidamente a partir de los recursos de toda la sociedad. Esa mezcla de reconocimiento y acumulación opera como un fuerte narcótico. Provoca adicción y es la razón fundamental para que el poder se corrompa en la misma medida que se ejerce sin controles y sin relevos. No es casual que el régimen –y con él todos aquellos que le prenden velas al estado fuerte- tengan como primera iniciativa el lograr la reelección para mantenerse perpetuamente en el poder. El primer objetivo histórico del Plan de la Patria es un simple anuncio de que la revolución no piensa alternarse con nadie y que para eso cuenta con la solidez de la unión cívico-militar y el pueblo en armas. Que esa declaración sea el primer objetivo histórico no es un adorno discursivo. Es la presentación esencial de lo que se proponen: ¡quedarse para siempre! Pero el mercado del poder es voraz. Bertrand De Jouvenel no duda en definirlo como una metástasis social. “El poder es autoridad y tiende a tener más autoridad. Es poder y tiende a ser más poder. O, si se prefiere una terminología menos metafísica, las voluntades ambiciosas, atraídas por la seducción del poder, le prestan su energía, ejercen su acción sobre la sociedad para dominarla más completamente y extraer de ella más recursos” hasta que no quede nada, hasta que el cuerpo social caiga desvalido y muerto porque el poder le ha extraído toda su vitalidad para su propio consumo. Al poder no le gusta la realidad porque lo increpa. No quiere al ciudadano porque prefiere ese “hombre nuevo” sometido a sus dictámenes y comprometido con la utopía. Por eso las cárceles se llenan de supuestos conspiradores mientras que las incubadoras sociales son incapaces de parir ese ciudadano virtuoso, desinteresado y fundido colectivamente que les va tan bien mientras ellos acumulan recursos y capacidad de dominio. Al poder no le gusta el libre mercado porque de inmediato se ve increpado por la competencia de realizaciones. Por eso la trama siempre es estatismo, capitalismo de estado, controles y violaciones sistemáticas de los derechos de propiedad. Esa es la razón por la que el socialismo del siglo XXI desprecia las empresas eficientes y los centros comerciales modernos. Al poder no le gusta la realización productiva ni el trabajo como camino de prosperidad personal. Porque es demasiado evidente que el colectivismo que quiere repartir lo que antes no ha producido recibe una estocada mortal ante la evidencia de que nada de eso es posible sin trabajo productivo, continuo, sistemático, organizado y fundado en el talento y la ambición personal. Al poder no le gusta la verdad. Necesita excusas para seguir su ruta depredadora. Requiere la víctima propiciatoria del día. Precisa de un culpable que los exima. Y en esas tramas terminan enredados. ¿Hay escasez? ¡Culpa de los bachaqueros! ¿Hay inflación? ¡Guerra Económica! ¿Hay devaluación? ¡Dólar Today! ¿Hay inseguridad? ¡Paramilitares! ¿Hay insatisfacción? ¡Conspiración política triangulada entre los apátridas, Uribe y el imperio! ¿Les resulta conocido? Lamentablemente esos inventos tienen consecuencias nefastas. Hay presos políticos y exiliados, expropiados y perseguidos. Pero como esta trama tiene rendimientos decrecientes y envilecimientos crecientes, hemos tenido que ser espectadores obligados de la tragedia fronteriza y la vergüenza que provoca que algunos ciudadanos apoyen los excesos que allí han ocurrido. Al poder no le gusta la complejidad. Prefiere la simplificación bestial. Y la frontera es una excelente vidriera para comprender sus efectos. Una frontera es un sistema binacional. Los ciudadanos fronterizos son hijos de la integración de un espacio en el que confluyen los de allá y los de aquí. La dinámica provoca una economía y una sociedad que hay que respetar, comprender y aprovechar. Pero reducir toda esa complejidad, tal y como lo ha intentado el régimen venezolano, solo provoca el desastre reputacional y humanitario que hoy nos avergüenza y humilla. Esto llega a ocurrir porque el poder termina siendo siempre una instancia poco inteligente, irracional y violenta, al que le importa muy poco las consecuencias sociales y éticas que su rastro vaya provocando. El mercado del poder no es consistente con el amor. No hay nada más falso y contingente que las empalagosas declaraciones de amor –por la patria, por el pueblo, por los colombianos, por los americanos, por cualquiera que en ese momento convenga- que intentan los que están al frente de la “máquina de opresión” que tanto criticaba Lenin. Mientras más lo dicen más peligrosa se torna la relación, más sinuosa, más siniestra. Porque el requisito básico para una relación de amor es el mutuo reconocimiento en relaciones de igualdad, y eso nunca es posible dentro de los márgenes de la lógica del poder. Por eso mismo el ejercicio del poder sin la debida probidad termina siendo una forma conspicua de maldad metafísica, de presencia demoníaca que disuelve y degrada, y frente al cual debemos estar siempre atentos, para reducirlo, para evitar sus consecuencias más trágicas, para evadir sus zarpazos. Los que están al frente de esa maquinaria infernal no se entregan por las buenas. Lo tenía tan claro Lenin que invocó la revolución para sacar a los que le precedieron y montarse él. Una vez que se montó, cerró la puerta, tiró la llave al vacío, y anunció que la lucha de clases había concluido. Que convenientes suelen ser los argumentos de los que se benefician del mercado del poder. Aquí pasa lo mismo, juegan a las ficciones democráticas porque no tienen más remedio, pero juegan con el ventajismo autoritario que estamos sufriendo sin ponerle las dosis de realismo que necesitamos para apreciar la realidad tal cual es, sin la evasión de llamar a cada embestida “un trapo rojo” y sin reducir todo el esfuerzo a esa mezcla de “mente positiva” y “firmeza” que algunos piden para llegar al 6 de diciembre. No hay que olvidar que en todos los sitios se cuecen habas, y que el mercado del poder no es solo el oficial sino el que se está cocinando para ser su alternativa. ¡Y es que el poder es una vaina!
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