Faltan líderes emergentes |
Escrito por Luis Fuenmayor | X: @LFuenmayorToro |
Lunes, 02 de Marzo de 2015 00:59 |
Faltan líderes emergentes
Luis Fuenmayor Toro
Desde hace cierto tiempo vengo señalando, que la diferencia fundamental, entre la situación que vivimos hoy y la vivida con la caída del bipartidismo adeco copeyano, radica en la inexistencia actual de un liderazgo que entusiasme a los venezolanos. Luego de la destitución de Carlos Andrés Pérez, le tocó a Rafael Caldera (30,46 % de la votación) asumir el liderazgo del país en una apretada competencia con Claudio Fermín, quien llegó en segundo lugar con 23,60 % de los votos, Oswaldo Álvarez Paz en el tercero con 22,73 % y Andrés Velásquez en el cuarto puesto con 21,95 % de los votos, en unas elecciones donde la abstención fue de un 40 por ciento. Caldera y su reciente partido Convergencia fueron acompañados por una gran cantidad de organizaciones, en su mayoría de izquierda, como el MAS, que aportó un 10 por ciento de los votos escrutados, que resultaron indispensables en la victoria de Caldera.
Pero Caldera no era un dirigente nuevo; muy por el contrario, su liderazgo tenía 60 años de haberse iniciado y estaba entre los creadores del régimen bipartidista adecocopeyano, que agonizaba en la última década del siglo XX luego de ser responsable de los gobiernos de los 35 años inmediatos anteriores. La crisis económica de 1983, que se evidencia con la devaluación del 18 de febrero, el famoso viernes negro; el Caracazo de febrero de 1989, del que se cumplirán pronto 26 años, y los golpes militares de febrero y noviembre de 1992, demostraron la inviabilidad de continuar con aquel modelo, en forma similar a como la debacle económica actual y la pérdida de apoyo popular del Gobierno demuestran también la inviabilidad del modelo asumido, a partir de febrero de 1999. Pero a finales de los noventa había un liderazgo emergente: Irene Sáez, Salas Römer y Hugo Chávez, no contaminados con el pasado reciente y en quienes se depositó la esperanza de cambio de los venezolanos.
Las similitudes de ambos procesos son asombrosas. Los aprietos surgen luego de un período de muy elevados ingresos, se recurre a la venta de activos nacionales, se desnacionaliza la industria petrolera, se paralizan las industrias básicas, se apela al endeudamiento externo, se procede a las ventas a futuro de nuestros recursos, se abandona la defensa de la integridad territorial, que alcanza hoy su máximo nivel con la entrega de pedazos de Venezuela, para ser administrados por empresas extranjeras bajo legislación especial. La población sufre los efectos de la inflación, la devaluación, la escasez, la corrupción, la conculcación de sus derechos, la reducción de su nivel de vida y la represión, ésta en claro crecimiento en la actualidad. La diferencia crítica con el pasado está en la ausencia de un liderazgo visible, que capitalice el gran descontento y permita un cambio dentro de un sistema pleno de libertades, anhelo que parecería ser negado por las últimas acciones y amenazas del Gobierno.
Desde hace cierto tiempo vengo señalando, que la diferencia fundamental, entre la situación que vivimos hoy y la vivida con la caída del bipartidismo adeco copeyano, radica en la inexistencia actual de un liderazgo que entusiasme a los venezolanos. Luego de la destitución de Carlos Andrés Pérez, le tocó a Rafael Caldera (30,46 % de la votación) asumir el liderazgo del país en una apretada competencia con Claudio Fermín, quien llegó en segundo lugar con 23,60 % de los votos, Oswaldo Álvarez Paz en el tercero con 22,73 % y Andrés Velásquez en el cuarto puesto con 21,95 % de los votos, en unas elecciones donde la abstención fue de un 40 por ciento. Caldera y su reciente partido Convergencia fueron acompañados por una gran cantidad de organizaciones, en su mayoría de izquierda, como el MAS, que aportó un 10 por ciento de los votos escrutados, que resultaron indispensables en la victoria de Caldera. Pero Caldera no era un dirigente nuevo; muy por el contrario, su liderazgo tenía 60 años de haberse iniciado y estaba entre los creadores del régimen bipartidista adecocopeyano, que agonizaba en la última década del siglo XX luego de ser responsable de los gobiernos de los 35 años inmediatos anteriores. La crisis económica de 1983, que se evidencia con la devaluación del 18 de febrero, el famoso viernes negro; el Caracazo de febrero de 1989, del que se cumplirán pronto 26 años, y los golpes militares de febrero y noviembre de 1992, demostraron la inviabilidad de continuar con aquel modelo, en forma similar a como la debacle económica actual y la pérdida de apoyo popular del Gobierno demuestran también la inviabilidad del modelo asumido, a partir de febrero de 1999. Pero a finales de los noventa había un liderazgo emergente: Irene Sáez, Salas Römer y Hugo Chávez, no contaminados con el pasado reciente y en quienes se depositó la esperanza de cambio de los venezolanos. Las similitudes de ambos procesos son asombrosas. Los aprietos surgen luego de un período de muy elevados ingresos, se recurre a la venta de activos nacionales, se desnacionaliza la industria petrolera, se paralizan las industrias básicas, se apela al endeudamiento externo, se procede a las ventas a futuro de nuestros recursos, se abandona la defensa de la integridad territorial, que alcanza hoy su máximo nivel con la entrega de pedazos de Venezuela, para ser administrados por empresas extranjeras bajo legislación especial. La población sufre los efectos de la inflación, la devaluación, la escasez, la corrupción, la conculcación de sus derechos, la reducción de su nivel de vida y la represión, ésta en claro crecimiento en la actualidad. La diferencia crítica con el pasado está en la ausencia de un liderazgo visible, que capitalice el gran descontento y permita un cambio dentro de un sistema pleno de libertades, anhelo que parecería ser negado por las últimas acciones y amenazas del Gobierno. |
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