La conspiración castrochavista contra la OEA
Escrito por Manuel Malaver   
Lunes, 08 de Junio de 2009 06:34
Pienso que no solo los gobiernos de la izquierda retro que prácticamente le impusieron a los países democráticos representados en la OEA el levantamiento de la sanción que en 1962 expulsó a Cuba del sistema interamericano, sino aquellos  que se plegaron a complacerlos, se equivocan si esperan que la decisión no continuará en un forcejeo –más bien una guerra- que concluirá, o en que Cuba pase a ser el primer país confesamente totalitario miembro de la organización, o que el castrochavismo se margine de la institución  para fundar una  OEA paralela que responda a los intereses y objetivos de su pretendida revolución.
 
En otras palabras: que lo que sigue en la  OEA es una época de creciente inestabilidad con graves perjuicios para la legitimidad de las instancias que deberían entenderse con las graves violaciones de los derechos humanos que recrudecen actualmente en el continente, siendo a partir de ahora imposible que ni Ortega, Chávez, Correa y Morales se den por aludidos cuando la Corte Interamericana de los Derechos Humanos falle a favor de los ciudadanos e instituciones que cada día encuentran menos justicia en sus países.
 
Y creo que en el fondo, eso era lo que se buscaba, sacar de juego a  la  OEA en la observación y precautelación de los derechos individuales a que la obliga la Carta Democrática Interamericana aprobada en Lima el 11 de septiembre del 2001, dejándole las manos libres a los caudillejos de los países gobernados por la retroizquierda para que continúen en su siniestro intento de liquidación de la libertad y la democracia en la región.
 
Porque es que, si se permite a Cuba el ingreso a la OEA con pocos o ningún requisito, y se le pide, además, disculpas,   por su expulsión a un país abiertamente totalitario, con una dictadura familiar y dinástica de hace 5 décadas,  que no admite elecciones libres y persigue la libertad de expresión, con miles de presos políticos por delitos de conciencia ¿que podrá hacerse cuando Ortega en Nicaragua, Chávez en Venezuela, Correa en Ecuador y Morales en Bolivia avancen en el proyecto de infectar e imponer la plaga totalitaria como un modelo continental y subcontinental?
 
A este respecto, no debe olvidarse que la resolución de San Pedro de Sula fue iniciativa, básicamente, del neototalitarismo, porque el viejo, el cubano, no le veía otra utilidad que humillar a su enemigo histórico, los Estados Unidos y los países democráticos que lo apoyan, sin encontrarle ninguna ventaja a autorizar un cuestionamiento del sistema que, por muy complaciente que sea,  no dejará de observar los horrores en que concluye el totalitarismo rancio y maduro.
 
Chávez, Ortega, Correa, y Morales si necesitan, por el contrario,  una OEA manipulada o dominada por ellos,  de modo, en el primer caso, que puedan restarle eficacia, o convertirla en un instrumento, en el segundo,  del establecimiento en América latina del sistema político y económico que fracasó en la URSS, China, Vietnam, Europa del Este, Corea del Norte y Cuba.
 
Y si no, a dividirla, destruirla, despellejarla, descoyuntarla, tal cual establece el principio staliniano y hitleriano de que, si una institución o individuo no contribuyen a  la gloria del Padre o el Fuhrer,  simplemente hay que hacerla estallar en pedazos.
 
Plan que, lógicamente, empezaría creando una OEA paralela, pero no se piense que para hacerla permanecer y perdurar, sino  para ir destruyendo a la otra, y llegar a la frontera ideal en que no exista ninguna.
 
Eso, por lo menos, es a lo que aspira el auténtico, real, e indiscutido jefe de la retroizquierda, Fidel Castro, quien no quiere desaparecer de este mundo sin llevarse a la tumba a la organización que lo condenó y expulsó de su seno, convirtiéndose en causa eficiente de que su “revolución” no se extendiera por el continente.
 
  Manías de anciano sin futuro, claro está, pero que expresan palmariamente el síndrome de Conde de Montecristo que invade a este seudo libertador que, aun con un pie en el más allá, no puede dejar de percibir que hizo parte de un colosal fracaso histórico y deja a Cuba y a su gente al borde de la disolución.
 
No es,  sin embargo, lo que están dispuestos a hacerle comprender los Ortega, Zelaya, Chávez, Correa y Morales, que, incluso, con los aplausos de Lula, Kirchner, Vásquez,  y el silencio de Calderón, Arias, Uribe, García y la señora Bachelet, se han prestado a una comparsa para que, no solo los países gobernados por los caudillos de la retroizquierda, sino los democráticos, tengan menos democracia o empiecen a perder la que les queda.
 
Porque es difícil precisar  si estos últimos se han enterado que antes de San Pedro Sula, Ortega, Chávez, Correa y Morales han avanzado en sus proyectos totalitarios ante la complicidad y parálisis de la OEA y después de San Pedro Sula, lo que seguirá será un derroche de vesania dictatorial que colmará los últimos espacios libres que restan en esos países.
 
Venezuela es el mejor ejemplo para demostrarlo, donde Chávez ha acelerado el proceso de violación de los derechos humanos, profundiza la guerra contra la libertad de expresión, dice que acabará con los ricos y la riqueza del país y que establecerá una dictadura vitalicia que lo mantendrá en el poder hasta el 2030 y eventualmente hasta finales del siglo XXI, a través de sus herederos, tal cual ocurre en Corea del Norte y podría ser también el caso de Cuba.
 
Y si para el actual Secretario General de la  OEA, José Miguel Insulza, estos no son  motivos para alarmarse por la salud de la democracia en Venezuela, ¿que ocurrirá después de San Pedro de Sula que no sea aceptar que el totalitarismo es parte de las particularidades históricas del subcontinente, al igual que los paredones de fusilamientos, los campos de concentración y las desapariciones forzosas, tal cual acaba de manifestar la cancillera de Honduras, Patricia Rodas, en una entrevista con CNN en español?
 
En otras palabras: que la OEA post San Pedro de Sula, no es solo que puede proceder a reformar la “Carta Democrática Interamericana” para permisar el ingreso de la dictadura totalitaria cubana a la organización, sino  también darle luz verde a los gobiernos de la retroizquierda para que terminen de destruir en el subcontinente lo que resta de democracia y lleven adelante el exterminio global que 70 años de comunismo no lograron en la  URSS, y 50 en China, Corea del Norte, Vietnam, países de Europa del Este y Cuba.
 
Y si no, adiós OEA, adiós democracia, libertad, sistema interamericano, derechos  humanos, elecciones libres y todo lo que impide que una sociedad del siglo XXI retroceda hacia la monarquía absolutista y la esclavitud.
 
Un panorama aterrador que, igualmente, debe conectarse con  la vocación y decisión de la retroizquierda latinoamericana de hacer parte de la conspiración terrorista y global contra la democracia y la libertad y que ya va por la alianza férrea que sostiene con Mahmoud Ahmadinejad para continuar el programa de fabricación de la bomba nuclear iraní para desaparecer del mapa a Estado de Israel y  destruir al capitalismo y la democracia occidental en una suerte de cruzada del  siglo XXI que no esconde el objetivo de convertir al planeta en una teocracia fundamentalista transvasada de la Alta Edad Media.
 
En definitiva,  el regreso del oscurantismo en el mejor estilo inquisición española y de la umma fundamentalista islámica,  solo que aderezada, no por los siempre respetables textos sagrados de El Corán, sino por las tesis fraudulentas de una ideología materialista y atea como el marxismo.
 
Apta para estructurar dictaduras totalitarias y monarcas de nuevo cuño que reclaman la naturaleza divina de la historia, como que es el único vehículo para embaucar grupos sociales tribales y con pánico ante la igualdad política y la sujeción al estado de derecho y a la  Ley que emana de la democracia consensuada, plural y constitucional.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
    
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