De la degustación de calle
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj   
Lunes, 19 de Febrero de 2024 00:00

altConvengamos mejor en el gesto eufemístico para referirnos a un problema que es inicial y gravemente sanitario, como el de vernos forzados  a comer literalmente en la calle. 

En medio del tránsito vehicular y peatonal,  el gas de las peores intenciones medioambientales, la basura, los huecos, la mendicidad que rebrota, incluso, confiscada la acera, se levanta otro símbolo del socialismo del siglo XXI, alterno a la motocicleta de la más baja o alta cilindrada: el carrito de perro-caliente, cuyo diminutivo debemos atribuir solamente a la costumbre. 

Quizá como esas cuentas en las redes digitales que versan sobre las hormigas-tanque y otras de las millones de especies existentes en el planeta, los  tales carritos conforman el enjambre de las calles del hambre en las todas las ciudades y pueblos, urbanizaciones y barriadas, susceptible de un reparto feudal para el consumo masivo y pretendidamente barato de la comida chatarra de este siglo. Huelga comentar las condiciones sanitarias, las de un campante y desvergonzado subempleo o la privatización de los servicios públicos de electricidad, aunque deseamos subrayar un importante hecho cultural: el consumo mismo en los espacios abiertos y públicos.

Sentimos que los venezolanos de las grandes metrópolis, al menos, no adquirimos la costumbre de comer en restaurantes con mesas organizadas y extendidas a la vía pública, quizá porque enfriaba rápidamente la comida en un ambiente propenso al abigarramiento y el caos en los espacios disponibles, quizá por el altísimo riesgo de que la clientela huyera sin pagar, práctica conocida como la de ”echar el carro”. Mi generación supo de mesas que rasgaban los bulevares, café, cerveza, una hamburguesa o sandwiche de rápida elaboración, que liquidó la enorme inseguridad personal y la incesante pedigüeñería gerenciada por sendas mafias, a lo  mejor imposible de reeditar, como lo desean, en esta era del flamante socialismo del siglo XXI. 

Ahora, existen los carritos de perro-caliente, hamburguesa, cachapa, y a la espera de otras invenciones, rodeados de sillas de plástico y mesas pequeñas de madera, a veces, bajo grandes toldos, dedicada un área reducida a la bombona de gas o el correspondiente cableado eléctrico, los cuñetes con agua, las grandes cavas con sus insumos, y uno o dos cestos de basura. Poco importa si ubicadas frente a locales formales del mismo ramo que pagan impuestos, hay unidades de numerosos subempleados, añadidos los de protección que garantizan un creciente control de la zona para que estacione la clientela que no necesariamente abunda en la noche o en horas de la madrugada, en abierta burla de los vecinos impotentes que no consigan siquiera que bajen el volumen a las grandes cornetas.

Lo peor de todo es que ya es hábito promedio el de comer fuera de un recinto especializado, seguro y confortable, aireado, con baños, atendido por personas que gozan de plena identificación, soportando un exceso de cargas fiscales y parafiscales, susceptibles al reclamo de la clientela, confiables hasta por una tradición de años, aun cuando nos parezcan taguaras. Ya se hizo costumbre el consumo callejero que algunos se atreven a llamar degustación, aunque no es exactamente eso el permanente peligro de caer prisioneros de una bacteria que puede ser mortal.

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