Estética de la descomposición |
Escrito por Siul Nagarrab |
Domingo, 15 de Abril de 2018 00:00 |
Por varios años, torres como la Phelps y la Polar de Plaza Venezuela estuvieron coronadas por sendos motivos publicitarios. Lograron convertirse, quizá involuntariamente, en emblemas para la ciudad capital, como ocurrió, décadas más atrás, con el inmenso aviso luminoso de una empresa chocolatera venezolana en Bello Monte, sector de gigantescos pendones que cuelgan de algunos edificios, consagrando la arquitectura-pancarta consumada por la sede del SAIME en el centro histórico. La mirada citadina se habituó a la taza de café y a la bola que copetearon los altos inmuebles, en clara promoción de una marca de café y otra de refresco. Las autoridades ordenaron retirarlas, por cierto, como no ocurre con las vallas clavadas a las azoteas de numerosos edificios por una empresa que, estatizada, no las retira ni se hace responsable del daño estructural ocasionado, como si los artefactos herrumbrosos condensaran toda la intemperie urbana. Cada vez que transitamos la zona que ya no es el referente comercial y recreacional que fue, Plaza Venezuela luce desnuda al faltar la ingeniosa y atrevida publicidad que complementaba, sin afectarlo, el diseño arquitectónico original de ambas torres. Todavía luce obvia la complementación, porque – en un caso – la taza de color contrastante con el negro como valor, acunando los rayos solares en la cristalería, le concedía otro sentido al paisaje, como – por otra – las tres franjas de la bola le concedían identidad al gris claro del concreto que, en perspectiva, competía lealmente con la otrora Torre de la Prensa que se finge sentada sobre una magnífica obra de Jesús Soto, hoy evidentemente descuidada. Posiblemente, las dos moles en cuestión siempre esperaron por una obra escultórica de buenas proporciones que las ensombrerara. Y es que, con anterioridad, fueron exponentes de grandes letreros o vallas que no llenaron esa necesidad estética de complementación, como hábilmente supieron hacerlo Pepsi-Cola y Nescafé en su momento, cual Savoy en los mediatos aledaños. El vistazo arquitectónico de Caracas es el de la precariedad galopante y el de la cruel desnudez de sus herrumbres, como pocas veces conoció en las largas décadas del esplendor petrolero. En definitiva, tratamos de la mirada pre-elaborada del socialismo real que, al igual que otros países que lo padecieron y lo padecen, goza morbosamente de una estética de la descomposición. .
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