El domingo en la noche falleció mi compañero y amigo Franzel Delgado, el psiquiatra que desenmascaró a Chávez. Esa muerte me duele sinceramente y deseo contarles nuestra historia.

Franzel y yo estudiamos juntos desde kínder hasta todo el bachillerato y éramos muy unidos en la infancia, en esa edad de la inocencia donde además nuestras madres eran amigas.

En 1958, a la caída de Pérez Jiménez, él como hijo de Kotepa, un comunista ortodoxo y fundador de Últimas Noticias, lógicamente la política lo llevó a militar en el PCV y yo, por razones darwinianas y positivistas opte por la democracia. Empezamos a alejarnos progresivamente, sin que necesariamente se perdiera el afecto de algún lado. Cuando nos graduamos de bachilleres y empezamos a estudiar medicina, él se fue a la Escuela Razetti y yo a la Escuela Vargas, por lo que dejamos de frecuentarnos. Durante la juventud militamos fuertemente en campos antagónicos y por nuestras diferencias o por las pocas oportunidades de vernos, nos alejamos más.

Cada uno siguió su vida, los postgrados, los matrimonios y la cotidianidad nos separaban, pese al afecto que uno guarda por un viejo amigo de la infancia. Luego supe que se había apartado de la política y concentrado en su especialidad llegando a ser un gran psiquiatra y presidente de la Sociedad Venezolana de Psiquiatría, desde donde alertó al país adormecido contra la embriaguez de poder del difunto, todo un caso de psicopatología grave, que lo llevó no solo a él, sino a otros psiquiatras de primera línea a denunciar el peligro de tener a un gobernante tan enfermo psiquiátricamente hablando, cosa que no es fácil en esa especialidad.

En esa coyuntura nos acercamos más, pero reconstruir una amistad de tantos años y en medio del atafago diario, no fue tarea fácil.

Desafortunadamente, su enfermedad me impidió hablar sinceramente con él antes de su partida para reiterarle mi admiración y mi afecto y ahora ya es tarde. Pero quiero con este sencillo escrito rendir homenaje a un amigo del cual, probablemente por ser tan tozudo como yo, no pude despedirme como hubiese querido. Franzel fue siempre un hombre inteligente, íntegro, virtuoso, amante de su patria y pese a todas las adversidades siempre luchó por Venezuela. Paz a sus restos y mi afecto profundo a toda su familia.

Como moraleja debería quedarnos que si uno respeta o valora a un amigo honesto que piensa distinto a ti, no dejes que la política los aleje. No vale la pena. Solo le pido a Dios que lo acoja en su seno por todas las virtudes que lo acompañaron en vida. Rezaré por él, como el gran venezolano que fue.