La percha masculina
Escrito por Nicomedes Febres Luces   
Domingo, 25 de Noviembre de 2018 07:08

altA comienzos del siglo XX la elegancia masculina en Caracas fue más importante que en cualquier otro período histórico y las tiendas de ropa para hombres y sastres florecían por doquier en la ciudad.

La percha masculina de entonces, que así se le llamaba, estaba constituida por dos fluxes de casimir, uno claro y uno oscuro, para el día o la noche, un palto levita, un smoking y un frac.

El traje poseía tres piezas y por eso lo llamaban terno. Estaba formado de saco, chaleco y pantalón. En aquellos tiempos pacatos el “qué dirán” era mucho más influyente que ahora y de allí que la apariencia tenía más importancia que en nuestros días. Era tan particular aquello que la gente almorzaba en su casa con el saco puesto y si alguien andaba en la vía pública sin sombrero y sin chaleco los demás comentaban que el fulano andaba descubierto y con la barriga afuera por la calle. El sombrero era un instrumento indispensable y los había de diferentes tipos para todas ocasiones: el de pajilla que era el más cotidiano, tanto que estimuló a los Aristiguieta a montar la fábrica La Britania, luego el jipijapa o de Panamá que era más lujoso, también el de fieltro tipo tirolés, el pumpa para actos solemnes y el camarita algo menos. Había sombrereros excelsos en la Caracas de 1900, Henrique Chaumer, Noel Gambué, José Egea, Emile Roche y otros. Pero también había tiendas que vendían sombreros a la moda: La Palma de Wisse, que dio nombre a la esquina, Cubría y compañía, Pérez & Domínguez, Hermanos Musso o el Salón General. Allí también vendían las corbatas a la moda en los distintos tipos y que eran una prenda necesaria y de buen tono: las corbatas largas, las de lacito, de pañoleta y de plastrón. Los zapatos eran botas, abotonados, de un tono y de dos tonos, brodequines y las zapatillas para el frac, siendo las zapaterías más importantes la de Paúl y Cia, la de José Bocardo, la tienda Pichín de José Valle, la Bota Colorada de Juan Santos y los famosos anticuarios Zuloaga o La Malagueña de Alberto Sabal.

Las camisas, empezando con la de dormir, la cual era un camisón largo hasta el tobillo y con gorrito para dormir y no manchar la almohada. Las camisas de calle no tenían cuello ni puños que se intercambiaban mediante botones de hueso o de metal. Los cuellos eran de piquito para el palto levita, rectos para el frac, doblados para el flux y eran duros como las pecheras. Todas esas prendas duras (puños, cuellos, pecheras) se lavaban en la lavandería de los chinos que ya estaban instalados aquí y visitaban las casas en busca de su mercancía para lavar y no había que irlas a llevar a la Lavandería Americana, la única que había. Las primeras aguas de colonias habían sustituido al aguardiente aromático de los abuelos. Ellos eran una botella de aguardiente donde metían ramas de yerbaluisa, o reseda, aromosa, romero, albahaca, alhucema y un toque de sal y lo dejaban macerar unos días, especialmente en tiempo de luna llena y luego lo usaban después como perfume. Para el cabello se usaba agua de quina y aceite de castor.

Las joyas eran pocas: el reloj de leontina o el de bolsillo colgante pendiendo del ojal del chaleco, también el prendedor de la corbata y las yuntas de lujo o de uso cotidiano. Este artículo fue escrito a cuatro manos con José García de la Concha, un hombre atildado de entonces. No he podido encontrar ninguno de ellos pues fueron regalados por los descendientes a distintos grupos de teatro hace mucho tiempo. 


Las fotos son en primer lugar un grupo de caraqueños con sombrero de pajilla, luego el doctor Arcaya con corbata de lacito y leontina

Fuente: FB del autor

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