Rómulo, Picón Salas y los intelectuales venezolanos frente a Fidel Castro
Escrito por Antonio Sánchez García | @sangarccs   
Martes, 23 de Octubre de 2018 00:00

altEscribe Rómulo Betancourt en su ensayo sobre tres ilustres compañeros generacionales, J. M. Siso Martínez, Juan Oropeza y Mariano Picón Salas, publicado en Caracas en 1977

refiriéndose a su relación altamente crítica y de condena inapelable a la recién victoriosa revolución castrista “Los tres evadieron la tentación totalitaria tan atractiva para intelectuales oportunistas y sin osatura ética. Y no ocultaron su repudio a los coros de intelectualoides, babiecas farsantes, que en los años sesenta se dedicaron a ensalsalzar la llamada revolución cubana y a quemar orobias a los pies del júpiter habanero de menor cuantía, inmerso hasta las pobladas barbas en la sangre de los cubanos inmolados sumariamente en el paredón.”

“Mariano Picón Salas utilizó – él, tan atildado en su estilo literario – un lenguaje nada benévolo para condenar la orgía de fusilamientos, en la Cuba de los años 60, de personas a quienes no se otorgó legítimo derecho a la defensa. Esos asesinatos “legales” los ordenaron Fidel Castro y sus principales acólitos: su hermano Raúl y el “Che” Guevara. Se intentó justificar esa masacre en frío, groseramente criminal, con el argumento especioso de que los fusilados entre gallos y media noche habían sido soportes de Batista. Aun cuando ello fuera cierto, a nadie en el civilizado Siglo XX se le fusila sin antes permit´risele el derecho a defenderse ante tribunales idóneos. Pero la verdad es que enuna fosa común se amontonaron y entremezclaron cadáveres de batisteros con luchadores por la libertad, reacios estos últimos a que la autoracia de Fulgencio Batista fuera sustituida por la autocracia de Fidel Castro. Y hostiles, además, a la idea de que Cuba hiciera dejación de su soberanía de Patria, ganada en la manigua por José Martí y la generación mambisa, para devenir semicolonia en el Caribe del imperio ruso. Pagaron caro esa conducta altamente patriótica hombres como Sorí Martín, Eufenio Fernández y Hubert Matos.”[1]

Inserta luego una nota de pie de página, para aclarar que esas palabras no las decía en el vacío de una apostilla crepuscular, oropel justificatorio de quien ya lejos de la presidencia se habría lavado las manos ante tan horrendos crimenes de lesa humanidad: “No guardé silencio cómplice ante el desborde de barbarie oficializado de los fusilamientos en Cuba. El 21 de abril de 1962, con mi firma de Jefe de Estado, envié desde Miraflores un telegrama de protesta al Dr. Oswaldo Dorticós, Presidente-pantalla de Fidel Castro. Es este: ‘ME DIRIJO A USTED CON EL FIN DE SOLICITAR SU HUMANITARIA INTERVENCIÓN PARAQUE CESE LA APLICACIÓN DE LA PENA DE MUERTE A LOS OPOSITORES DEL ACTUAL GOBIERNO DE CUBA. ESTA ESPONTÁNEA GESTIÓN MÍA LA ANIMAN IMPULSOS DE SOLIDARIDAD HUMANA Y NO CONSTITUYE INTERFERENCIA EN LAS CUESTIONES POLÍTICAS INTERNAS DE CUBA. CUYA DILUCIDACIÓN CORRESPONDE A LOS PROPIOS CUBANOS. ESTOY SEGURO DE INTERPRETAR EL PENSAMIENTO Y EL SENTIMIENTO DE LOS VENEZOLANOS AL INTENTAR ESTA GESTIÓN, SUSTENTADA EN NORMAS DE RESPETO A LA VIDA HUMANA EN LAS LUCHAS POLÍTICAS, INSCRITAS NO SOLO EN LOS TEXTOS JURÍDICOS DE LAS NACIONES UNIDAS Y DE NUESTRO SISTEMA REGIONAL, SINO TAMBIÉN EN LA CONCIENCIA Y EN LA SENSIBILIDAD DE LOS HOMBRES Y MUJERES DE AMÉRICA’.”

 La historia extendería un doloroso mentis a la afirmación del presidente Betancourt que generalizaba a todos los venezolanos y latinoamericanos el repudio a las horrorosas prácticas inhumanas con que el triunvirato que sostenía el poder de la revolución hacía escarnio de los derechos humanos y elevaba la bárbara práctica del paredón y los fusilamientos expeditos a asuntos de menor cuantía. Sobraban en Venezuela quienes los aplaudían. Peor aún: elevando en todo tiempo al asesino y su revolución fusiladora a modelo de dignidad a seguir. Si bien en el mismo ensayo se refiere Betancourt a los términos con los que el mismo Mariano Picón Salas se referiría a quienes sirvieron de mercenarios a los intentos llevados a cabo por esos años por Fidel Castro por implantar y dominar la guerra de guerrillas en Venezuela. Dado el curso histórico posterior de los hechos, bien vale reproducir in extenso sus visionarias palabras:

 “Y cuando los carniceros de La Habana comenzaron a utilizar a aventureros políticos, traidores a su país, como agentes suyos para promover la subversión en Venezuela,[2]contra Castro y la dócil trahílla de sus seguidores enfiló Mariano Picón su inflamada palabra acusadora. Fustigó a “los barbudos del caos”; al “nuevo imperialismo inhumano y cruel delos comunistas” y, con acierto, puso al desnudo la causa por la cual los ejecutores cubanos de muy precisos designios soviéticos escogieron a Venezuela como la primera de las naciones latino-americanas a subyugar: sus reservas de petróleo. Lo dijo con palabras acres: ‘La subversión comunista de Cuba quiso exportarse a Suramérica, y Venezuela parecía el pivote ideal para la conjura. La riqueza venezolana, si aquí se lograba el putsch fidelista, podía pagar los trastos rotos de la caótica experiencia cubana y aun transmitir el desorden a otros países del Continente’.”

Ningún venezolano dotado de una mínima conciencia moral, y muchísimo menos si forma parte de su élite artística e intelectual, puede pretender banalizar los gravísimos hechos referidos a Cuba, a la revolución cubana y muy en particular a Fidel Castro y sus dos coejecutores de tales fusilamientos a los que aludían Rómulo Betancourt y Mariano Picón Salas a fines del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, haciendo como que el tiempo los había difuminado, que Castro había cambiado y que, por lo mismo, bien podía extendérsele un cheque en blanco y una ominosa apología con el explícito o implícito, voluntario o involuntario, manipulado o inconsciente fin de volver a empujar a una ulterior reinvasión de nuestro territorio con las trágicas y espantosas consecuencias que sufrimos descarnadamente y de forma inmisericorde quienes nos hemos negado a abandonar la que, aun habiendo o no habiendo nacido en ella, consideramos nuestra Patria.

Rómulo, que sabía perfectamente de qué era capaz el personaje y fuera el primer y posiblemente único venezolano en medir en toda su magnitud el peligro colosal que entrañaba Fidel Castro para su amada Venezuela, asumió las consecuencias. Prosigue su escrito: “La variada gama del filocastrismo venezolano, golpeado por mi gobierno con la rudeza que su conducta antipatriótica y criminal merecía, no estuvo en capacidad de agredir físicamente a Mariano cuando aun vivía. Intentaron enlodar su memoria después de muerto. Y para ello contaron con la complicidad activa del entonces Rector de la Universidad Central de Venezuela, aquel individuo mediocre y plegadizo, que para escarnio de la cultura nacional fue catapultado por una turbia conjura de profesores inescrupulosos y de seudo-líderes estudiantiles desde una rebotica de Achaguas hasta el situial ductor que en días mejores para Venezuela ocupó una vez José María Vargas. Una poblada, en trance de cólera inducida, cayapa de profesores y alumnos, agitando pancartas escritas en grosero lenguaje y profiriendo insultos plebeyos, disolvió violentamente una asamblea convocada dentro del claustro universitario, en homenaje a la esclarecida memoria de Picón Salas. Fue abucheado, silenciad o y agredido un escritor de alta jerarquía intelectual, Arturo Uslar Pietri, quien iba a decir el discurso central del homenaje fallido.”

De esos polvos, estos lodos. Se comprende la profunda grieta que divide a quienes creen posible que de esos orígenes surja la renovación de una sociedad devastada y el rechazo crítico y consecuente de quienes quisieran reescribir la historia desde nuevos principios, pues son conscientes del duro y pesado fardo que cargamos. Se comprende el oscuro turbión que continúa nublando a quienes pretenden lavarse las manos y quienes cargan la dolorosa conciencia de la profunda gravedad de una crisis manifiestamente terminal.

Notas

[1] J:M:Siso Martínez, Juan Oropesa: Mariano Picón Salas. Apostilla prologal de Rómulo Betancourt. Ediciones de la Fundación Diego Cisneros, Caracas, 1977. Págs 9 ss.

[2] Cf. Machurucuto, La Invasión de Cuba a Venezuela. Antonio Sánchez García y Héctor Pérez Marcano, Libros El Nacional, Caracas, 2007.

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