Leonardo Ruiz Pineda frente al pretorianismo de su hora |
Escrito por Dr. José Alberto Olivar | @JAOlivarp |
Martes, 23 de Octubre de 2018 00:00 |
Se conmemora un año más del sacrificio de uno de los mártires por excelencia de la resistencia contra la dictadura militar que flageló a Venezuela en la década de los cincuenta del siglo pasado. Ahora bien, dada la distancia temporal y en aras de conservar la ecuanimidad en la interpretación de los hechos, es preciso aprovechar esta singular ocasión que hoy nos reúne para ofrecer desde una perspectiva tal vez un poco diferente para la vista y oídos de los presentes, el contexto fáctico en el cual le tocó actuar a Leonardo Ruiz Pineda luego del derrocamiento del ensayo civilista que personificó el maestro Gallegos en 1948. El historiador, Domingo Irwin, señalaba de forma aleccionadora que “no resultaba exagerado afirmar que la historia política venezolana es, básicamente, la de las continuas y reiteradas tensiones entre el pretorianismo y la civilidad, es decir, entre la influencia abusiva de un grupo militar y el legítimo control civil al que está llamada a ejercer la sociedad sobre aquellos a los cuales mantiene y entrena para su defensa”. Y tal como lo afirmó, Narcis Serra y Serra: “Sin control democrático sobre las Fuerzas Armadas, no hay, verdadera democracia”. Y justamente, hacia allá es que orientaremos estas líneas, valiéndonos del enfoque teórico-conceptual interdisciplinario de las relaciones civiles y militares, para abocetar un período de la historia, abrumado de lugares comunes y añosos ritornelos. En ese sentido, no dudamos en precisar que no es frente a quien, sino frente a qué se estaba enfrentando Ruiz Pineda en aquellos azarosos años. Y para comprender a cabalidad esa realidad resulta necesario proponernos superar la visión meramente coyuntural y considerar la evolución cierta del ejército venezolano, es decir, del poder militar venezolano. Véamos. El efectivo ejército nacional fue el instrumento quirúrgico con el cual se extirpa el tumor de las guerras civiles protagonizadas por los caudillos criollos decimonónicos. Proceso que abarca desde 1898 hasta 1903. El calificado como el “ejército restaurador”, comandado por el general Cipriano Castro, muta, transformándose en un cuerpo armado que impone vía las acciones de guerra, el poder político de su jefe a lo largo y ancho del país; pero el proceso de conformación, efectivamente operativa, se evidencia es con el golpe de estado mediante el cual el general Juan Vicente Gómez desplaza a su compadre y amigo de la Presidencia de la República, en diciembre de 1908. Si bien el general Juan Vicente Gómez ejerció un control personalista sobre la arquitectura militar; no es menos cierto que fue cediendo muy gradualmente ante un proceso creciente de fortaleza corporativa castrense. De hecho, a su muerte tal como lo aseveró, Arturo Uslar Pietri, el verdadero sucesor del general Gómez, no fue el general López Contreras, sino el Ejército Nacional. En efecto, al morir el dictador el sector militar corporativo se impone políticamente. De hecho, el despacho de Guerra y Marina, se constituye en la antesala de la Presidencia de la República, porque sencillamente en términos prácticos el poder político no estaba en ningún otro sitio que en la organización militar.[2] El carácter corporativo castrense avanza significativamente durante los gobiernos de los generales López Contreras y Medina Angarita. Sin embargo, paralelamente la gerencia política de la sociedad venezolana comienza a tornarse cada vez más civil y civilista, cuya máxima expresión se pondrá de manifiesto a partir de la constitución de los partidos políticos modernos. Ello representaba una seria amenaza porque se estaba cerrando las puertas del poder político a la subsiguiente generación militar mejor preparada académicamente desde la creación del efectivo ejército nacional. El carácter corporativo militar que se venía robusteciendo desde 1917-1919 hasta los inicios de la década de 1940, entra en contradicción, se manifiesta subterráneamente en tensión con el fenómeno absolutamente novedoso de aquel entonces: los partidos políticos. No se trataba de aquellos personalistas partidos históricos (godos-conservadores versus las distintas facciones liberales-federales) de la centuria anterior, eran por el contrario organizaciones civiles y civilistas que se decían públicamente democráticas.[3] Y en una de ellas se adscribió con el fervor que le imprimía su inquieta mocedad, Leonardo Ruiz Pineda. Allí haría vida militante, doctrinaria y dirigente, allí Leonardo maceraría sus dotes de líder civil democrático. Y por ende, presto a rivalizar con propios o ajenos la conducción de la maquinaria política del Estado. El cambio político que significó el 18 de octubre de 1945, fue la oportunidad para zanjar la partida entre el poder militar y el ascendente poder civil. Sin embargo, las circunstancias obligan a conformar una novel junta civil y militar de gobierno, integrada por políticos civiles, un independiente y dos militares activos. Y frente a las notables transformaciones que el país vivió durante el trienio que va de 1945 a 1948, llama la atención que la condición corporativa del sector militar se robustece con las reformas que se aceleran en el período. Las agudas tensiones políticas entre el gobierno dominado por AD y la oposición a éste, los cuales hubo de sortear el propio Ruiz Pineda en calidad de gobernador de este su natal estado, hizo parecer que el recurso del golpe de estado estaba nuevamente a la orden del día. Y ante el ofuscado sectarismo y la incapacidad de compromiso entre los civiles políticos, los militares, se aprecian a sí mismos como suficientemente cohesionados y capacitados para dirigir políticamente el país. Así pues, logran aprovecharse de las intensas rivalidades entre los partidos políticos civiles, para avanzar en la ruta del total poder político nacional. De manera que en 1948, desplazan del poder al gobernante AD, lo seguirá en la vía de las inhabilitaciones políticas el PCV en 1950, y mantendrán muy atenuados a aquellos partidos no considerados peligros inminentes, COPEI y URD. En consecuencia, se entroniza el gobierno de las Fuerzas Armadas y no como ha querido remarcar una historiografía oficiosa que luego del 23 de enero de 1958, insistió en librar de culpa histórica al sector castrense y omitir su determinante papel durante los años en que Venezuela estuvo regida por una dictadura militar, y en la que para más señas fue asesinado a balazos Leonardo Ruiz Pineda. Una vez logrado el poder político nacional y haber “neutralizado” a los partidos políticos que podían rivalizar con su proyecto corporativo de dominación, los militares procuraron avanzar hacia la organización de un sector civil de la sociedad para que sirviera de apoyo pasivo a lo que entendían como la modernización cierta de Venezuela.[4]Y hay de aquel o de aquellos civiles que no estuviesen dispuestos a inclinar la cerviz, porque hasta su vida estaría en entredicho. Ruiz Pineda fue uno de aquellos que no solo dijeron ¡No!, sino que actuaron en consecuencia. Ofrendó su vida en una calle de la parroquia San Agustín de Caracas en 1952, donde tal vez, aun permanezca una roída placa que recuerde su alevoso asesinato, tras una cacería montada por el otrora cuerpo de policía política Seguridad Nacional. Leonardo sabía a lo que se exponía, los riesgos de ayer como hoy, siguen siendo elevados y el costo muy terrible. Pero lo movía el firme convencimiento de que Venezuela no debía seguir siendo regazo de intolerancias y falsedades. Si se quiere fue un iluso, un soñador que concibió los versos de un poema inacabado: Libertady por ello pago el precio de su tamaña osadía. Así como Leonardo Ruiz Pineda, muchos venezolanos de la hora, se mueven para resistir los embates cotidianos del poder henchido de ponzoña. A veces todo luce perdido. Y sin embargo, la Historia nos ofrece testimonio de las muestras de arrojo y constancia que en momentos cruciales, se ha vertido con sobrada generosidad. Si, la historia como la vida misma, está llena de ironías y hechos inesperados. Porque como bien acota un afamado historiador del presente: “Cuando un régimen parece más consolidados que nunca, todo, abruptamente, se viene abajo”. De tanto templar la paciencia y la capacidad de aguante de toda una sociedad, es que a veces ocurre lo inevitable. Fuerzas que lucían famélicas, se potencian de un modo tal que son capaces de zafarse la mugrienta mordaza que los oprime y pueden dar al traste con un estado de cosas infranqueable. Cuando llegue el momento de recuperar la Democracia verdadera, la paz real entre prójimos imbuidos en reconstruir el país que deseamos para nuestros hijos, la memoria de los mártires será más que enaltecida, porque su lucha no habrá sido en vano. Notas [1]Texto leído en el marco del Conversatorio “Leonardo Ruiz Pineda. La vigencia de su pensamiento”. San Cristóbal 21 de octubre de 2018, Ateneo del Táchira. [2]Domingo Irwin, “La década militar. Pérez Jiménez y las relaciones militares y civiles en Venezuela: 1948-1958”, en revista Tiempo y Espacio, núm. 69, Enero-Junio 2018. [3]Ibid. [4]Ibid.
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