¿Cuándo se jodió Venezuela? o como vaya viniendo vamos viendo
Escrito por Antonio Sánchez García | @sangarccs   
Jueves, 01 de Septiembre de 2011 08:21

altPOR ESTAS CALLES no fue más que una crónica de la cotidianidad de una sociedad decadente y desquiciada




“Vivimos revolcaos en un merengue y en un mismo lodo, todos manoseados."
E. Santos Discépolo

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Fue Vargas Llosa quien puso la interrogante en boca de Zavalita, uno de sus personajes de Conversación en la catedral, acuciado por la desesperante situación del Perú de los años sesenta. Ibsen Martínez nos la recuerda en un pasaje de su diálogo Cómo vaya viniendo, vamos viendo, en el que junto a Franklin Virgüez, su personaje de POR ESTAS CALLES Eudomar Santos recapitula sobre los últimos treinta años de vida política nacional. Y su responsabilidad en el desbarrancamiento precipitado por el golpismo venezolano y la crisis que desembocara en el régimen autocrático del teniente coronel Hugo Chávez.

Es la pregunta que ha venido a sustituir la majadería metafísica que nos acuciara durante los años de nuestra formación académica y fuera la principal interrogante de los pensadores latinoamericanos desde comienzos del siglo pasado: ¿qué somos? Cuando el problema de nuestra identidad, asumido como preocupación esencial de los grandes pensadores mexicanos, se convirtiera en el problema principal de la intelligentzia latinoamericana. Nuestras repúblicas cumplían un siglo de vida independiente sin haber resuelto ni el enigma de sus orígenes ni el destino histórico que en el concierto de las naciones les estaba reservado. ¿Judeo Cristianos? ¿Greco romanos? ¿Occidentales? ¿Repúblicas de primera, originarias, dueñas de su propia identidad o repúblicas de segunda, subsidiarias, bastardas, espurias? Fue al calor de esa indagación de antropología filosófica, acorralados entre nuestro indigenismo y nuestro hispanismo, confundidos en el crisol de razas surgido tras tres siglo de colonialismo y empujados por la gesta independentista, que la angustia metafísica del ser colectivo y nacional se hizo carne en nuestros intelectuales. El educador mexicano José Vasconcelos, exultante de latinoamericanismo, llegó a postular en 1925 la propuesta de la humanidad latinoamericana como la raza cósmica. La V raza, correspondiente al V sol de los aztecas. ¿Qué somos los latinoamericanos frente a europeos, orientales, africanos? ¿Qué llegaremos a ser?

Al calor del desarrollo, la industrialización sustitutiva y el progreso, interrumpidos por la Segunda Guerra Mundial pero retomado ya a la sombra de la Guerra Fría, la revolución cubana irrumpió cuestionando la estabilidad político democrática de nuestras repúblicas y echando por tierra esa inútil indagatoria para anunciar el amanecer de la única y verdadera respuesta, que encandiló a las nuevas generaciones y puso en pie de guerra – una guerra civil, fratricida – a la región: los latinoamericanos estábamos llamados a ser el territorio libre de un socialismo verdaderamente libertario. Había llegado la hora de concluir la obra inconclusa de Bolívar y protagonizar nuestra segunda independencia. Poco importan los resultados – para Cuba tanto como para el resto de la región afectada por el expansionismo castrista verdaderamente catastróficos y estériles - lo cierto es que esa propuesta dislocó todos los esfuerzos identitarios de las naciones latinoamericanas de la primera mitad del siglo XX para situarla en el ojo del huracán de su segunda mitad: ¿socialismo o capitalismo? ¿Revolución marxista o democracia liberal?

Puede que allí, en esa encrucijada histórica, del que aún no conseguimos zafarnos, esté la respuesta a la atribulada pregunta de Zavalita. ¿Se jodió América Latina con la llegada del castrismo cubano al poder? ¿Se jodió Venezuela en Machurucuto? ¿O ya entonces estábamos definitivamente jodidos? Carlos Rangel lo afirmaba taxativamente a comienzos de los 80, cuando señalarlo implicaba la inmediata acusación de pertenecer a la CIA. “Lo único cierto es que la historia de América Latina es la historia de un fracaso”.

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Ibsen Martínez no es Samuel Becket ni los dos personajes de su exitoso diálogo pretenden una indagatoria metafísica sobre la indefensión de nuestro ser existencial, como la de Vladimir y Estragón mientras esperan a Godot. No es el suyo teatro del absurdo. Se aproxima a un género de teatro político alemán, llamado Kabarett, en el que comediantes de gran agudeza intelectual discurren e ironizan sobre los acontecimientos políticos inmediatos. Mordaz, incisivo, irreverente y hasta escandaloso, el Kabarett lleva el contrapunto crítico a la política en la era de su conversión a espectáculo. Desnuda, ridiculiza, denuncia y concientiza al espectador con el instrumento del humor. Teatro directo, mínimo, en pequeño formato, medularmente opositor.

Tampoco es Bertolt Brecht ni sus personajes marionetas al servicio de una pieza de pedagogía política marxista. Ibsen Martínez es, y lo subraya con orgullo, un escribidor. Para ser más explícito, un escribidor de telenovelas. Ni siquiera de largo aliento. Por naturaleza y decisión, un guionista de 22 capítulos. Inconforme, vago, picaresco, desenfadado y capaz de poner en práctica su arte de los cien metros planos tras una maratón anunciada, que le permita un anticipo jubilatorio y un año sabático. O, como lo señala en su obra, otra beca de la Fundación Marcel Granier.

Modestia aparte, Ibsen es un dramaturgo de gran talento. Curioso, fiel a su ociosidad, aspirante a jugar de malandrín intelectual, prisionero de un temor aparentemente reverencial a participar en las ligar mayores de la escritura, en las que más que genialidad se requiere tenacidad, laboriosidad, disciplina, acuciosidad y un gigantesco espíritu de sacrificio como para postergar las experiencias vitales por las íntimas, solitarias y a veces morbosas indagatorias literarias. Atributos que se cumplen de manera cabal, por ejemplo, en el rescatista del terminajo que tanto le divierte: Mario Vargas Llosa. Por confesión propia: es un escribidor cuarto de milla. De ninguna manera un solitario corredor de fondo.

Lo que tampoco deja de ser una virtud. Lo fue Borges, que antes de aburrirnos con construcciones monumentales como las de Tolstoy, se empecinó en joyas mucho más cercanas a la esencia de la vida, maravillosa, insólita, fugaz, dolorosamente breve e inexorablemente finita, que a la aburrida crónica de una existencia imaginariamente interminable.

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De modo que esperar una respuesta cabal, seria y profunda a la pregunta por nuestro punto de quiebre en la hora y media de talento actoral, sorpresas e identificación entre actores y público propio del teatro infantil, es inútil. Ni Becket ni Brecht: Ibsen Martínez La respuesta llega de la mano de una divertida aunque amarga tautología: nos jodimos porque nos jodimos. Yendo un paso más allá podríamos decir que nos jodimos porque no hemos dejado jamás de estar jodidos. Porque estar jodidos es nuestro ser natural. Y la jodedera una manera sana, divertida y simpática, aunque supremamente irresponsable, de sobrellevar esta jodienda. Como lo ponen de manifiesto las risas y los aplausos de las supuestas víctimas de un régimen caudillesco, dictatorial y autocrático. De manera un tanto intrascendente, sin tomar al mundo ni tomarnos nosotros mismos demasiado en serio. Ni siquiera con la barbarie manifiesta de esta revolución de utilería, payasesca, cruenta e inútil, de cuyo paso devastador no quedarán vestigios. Ni en los responsables, que se esfumarán en las tinieblas de nuestra alegre y divertida desidia moral. Que ha metabolizado siglo y medio de dictaduras sin sufrir en apariencias ni una modesta aunque inoportuna gastritis. Ni en los dolientes ni en los que la disfrutaron. De ella no quedará ni siquiera el olvido. Tal vez el recuerdo borroso de los familiares de 150 mil asesinados en medio del fragor de la jodedera.

Con esta obra, Ibsen responde a su manera a las acusaciones de haber aventado con POR ESTAS CALLES la hoguera en que ardieron los leños carcomidos de la democracia venezolana. Tan corrompida, tan malandra y tan ladrona - hace decir a su doppelgängerEudomar Santos - como el intento por corregirla, aunque en un plano comparativo una minucia microscópica. Con profesional sabiduría, Ibsen Martínez rehúsa esgrimir moralejas. No lo dice, pero pudiera haberlo dicho pues se deduce de su teatral manera de lavarse manos: culpables somos todos. Por eso, hubiera podido concluir con las palabras de un gran poeta argentino que le es tan cercano en intención y gesto, don Enrique Santos Discépolo: “vivimos revolcaos en un merengue y en un mismo lodo, todos manoseaos…”. Es la ética con que varias generaciones de venezolanos de izquierda han practicado la moral de la viga en el ojo.

Salgo de la sala con un amargo sabor de boca. No me gusta reírme a costa de mis desgracias. Pero rescato dos grandes verdades: POR ESTAS CALLES no fue más que una crónica de la cotidianidad de una sociedad decadente y desquiciada. Y aunque alimentó el fuego del golpismo y contribuyó de manera especular a terminar por desfondar la malherida democracia venezolana, el gobierno de turno ni la sacó del aire ni cerró el canal que la transmitía. Aplausos de la sala, que a pesar de los pesares sigue manteniendo a RCTV en algún resquicio del corazón y a CAP en el cofre de los amores perdidos. Y puede identificarse con la sarcástica y a veces injusta crítica a una pobre y desvalida democracia de cabaret porque odia al régimen que la asesinara. Sin comprender que acaba de asistir a la autopsia de su cadáver. La segunda es más profunda y dolida y se refiere a la metáfora de la bolsa en que millones de metras – nosotros, los venezolanos - convivían en armonía hasta que un teniente coronel decide rajarla y desparramar su contenido por los suelos. ¿Quién y cómo las reunirá? Sobrevuela la pregunta: ¿tenemos arreglo? Con imagen sardónica el escribir parece decirnos con un guiño de ojos: “no comments”.

¿Se resuelve así la responsabilidad moral de un escribidor ante un desastre del que sólo fue un mero aunque importante ilustrador de circunstancia? Es la pregunta que me atenaza. “El mundo fue y será una porquería, ya lo sé. En el 506 y en el 2000 también. Vivimos revolcaos en un merengue, y en un mismo lodo, todos manoseados.”


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