Del obrar escrito de Manuel Caballero
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj   
Domingo, 12 de Diciembre de 2010 23:50

altMuy recientemente fallecido, el historiador supo impregnarle la vigorosa ironía, el poderoso sarcasmo y la deliciosa sátira al ejercicio del periodismo venezolano, que hoy extrañamos.

Ya exhausto en las horas vespertinas, comprometido en la denuncia sistemática del régimen cursante en Venezuela, la humorada fue más pródiga en el detalle de la memoria resistida que en la otrora burla talentosa y desafiante, convertido en un desgarre florentino que esperó por las venideras 48 horas - o más – para que el destinatario acusare recibo.

Acciondemocratista en su temprana juventud, desliza sus inquietudes hacia el Partido Comunista en los duros y retadores años cincuenta, para encontrarse luego en la compleja faena de los sesenta. E, incluso, para despecho de los socialistas veintiúnicos de la hora, también protagonizar uno de los capítulos más fecundos de la polémica marxista en Venezuela.

Lo descubrimos, finalizando los setenta, gracias a una muy publicitada edición de Centauro, insospechada ampliación de la biografía del acérrimo enemigo, Rómulo Betancourt, cuyo fascículo original encontramos afortunadamente, culminada en la presente década con la obra subintitulada “Político de nación”. El hallazgo fortuito de “El desarrollo desigual del socialismo y otros ensayos polémicos”, como “El mundo no se acaba en diciembre”, avisará de una aguerrida literatura política que hoy no encuentra imprenta, batidas las circunstancias más inmediatas en el extraviante, gigantesco y supuestamente democratizador tintero de bytes.

Experimentamos una gran fiebre por la obra de Manuel Caballero en los ochenta, la que autorizó una más pausada aproximación a su obra desde finales de los noventa para calibrar profundidades. Muchos y variados son los títulos, cuyo inventario se puede encontrar con relativa facilidad en la red de redes, destacando el que ya hizo Roberto Lovera dejando atrás a la famosa Wikipedia. Sin embargo, mencionando rápidamente los textos sobre la Internacional Comunista y Gómez como los mejores, amén del último, creemos igualmente importante la escritura de guerra que cultivó en Tribuna Popular, Deslinde, Punto o en revistas como Cambio, hasta arribar y moler las aguas como ocurrió con El Nacional, cabalgando el oxímoron que corre mejor en la política.
Llámese Sebastián Elchamo o Hemezé, caballerosamente desplegó su artillería verbal para aturdir al adversario que muy tarde comprendió cuán hondo dolían los dardos de ligerísimos recorridos. En El Universal o Tal Cual dejó sus últimas dactilares, pero – ahora – extrañaremos a Manuel y todo lo que representó: la incansable literatura política que no cesó de zanjar responsabilidades, donde todos quisieron trivialidad.

De la hipótesis prolo (n) gada
Prestigioso y convincente politólogo mexicano,  César Cansino atinó al prologar una reciente obra de José Antonio Rivas Leone: “En los bordes de la democracia. La militarización de la política venezolana” (CIPCOM/ULA, Mérida, 2010). Ejercicio crítico que realza la obra del politólogo venezolano, aporta interesantísimas consideraciones sobre el chavismo de ineludible trascendencia internacional. Sin embargo, deseamos nada más   llamar la atención sobre una hipótesis y una convicción que, algo generalizadas, se resisten a la  dilución.
En  efecto, el prologuista que declara “por no ser venezolano, no tengo nada que temer” (15), menciona un “autogolpe perfectamente planeado” (18), al referirse a los consabidos hechos de Abril de 2002. De sospechoso, misterioso y supuesto, trata el golpe de Estado en las páginas siguientes.

Desde el instante inicial, nunca descartamos la gigantesca temeridad de una operación tan acorde con el espíritu, sentido y sentimiento de aventura de Hugo Chávez, igualmente inescrupuloso a la hora de ordenar la inmediata represión desdoblado como “Tiburón 1”, y acordar la interesada e injusta amnistía de los protagonistas de Puente LLaguno y versionar los acontecimientos con un cinismo insondable. Incluye la masiva y calculada confusión con la que bañó toda la investigación, impidiendo que los parlamentarios conformaran una Comisión de la Verdad como la que universalmente se ha conceptualizado e implementado a raíz de los más grandes y dramáticos sucesos de la humanidad.
General Lucas Rincón aparte, toda la documentación por ahora disponible sobre el 11-A,  también permite armar o ensamblar los datos de un modo diferente. Objetiva y quirúrgicamente, superada la irresponsable conducta de los promotores y aplaudidores del llamado “carmonazo”, podemos ocupar los extensos espacios de la sospecha, concluyendo en una extraordinaria operación u operativo de altísimo riesgo, pero que contribuyó a legitimar un teatral reascenso al poder con toda la carga y profundidad de un metarrelato ajustado a los mitos de una asombrosa utilidad en este lado del mundo.

Pretendidamente cancelado, todo lo acaecido en 2002 puede saber de futuras investigaciones especializadas que desmientan la versión oficial, incluyendo el uso de una documentación que sobrevive a la limpieza que se hace del más íntimo patrimonio de inteligencia del Estado. De igual manera que aquellas figuras descollantes, celebérrimas y fulgurantes de la otrora oposición, ahora anónimas, silentes y cautas, pudiendo deparar ingratas sorpresas, las habrá del oficialismo que no soportarán una mirada más microscópica, por sus acciones u omisiones.

Cansino ha redactado una suerte de memorándum para que no olvidemos la presunción en cuestión, aunque puede orbitar una muy válida preocupación académica señalando rumbos metodológicos para una incursión a la verdad. No todo está escrito sobre el 11-A, es la primera de las verdades a reivindicar.




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