Invitación a filosofar |
Escrito por José Rafael Revenga | @revengajr |
Lunes, 30 de Agosto de 2010 14:58 |
En ocasión del bicentenario del nacimiento de Juan David García Bacca (1901-1992), preeminente pensador iberoamericano, hubo un renacer del interés público por quién filosofó en lengua castellana con un donaire excepcional. A continuación una reflexión personal sobre sus “tres revelaciones”. Primera revelación: Miguel de Unamuno («nuestro Sócrates») Según JDGB, Miguel de Unamuno nos brinda una primera revelación: «una conciencia puramente presentacional, simple pantalla neutral en la cual todo puede hacer acto de presencia, es una abstracción en el peor sentido de la palabra, porque encierra una mutilación real, una violencia real hecha a mí misma realidad por mí mismo». Y así, Unamuno da un salto de garrocha sobre toda la tradición de una filosofía intelectualista y racionalista —propia de griegos, escolásticos, cartesianos, kantianos, husserlianos— que establece que filosofar es un conocer. Por decirlo en otro s términos, la filosofía clásica se asemeja a un montaje teatral de ideas en escena para beneplácito de unos señores espectadores quienes se limitan a una postura de complacencia pasiva. JDGB escucha a Unamuno en este punto: «Nuestra filosofía, esto es, nuestro modo de comprender o de no comprender el mundo y la vida brota de nuestro sentimiento respecto a la vida misma». La originalísima revelación de Unamuno es que todos y cada uno de nosotros podemos «adquirir y acrecentar conciencia» a lo cual JDGB comenta: «¿Qué filósofo anterior a Unamuno planteó la cuestión n de la intensificación de la conciencia?» Y el modo de acrecentar nuestra conciencia, así como cuando ordenamos: «Tú, toma conciencia de ti mismo» o «eres un inconsciente pues no te das cuenta», parte de que sintamos dolor, que nos demos cuenta de vivir esa conciencia agónica unamuniana que ni es sádica ni masoquista en los términos convencionales sino que al contrario, dicha conciencia, o darse cuenta o toma de sí, es la que nos permite comprender y vivir «este hombre concreto, de carne y hueso». De allí, indica JDGB, el plan vital para el hombre de cuerpo y alma, es un darse cuenta mucho más allá de las reales banalidades —pues es dificil y fatuo de pensar lo contrario— de «yo soy», «yo pienso», «yo existo». O en el decir de JDGB: «Hacer que a uno le duela su ser entero es llegar a la conciencia agónica, estar en trance de muerte integral, estado en que uno notará lo que real y verdaderamente es él, y hasta qué punto es él». La conciencia agónica es la «hora de la verdad» para la cual el Rector de Salamanca dice: «Hay que pedirle a Dios que se sienta uno a sí mismo en su dolor». Y si así lo hiciésemos, afirma JDGB, «la conciencia agónica puso a la existencia a morir, y de trance tan riguroso salió confirmada y afirmada en su existencia». Aquí nos encontramos en pleno arte de la tauromaquia en la cual potenciamos nuestra conciencia. Como diría José (Pepe) Bergamín, autor de “El arte de birlibirloque “ (1930) y quien ayuda a Pablo Picasso en el montaje del “Guernica” en París en 1937 y quien llega a Caracas en 1946, acompañado por su gran amigo JDGB, invitados ambos por la Universidad Central: «El toreo es un puro juego inteligible, inteligible juego de prestidigitación... Cara y cruz, frente a frente, juntas y separadas en el peligro, la muerte y la vida; sombra y sol: como el torero con el toro... si se juntan es para poder separarse; y a la inversa: para ganarlo o perderlo todo; a cara y cruz que es como lo juega uno el todo por el todo». JDGB contrapone el dolor ontológico según Unamuno, el de verdad verdadita (»un dolor, una pena, gracias a la cual se crece sin cesar en conciencia»), aquel que surge de la conciencia agónica, con la angustia heideggeriana pues ésta que es : «el sentir que todo ente concreto, nosotros mismos en cuanto tales o cuales, fulano o mengano, somos algo puramente de hecho, caedizos, disolvibles en el Todo... no deja lugar para ninguna afirmación individual». Por el contrario, continúa JDGB, la congoja o vértigo unamunescos se centran sobre este hombre quien «resiste a la nada y la resiste eficazmente, conscientemente, en ese intento desesperado, suicida, de quererse notar no siendo, de querer tener conciencia de la inconciencia de sí mismo». Por esta senda, JDGB nota que en Unamuno «el sentimiento constituye a la persona, en cuanto por el sentimiento, unos sentimientos más y otros menos cada individuo, puede compenetrarse, disolverse, impregnar a todos los demás, y dejarse impregnar, fundirse, disolverse, con mayor o menor densidad en todos los otros». La cuestión vital para nuestras vidas, y no se trata de cosa menuda, sería levantar, por propia acción, «nuestra natural duración, a duración positivamente infinita, es decir: a eternidad, a duración infinita necesaria». Para mantenernos en pie de guerra, advierte JDGB filosofando con Unamuno, tenemos que hacer desembocar el sentimiento trágico del desconyuntamiento del hombre concreto en una esperanza eficaz que no le brinde primacía ni a la razón que nos puede iluminar ni al sentimiento que busca convencernos sino que funcione ella como vector resultante de la tensión entre razón y sentimiento: «Si por un momento aflojamos tal tensión, tal conflicto, caemos o en los dominios de la razón o en los del sentimiento puro, y desaparecerá automáticamente esa esperanza, cuya peculiar virtud necesitamos para vivir con derechos a la inmortalidad, pues ella es la garantía real de nuestra perpetuación positiva». Unamuno, como cualquier Sócrates, aguijoneaba a sus españoles con la pregunta «importuna, irreverente, ofensiva de piadosas orejas»: ¿y a mí, qué? En vez de indagar por: ¿qué es?, y de esa revelación «todos los tinglados, andamiajes, edificios, monumentos erigidos por los filósofos —armados con qué es; con esencias y logos sobre ellas— quédanse petrificados, de una pieza». Segunda revelación: José Ortega y Gasset Tercera revelación: Antonio Machado |
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