¡Un Papa pitagórico! (Última Parte)
Escrito por Iesus Markanus   
Domingo, 08 de Junio de 2025 07:44

altLos hallazgos de los últimos ciento cincuenta años de investigación científica histórica, arqueológica y filológica permiten aseverar que las doctrinas del cristianismo,

su interpretación subyacente de la Torá y su visión de Jesús de Nazaret, tienen una muy escasa y superficial relación con las doctrinas religiosas predicadas por el Jesús de Nazaret real o histórico, su interpretación de la Torá y su visión de sí mismo y la de sus discípulos[1].

En contraste, su relación es mucho mayor con las abstractas doctrinas teológicas de naturaleza lógico-matemática desarrolladas por Platón, el mayor filosofo de la antigüedad, y sus herederos intelectuales, los “neoplatónicos”.

Estas relaciones e influencias provenientes de la filosofía y la cultura helénica en general, resultarían clave, como relatamos en el resto de este artículo, para la exitosa y masiva difusión del cristianismo entre los habitantes del Imperio Romano a lo largo de los siglos II, III y IV, hasta constituirse en una nueva religión, completamente independiente de su matriz judía, capaz de desplazar a todas las religiones y cultos paganos y llevar finalmente al Imperio Romano a adoptarla como religión oficial del Imperio en el año 383, hecho que a su vez resultaría determinante en su posterior adopción entre los pueblos “bárbaros” (no romanos) que ocuparían y gobernarían los territorio del Imperio Romano de Occidente tras su derrumbe, iniciando la gestación de la Europa actual.

Como se expuso en el artículo anterior, Jesús de Nazaret fue durante toda su vida un devoto judío, y el mensaje que realmente predicó en vida fue sólo una variante, entre muchas, de la profecía mesiánico-apocalíptica derivada de la Torá que muchos otros profetas judíos habían también predicado, de forma igualmente fallida, antes y después de Jesús, a lo largo de todo el siglo I.

La profecía sostenía que pronto arribaría un líder judío (el “Mesías”) que, con la ayuda de Dios, liberaría para siempre al pueblo judío del dominio político de imperios extranjeros que había padecido por siglos. Se fundaría entonces un Imperio Judío eterno e inmensamente próspero que dominaría en adelante sobre el resto de naciones del mundo, el “Reino de Dios” en la tierra. Sin embargo, sólo disfrutarían de este reino aquellos a quienes Dios juzgara merecedores de ello en función de su acatamiento a lo largo de su vida previa de las prescripciones tanto rituales como éticas de la Torá, principalmente la práctica de la circuncisión y de los 10 mandamientos.

En esencia, los sucesivos profetas mesiánico-apocalípticos como Jesús se presentaban como mensajeros de Dios enviados para urgir y mover a los judíos que no estuvieran cumpliendo con estas prescripciones a arrepentirse de no hacerlo, expiar su error, mediante caridad y/o sacrificios, y corregir cuanto antes su conducta ante la inminencia del cumplimiento de la profecía y el juicio divino.

En el caso de Jesús, esta predica adquiría características peculiares después de su muerte. Sus apóstoles lograrían, contra todo pronóstico, mantener viva la esperanza en el mensaje del profeta y la expansión de sus fieles proclamando su resurrección e inminente regreso como el Mesías esperado para dar cumplimiento pleno a su misión, lo que se constituiría en el núcleo del "judeo-cristianismo" en adelante.

Se trataba de un tipo de prédica que, por su misma naturaleza e independientemente de sus detalles, sólo atraía como seguidores a una mínima porción de los judíos, que por de por sí eran una pequeña minoría entre la población del Imperio. Concretamente, sus simpatizantes eran los más pobres entre los “judeo-judíos”, aquellos judíos que como Jesús y sus apóstoles, habían nacido y crecido en Judea, tierra ancestral del pueblo judío y entonces provincia del Imperio Romano. Una región rural y pobre, donde se hablaba sólo una lengua ancestral judía, el Arameo, y los habitantes sólo tenían acceso a educación de tipo religioso basada en la Torá.

En contraste, más de la mitad de la población judía, los llamados “Judíos de la Diáspora” (en adelante “heleno-judíos”), habían nacido y crecido en las grandes y prósperas ciudades del Imperio y sus alrededores: Atenas, Alejandría, Antioquía, entre otras. En éstas se hablaba mayoritariamente griego, que era la lengua franca en la mayor parte de los territorios del Imperio, y los miembros de las clases medias y altas, judíos o no, recibían una educación formal "helenística" basada en el estudio de la literatura, las ciencias y la filosofía griegas (con Platón y su pupilo Aristóteles a la cabeza) que promovía el cosmopolitanismo y el pensamiento lógico-racional.

Fue un verdadero milagro llegar a crear, a partir de Jesús de Nazaret (4 a.C - 30 d.C) y su fracasada prédica, una nueva religión de atractivo para la gran mayoría de la población del Imperio Romano, a pesar de su inmensa heterogeneidad étnica y cultural. Esto sólo fue posible gracias, entre otras cosas, a la radical e imaginativa reinterpretación que llevarían adelante numerosos individuos a lo largo de los siguientes siglos  para transformar las doctrinas y prácticas rituales de sesgo étnico-nacionalista y apocalíptico de Jesús y sus apóstoles hasta hacerlas consistentes con la visión cosmopolita y lógico-racional del mundo que predominaba entre la helenizada población culta del Imperio Romano. 

Dos helenos-judíos, contemporáneos de Jesús pero ignorantes de su existencia antes de su muerte, resultarían clave para la fundamentación y catálisis de este proceso de reinterpretación: Filón de Alejandría (20 a.C - 45 d.C) y Pablo de Tarso (5 - 67 d.C)

Filón, considerado el mayor filósofo judío de la antigüedad, sería quien establecería las bases metodológicas e ilustraría el camino para esta reinterpretación del culto judeo-cristiano a lo largo de los siguientes siglos.

Filon por André Thevet (1584)

En una monumental serie de tratados filosóficos, Filón sostuvo que para extraer de los libros de la Torá la sabiduría divina atesorada en ellos, era necesario sustituir su  interpretación literal por una sistemática relectura alegórica y simbólica. A continuación mostraría que la aplicación de este enfoque párrafo por párrafo a la Torá revelaba que su contenido resultaba consistente con las doctrinas filosóficas de Platón (427 - 347 a.C) y sus continuadores acerca de los principios últimos del universo, el lugar de lo divino o trascendente dentro de ellos y las implicaciones éticas resultantes, doctrinas consideradas entre la población culta del Imperio como la cumbre de la aplicación del pensamiento racional a la comprensión del universo tanto observable como trascendente.

Por su parte, Pablo, proveería el elemento catalizador del proceso al lograr la apertura del movimiento judeo-cristiano original a la mayoritaria población de origen no judía del Imperio, los llamados "gentiles".

Una gran proeza, porque requirió convencer a los apóstoles y fieles originales, todos devotos judíos, de exonerar a los gentiles que desearan entrar al movimiento, y participar de la promesa del "Reino de Dios", de uno de los requisitos tenidos entonces, en base a la Torá, por más esenciales para merecerlo: la circuncisión de los varones; en la época una operación relativamente segura en la primera infancia, cuando la practicaban los judíos de toda la vida, pero con elevado riesgo mortal en la edad adulta en la que se pretendía que la practicaran los nuevos fieles gentiles.

Pablo también lideraría personalmente, como "apóstol de los gentiles", el esfuerzo de predicación del renovado y flexibilizado credo entre la población de las más grandes ciudades del Imperio, expandiendo con rapidez el número de fieles gentiles, de entre cuyas filas saldrían a la postre los líderes y protagonistas que en los siglos siguientes transformarían el judeo-cristianismo en un heleno-cristianismo, el futuro "cristianismo" a secas, mucho más atractivo para la gran mayoría de la población del imperio y, finalmente, para los propios emperadores romanos.

Serían algunos de los primeros discípulos de Pablo quienes escribirían, en las décadas posteriores a su muerte, los primeros Evangelios, que a la postre formarían, junto al epistolario paulino, y algunos textos más, el "Nuevo Testamento", el canon de escritos sagrados cristianos junto a la Torá y algunos textos adicionales de la tradición judaíca.

Los primeros tres evangelios, llamados "sinópticos", por compartir un amplio núcleo común, combinan una selección de los hechos recogidos por la tradición oral sobre la vida y prédicas de Jesús, con una relectura filoniana de la Torá, para construir una biografía de éste alineada con la particular visión judeo-cristiana de Pablo.

Pero el cuarto Evangelio, el atribuido de manera apócrifa a San Juan, escrito ya entrado el siglo II, sería el inicio de un enorme cambio cualitativo: la progresiva divinización de la figura de Jesucristo y la reinterpretación del esperado "Reino de Dios" en la Tierra en un atemporal y trascendente "Reino de Dios" en el Cielo.

Esta incipiente divinización facilitaría la futura justificación y desarrollo, en términos neoplatónicos, de las doctrinas judeo-cristianas paulinas por obra de Orígenes de Alejandría (185 - 253 d.C), el gran heredero intelectual de Filón, y el resto de "padres de la iglesia", a largo de los siglos II, III y IV.  Pero al mismo tiempo conduciría a largo plazo a la ruptura del judeo-cristianismo con su raíz judía, dando origen al cristianismo a secas.

Por su formación matemática, León XIV es heredero tanto de la tradición intelectual platónica como de la tradición histórica del cristianismo primitivo de relectura racional, flexible y creativa de sus doctrinas y prácticas para adaptarlo a las necesidades de los hombres y mujeres de su tiempo. Este es un motivo para tener esperanzas en que el nuevo Papa pueda ser quien impulse y lidere los cambios que requiere con urgencia la Iglesia Católica, y el cristianismo en general, para adaptarse a las necesidades y aspiraciones de los ciudadanos del  siglo XXI.


Notas

[1]Para profundizar en los temas tratados en este y los anteriores artículos de esta serie, recomendamos los libros de los grandes filólogos de la religión hispanoamericanos Antonio Piñero, Adolfo Roitman y Mario Sabán, de los que son una excelente introducción sus numerosas conferencias y entrevistas disponibles en youtube.

 

|*|: El autor es Doctor en Ingeniería y Científico de Datos

|**|: Imagen por IA, Pablo de Tarso predicando

 

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Lee también: ¡Un Papa pitagórico! , ¡Un Papa pitagórico! (Parte 2)


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