Vivo en su memoria
Escrito por Rodolfo Izaguirre   
Domingo, 08 de Junio de 2025 04:18

altTuve a José Ángel Ágreda, demócrata de alto nivel, como Profesor de Física en el Liceo Fermín Toro

y años después superado  bachillerato, lo encontré y me saludó con afecto: "¡Hola, Rodolfol", Lo miré maravillado y le dije "¡Caramba profesor, qué memoria la suya! Recordar los nombres de sus alumnos que han sido tantos!" Me miró, asomó en sus labios una sonrisa amable y comprensiva y me dijo: "!Rodolfo, siempre me acordaré de ti porque tú has sido el peor alumno que ha pasado por mis manos!" Y me sentí orgulloso y me enaltecí al saberme vivo en la memoria de mi profesor y descubrí y valoré que él era un ser humano espléndido y sincero. 

Con el peso de mi edad olvido muchos momentos de mi vida escolar, pero las pesadas cargas de la Física o de las Matemáticas que me apabullaron durante los años del Liceo se vieron compensadas por el hecho de que a esa misma edad ya conocía la picaresca española, a  Quijote y a Sancho, a Lope de Vega, a Rimbaud, a Herman Hesse, a Hamlet y a Gallegos y supongo que mientras Ángel Ágreda trataba de enseñarme algunas leyes de la Física yo conversaba en el mismo liceo sobre literatura con Adriano González León, Elisa Lerner o Luis García Morales, venezolanos tan valiosos como la física, la química o las matemáticas que nunca llegué a dominar sabiendo que son esenciales en la vida humana.

Una vez estuve en el consultorio de la especialista en los riñones y en su diagnóstico la Doctora mencionó la  Creatinina y pregunté de qué se trataba. Alzó la cabeza, molesta, y en un impredecible tono altanero me regañó: "!No puede ser que Usted no sepa qué es la Creatinina!" ¡Solo le faltaba el látigo en la mano! Sin inmutarme, respondí con suave voz: "Doctora, ¿sabe Usted por qué James Joyce utiliza el monólogo interior en el Ulises?" ¡La médica enmudeció! Se percató que mas allá de los riñones nada sabía. Me encaminé hacia la salida, pagué lo que debía pagar, salí del consultorio y nunca mas volví a ver a aquella impresentable y autoritaria especialista que parecía un sargento nazi de la medicina,  ¡Aclaro que Ángel Ágreda jamás se mostró violento o displicente!

El poeta chileno Vicente Huidobro me aconsejó que no nombrara a la rosa en el poema sino que la hiciera florecer en él y entendí que también se trataba de mi propia vida, que debía iluminarla y hacer que se esparciera en ella el fragante aroma de la belleza y la sensibilidad y sin conocerla admiré a Manuela, su hija porque fue ella la que escribió el epitafio: "Aquí yace el poeta Vicente Huidobro. Abrid su tumba. Debajo de ella está el mar."

Luego fue Juan Ramón Jiménez, un poeta de Moguer, España que andaba por el mundo con un burrito llamado Platero y me dijo que en la conversación no dijera serpiente sino culebra y no dijera ave sino pájaro porque resulta ridículo, dijo, son palabras que se disfrutan en la literatura y no se habla en literatura: ¡la literatura se escribe!

Y es lo único que he alcanzado a lo largo de mi vida: leer y escribir, adorar a Belén incluso más allá de su muerte, respetar a mi familia; amar al cine, navegar y zozobrar en los océanos del arte. Es decir, un bello, costoso e inútil jarrón chino, un asombro que se arrodilla enamorado del sol, de los árboles y de las nubes que pasan y siguen pasando como aquellas olvidadas violeteras madrileñas de antaño que como aves precursoras de primavera pregonaban sus ramitos de violetas y parecían golondrinas que van piando....! 

No he escalado ningún peldaño que me sitúe en las alturas de la heroicidad y sólo soy un ser que abomina de los presuntuosos, de los que ignoran a la justicia y se traicionan a sí mismos dando la espalda al país y me entristezco cuando veo y siento que el mío, dominado por la ambición y la crueldad, se hunde en el pantano de la ignominia esparciendo pedazos suyos como escombros.

Hay otra cosa que sé hacer y apuesto a que también lo hacía Ángel Ágreda cada vez que la Física y su voluntad democrática se transformaban en el inquebrantable espejo en el que se veía: ¡Amar al país que me vio nacer! Y pensando en él, en todos nosotros y en Ángel Ágreda, respiro profundo y alegre porque sigo teniendo la convicción de que me mantengo como mal alumno en su memoria y abrazo la firme esperanza de que volveré a escuchar los graznidos de unas tenaces y valientes guacamayas.  


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