Miopía y otras miradas |
Escrito por Alirio Pérez Lo Presti | X: @perezlopresti |
Martes, 15 de Octubre de 2019 06:34 |
La vanidad y los egos desbocados son instancias malsanas, las cuales, si no están ancladas en un punto medio, no nos sirven para defendernos de las vicisitudes de la vida, sino que se revierten contra nosotros. He visto a tantos caídos por no poder canalizar su arrogancia que trato de mantener las defensas altas, cultivando la capacidad perceptiva y la sensibilidad necesaria para intentar controlarme a mí mismo. Creo que algunas estrategias han dado su fruto y en otras ha privado la condición humana…nada qué hacer. El ejercicio intelectual de ponerse a pensar qué cambiaríamos de nuestra vida si volviésemos a nacer, nos pone en situaciones apremiantes cuando en el tamiz de nuestras vivencias lo dejamos todo como está. En mi caso: No tocaría nada. Cada cosa está bien en su lugar. Además de trashumante, desarrollé paso a paso una carrera de investigador y varias veces tuve el privilegio de ganar el Premio de Estímulo al Investigador en mi país natal. Cultivé una técnica que consistía en presentar pequeños avances de investigaciones en distintos congresos y jornadas propias de mis disciplinas, que inexorablemente propiciaban crítica y debates. Algunas de estas valoraciones por parte de los evaluadores eran ajenas al sentido de justicia, pero me permitió exponerme a la crítica de colegas, quienes en buena o mala lid me hacían las recomendaciones de rigor. En ocasiones también recibía elogio, pero la mayoría de las veces era puramente crítica. Algunas acertadas, las cuales agradecía y otras por ocio de quienes miran con el rabillo del ojo el trabajo de los demás. Una vez que el trabajo era puesto en el ojo del huracán de la mirada ajena, le quitaba lo sobrante, lo compilaba con lo faltante y lo pulía con lo mejor de mí, todo lo cual formaba parte de una o más líneas de investigación. De esa forma, le daba a cada avance el formato de trabajo con rigurosidad académica (más que probado y cuestionado) y lo enviaba a revistas de excelencia, las cuales lo volvían a someter al escrutinio de un comité y finalmente salía publicado. Eso me permitió, durante años, tener un abultado número de investigaciones editadas por revistas prestigiosas, lo cual me ha abierto la puerta al mundo científico cada vez que lo he requerido. Literalmente esa técnica me salvó la vida cuando necesité demostrar mi pericia. Traigo este tema a colación porque no olvido que de manera paralela o simultánea, un grupo de colegas, algunos ya entrados en años, cada vez que me veían con mis trabajos de investigación, me daban “consejos”, que afortunadamente no escuché. Básicamente me preguntaban: ¿Por qué presentaba tantos y tan puntuales trabajos si era mucho mejor “proyectarse” dando conferencias sobre los trabajos que hacían otros, además de que era más vistoso y daba mayor categoría (caché) y admiración el hecho de dar conferencias con público abultado, que presentar puntuales trabajos de investigación. Acostumbrado a escuchar necedades, no les hice caso. Si había que dar una conferencia o tenía el interés de hacerlo, nunca me faltó el espacio ni la invitación, pero me parecía que era mucho más trascendente generar investigación provechosa y de buen nivel. Lo que no sabía en ese tiempo es que: a la hora de migrar de Venezuela, ya mis trabajos y mis libros me precedían y gente que ni sabía que existía, me conocían en los más remotos lugares. La otra crítica que se me hizo y afortunadamente nunca acepté era esta: “¿Por qué toda tu obra escrita es publicada por editoriales universitarias y no por las privadas, cuyo poder de distribución de los textos es mayor y las ganancias pueden ser significativas?”. Creo que para los fines de supervivencia, el tiempo también me dio la razón. Al momento de presentar un texto, más valor tiene desde el punto de vista académico si lo avala una institución con prestigio académico, asunto del cual carecen las casas comerciales. Total, que el trabajo acucioso como investigador y el apostar a la Academia como lo más valioso del saber consensuado, me dieron un poder que no pensé que fuera tangible, pero de alguna manera lo prefiguré. Estudiar, estudiar mucho, leer y cultivar los saberes, son las mejores inversiones que se pueden hacer. Es lo que pienso desde mi posición de hombre a quien le gusta lo que hace y no se siente atraído por los asuntos atinentes a los mercaderes de oficio, que de tanto buscar el dinero, terminan en ocasiones por ahogarse en el mismo, descuidando aquellas cosas que nos humanizan y nos acercan a las personas. En eso siento haber sido habilidoso, no solo por tener una disciplina de hierro para poder dedicarse a aquellos asuntos que nos interesan, sino para transmitirlo entre tantas generaciones de estudiantes universitarios a quienes tuve el privilegio de dar clases. No dejo de repetir que la mayor inversión que hombre alguno puede hacer es en materia educativa. La educación es la llave maestra de la existencia y nunca está de más repetirlo.
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