De la guerrilla militar a la electoral: Colombia
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj   
Domingo, 29 de Mayo de 2022 00:00

altLa más elemental definición de la guerra de guerrillas, nos lleva a características tales como la de su provisionalidad,

el desgaste que procura infringirle al enemigo, y su realización por civiles trastocados en soldados.  Sugiere el despliegue de un grupo armado capaz de adiestrarse sobre la marcha para emprender un combate irregular, periódico o continuo, reforzando otras iniciativas políticas, fueren o no violentas.

La fórmula se convirtió en un  mito fundamental de América Latina, finalmente capitalizado por la izquierda marxista que sacralizó la experiencia cubana.  Y, es necesario decirlo, si bien es cierto que Sierra Maestra constituyó un factor esencial para el derrumbe de la dictadura de Fulgencio Batista, no menos cierto es que otros elementos de profunda significación y consecuencias políticas también lo contribuyeron,  resultando decisivos. 

En Venezuela supimos de una insurgencia armada que trató de prolongarse, a pesar de la derrota política y militar sufrida, definitivamente abatida por la sensata reincorporación de sus líderes a la libre cotidianidad democrática,  las bonanzas petroleras que trastocaron importantes valores y principios de la venezolanidad, y a la conclusión de la llamada guerra fría.  En Nicaragua, los insurgentes cumplieron con el objetivo de derrocar a Anastasio Somoza, confundido el sandinismo con el Estado hasta llegar a los extremos inconcebibles del ejercicio actual de Daniel Ortega; o, en El Salvador, el conflicto se hizo demasiado prolongado y,  más o menos niveladas las fuerzas en pugna, se impuso el realismo para convenir en la pacificación y la convivencia, por entonces.

La experiencia colombiana ha sido distinta, pues, imposibilitada una victoria culminante de los movimientos guerrilleros, pronto degeneraron en actividades comerciales abiertamente ilegales y derrotados en la presente centuria, encontraron la protección y el resguardo  de Chávez Frías, desde que principió su gobierno.  Asentados en nuestro territorio, tales movimientos, a nuestro juicio, convertidos en ejércitos regulares y permanentes, excedidos en el delito para sobrevivir, han rivalizado amargamente  entre sí, añadidos los grupos escindidos o desertores, reorganizados en defensa de sus más caros intereses. 

Nadie puede pretender una versión idílica de la Colombia largamente sufrida que generó condiciones objetivas para la rebelión, pero tampoco darla en relación a las guerrillas, por cierto, un término en desuso a juicio de Jon Lee Anderson al prologar el libro de Darío Villamizar.  Éste, obviando la descomposición de los movimientos insurgentes que han contado y cuentan con el  franco respaldo del régimen de Chávez – Maduro, considera el problema un artificio o estratagema: "A fin de encubrir su incapacidad de darle salidas a la crisis y justificar nuevos impuestos para el armamentismo y la guerra contrainsurgente, el gobierno ha avivado el conflicto con Venezuela, el cual también le sirve a los intereses de la oligarquía de ese país y al Pentágono"  (vid. "Las guerrillas en Colombia. Una historia desde los orígenes hasta los confines", Debate, Bogotá, 2017: 9, 776).

Luego, movimientos armados desde lejanas décadas, pierden sus fines políticos reales, hallando otro modo de profesionalización de la violencia que, además, ya no monopoliza el Estado, sobreviviendo por los medios criminales a su alcance. Y sirve de soporte a otras iniciativas políticas inmediatas que favorecen toda tendencia a la estabilidad, entroncándose con intereses anti-occidentales de la más variada gama. 

 

Del revanchismo electoral

La violencia política colombiana ha sabido de las más variadas expresiones que permiten cuestionar la idea misma de las guerrillas, por no citar los más inverosímiles desarrollos que adquiere el delito común bajo su amparo. Recientemente, entre otros, la muerte del líder guerrillero apodado Gentil  Duarte en el estado Zulia, disidente de las FARC, actualiza una realidad imposible de ocultar; por cierto, las autoridades públicas venezolanas nunca desmintieron la noticia, abonando a la complicidad o sociedad del régimen con una situación que tiende a agravarse.

Gustavo Petro Urrego ha reflexionado sobre la guerra de guerrillas, siendo prefiriendo la  construcción de un ejército para hacer la revolución confiriéndole un profundo abolengo bolivariano a la idea, como después hicieron los sandinistas,  en lugar de la fracasada experiencia guevarista que data de una convicción de origen santandereano. Al proyectar una coordinadora guerrillera, aupando la conversión en unidades del ejército, el M-19 también fracasó como expresión de la violencia, (vid. “Una vida, muchas vidas”, Editorial Planeta, Bogotá, 2021: 44, 120, 144), agotándose en  actos insólitos y espectaculares.

La aparición de múltiples movimientos, expresó la abierta contradicción de los intereses albergados por una izquierda de una dilatada insurgencia en armas.  Sin embargo, siendo muchas las diferencias y matices, los sucesos venezolanos de fines del siglo pasado y del presente, corroboraron las grandes coincidencias.

A la militancia del M-19 les atrajo Chávez Frías y su bolivarianidad, reducido a una tentativa de golpe de Estado,  porque la izquierda venezolana “no tenía la capacidad de sacar al pueblo a las calles” y,  aunque “fue mi amigo y respeté su proceso (… )  me sembró muchas dudas el hecho de que en la fase final tratase de imitar el modelo cubano”, deriva del sistema soviético. E, igualmente, a Petro no le gustaba que los colaboradores más cercanos del mandatario venezolano tuvieran como referente a las FARC, disculpándolos porque “no eran conscientes del enorme desprestigio del movimiento”, ciegos por la “retórica y la imagen del guerrillero armado”, así protagonizaran un proceso pacífico y pluralista  (Ibidem: 193, 196).

La duradera violencia política colombiana obliga al cuestionamiento de las fórmulas y medios empleados en relación a los mismos violentos, pero se mantiene intacta una común inspiración ideológica. Obviando la desgracia de los venezolanos, Petro aspira al restablecimiento de las relaciones diplomáticas y consulares con Venezuela, por ejemplo (https://www.semana.com/nacion/articulo/que-hara-con-nicolas-maduro-y-venezuela-petro-lanza-promesa-si-es-presidente/202232), aunque se dijo que arremetió a principios del presente año contra Maduro Moros, a quien diferencia de Chávez Frías, luego de ser atacado por  Diosdado Cabello (https://www.eltiempo.com/politica/congreso/gustavo-petro-arremete-contra-el-gobierno-de-nicolas-maduro-293818).

Desconfianza aparte, respecto a las pretendidas y sustanciales diferencias, creemos que el camino de la violencia colombiana es parecido al que tomó la venezolana, convirtiendo la guerra de guerrillas, así fuese desconfigurada en el terreno estrictamente militar, en unas guerrillas electorales, donde todo era y es absolutamente válido y, después del triunfo, sinceradas las cosas, está sólo la facturación o el revanchismo político en el horizonte. Bastará recordar la eficaz burla y   cinismo que empleó un intelectual marxista del calibre de J. R. Núñez Tenorio al debatir y defender a Chávez Frías, frente a la sobriedad y profundidad de José Rodríguez Iturbe durante un debate de la campaña electoral de 1998. Acotemos, acá no había la posibilidad del balotaje.

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