El socialismo, Lula y el Foro |
Escrito por Antonio Sánchez García | @sangarccs |
Viernes, 27 de Abril de 2018 00:00 |
Por supuesto que Lula sabía, antes de acceder a la presidencia del Brasil, que el chavismo le caería a saco a las minas del rey Salomón, que Fidel Castro se apoderaría del petróleo venezolano gracias a la gestión de su hombre en Caracas, el ex guerrillero Ali Rodríguez Araque, que moviendo todos sus hilos controlaría la OPEP y presionaría al alza de los precios para acrecentar los ingresos y disponer en absoluta impunidad y sin ningún control sobre una gigantesca masa de circulante en divisas fuertes y que esos millones de millones de dólares estarían a disposición del castrismo para rebalsar el mercado, oscurecer todas las transacciones en moneda fuerte, montar una gigantesca tapadera para blanquear el otro monstruoso flujo de divisas aportadas por el narcotráfico de las FARC, llevar a sus izquierdas al Poder, y con ese colosal poderío comprarse las conciencias de los partidos, los medios, las cancillerías y terminar por fin y antes de morirse de reinar en el Hemisferio. Es el caso de apropiación de fondos públicos y tapadera de corruptelas más gigantesco que haya existido en la historia de Occidente. Al que muy pronto, como producto subordinado tras el control de las naciones, se montaría desde Brasil una de las lavanderías subordinadas, la constructora Odebrecht. La política revolucionaria convertida en carnicería de moler circulante. Marx, que afirmaba que el poder se llevaba en el bolsillo, sirviendo de káiser del mercado negro; el marxismo, de bolsa de negocios; la política, mercado de valores. Y todo ello bajo el famoso principio moral de la Ópera de Tres Centavos, del dramaturgo del Partido Comunista Alemán, Bertolt Brecht: primero a hartarse, luego viene la moral. Erst kommt das fressen, dann kommt die Moral. Que Lula, como buen perrito faldero de Fidel Castro, el Rey de los Mendigos brechtianos de esta historia tropical, asumió la administración del reparto y la distribución de lo saqueado, lo sabían todos los miembros de la Corte de los Milagros. Todos los secretarios generales de los partidos castristas del Foro, bajo la batuta de Marco Aurelio García, vivieron durante todos estos años de los favores gerenciados por Lula da Silva sobre fondos garantizados por Hugo Chávez Frías. Miguel Enríquez-Ominami, el hijo del líder del MIR chileno Miguel Enríquez, tampoco fue una excepción. Recibió en préstamo un jet durante algunos meses para su campaña presidencial. Si la enfermera de Chávez, una insignificante señora de la clase media venezolana que conquistó su confianza porque sabía poner inyecciones, se convirtió en tesorera del Estado, acumulando de ese tesoro, cientos, si no miles de millones de dólares para sus propias cuentas bancarias, ¿por qué los candidatos del Foro no habrían de meter sus brazos hasta los codos en las arcas del Banco Central de Venezuela y financiar sus campañas políticas? ¿O alguien cree que Daniel Ortega, Rafael Correa, Evo Morales, Néstor y Cristina Krichner, Pepe Mujica y José Manuel Zelaya llegaron donde llegaron por sus buenas figuras? ¿O todavía hay quienes creen que el saqueo y el desangramiento económico de Venezuela no fue el precio a pagar por tener la protección de las fuerzas armadas cubanas, la seguridad del G-2, las simpatías de Putin y la buena pro de chinos e iraníes? La corrupción en gran escala, posiblemente en la más grande escala que conozca la historia política de nuestra región, fue el único aporte del castro comunismo caudillesco y militarista venezolano a la teoría y la práctica marxistas. Desató una dinámica que llevó a los más sonados éxitos: en manos del castrismo estuvieron Brasil y Argentina, las primeras potencias regionales; Ecuador, Bolivia y Perú, en el Pacífico. Y Uruguay, Argentina y Brasil en el Atlántico. Sin olvidar el control sobre toda la región a través de la OEA bajo el secretariado del socialista chileno José Miguel Insulza. Como se demostró en el caso hondureño, la cancillería brasileña hacía de alcahueta del castrismo. Como con Marco Aurelio García en el Chaguan, de correveidile de las Farc ante Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos. Tan serio, tan sobrio y tan discreto como Ali Rodríguez Araque: los operadores perfectos del estalinismo habanero. No se trata, pues, en el caso de la corrupción a la que sirvió Lula da Silva, de haber obtenido un apartamento triplex con ascensor privado en una zona de lujo de la capital paulista para servir de plataforma al expansionismo en pequeña escala del empresariado brasileño. Ni del bochornoso asalto al tesoro público y a la corrupción a destajo de su hijo, convertido de la noche a la mañana en multimillonario paulista. Lula se ha encontrado en el centro de un amasijo de corruptelas a nivel hemisférico y mundial, al servicio del castro comunismo cubano, para apoderarse de la región. Sirvió de anclaje a Chávez, cuando éste se vio cuestionado internacionalmente. Le hizo lobby en aquellos países sobre los que logró cierto influjo. Tuvo la desfachatez de afirmar ante un grupo de empresarios hamburgueses que Chávez había sido el mejor presidente venezolano de los últimos cien años. Haciendo acopio de mendacidad, él, que como obrero metalúrgico debe haber desconocido absolutamente todo de la historia de Venezuela. Su castigo es ejemplar por los delitos que cometió y/o amparó. Manejaba, como su asesor internacional, Marco Aurelio García, la vieja consigna atribuida a Maquiavelo, según la cual el fin justifica a los medios. Por imponer el castro comunismo, han sido capaces de todo. Discípulo estelar de los hermanos Castro, Lula ha abierto una senda que debiera ser seguida cuanto antes por los esbirros y sátrapas del castrismo venezolano. Erradicar la tentación totalitaria, impedir el asalto y regreso al Poder del socialismo en toda América Latina, son nuestras tareas prioritarias. Hacer, por fin, justicia en un continente ultrajado por el castrismo. |
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