De las vergüenzas al aire
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj   
Lunes, 28 de Mayo de 2018 00:00

altLos viejos manuales de la dependencia, levantaron toda suerte de sospechas sobre las inversiones extranjeras y, aún las más modestas y convencionales,

dijeron responder a la ferocidad de un imperialismo que, por supuesto, no se entiende sin sus lacayos. Hoy, los sobrevivientes países del socialismo real, desesperan por ellas, deseándolas masivas con la garantía de una radical flexibilidad laboral, y – no faltaba más – China misma las ensaya, sin el menor escrúpulo.

Por las consabidas realidades venezolanas, la empresa Alimentos Kellogg’s, semanas atrás, anunció la cesación de sus operaciones en el patio, previa liquidación de sus empleados, realizando – señaló – el debido pago de los salarios, beneficios y prestaciones sociales de los trabajadores.  No había transcurrido un par de horas, cuando Nicolás Maduro, en uno de sus conocidos ataques histriónicos, anunció la ocupación y continuidad de la empresa que, por cierto, hizo un justo reclamo de la marca, procurándole una distinta y falsa narrativa.

Asediados por miles de circunstancias, tanto o más graves,  el hecho se deslizó para abultar lo que se esconde debajo de la alfombra y, junto al militante silencio de los más afamados teóricos u opinantes de la dependencia, quedarán centenares de personas literalmente en la calle y, por supuesto, el obrero calificado, ilustrando el caso, que gozaba de una envidiable estabilidad e ingresos regulares, sin capacidad alguna de ahorros, ingresará a los sectores marginales y, rápidamente, perderá lo poco o mucho que había logrado con sus propios esfuerzos. Valga el contraste,  una empresa que también se hizo tradición del paladar, como la Kellogg’s, no dará paso a otra que se le aproxime - unos mil kilómetros siquiera - a su eficaz desempeño, sino a lo que muy bien representa una caja CLAP, con productos desconocidos de una muy escasa calidad, cumplimentando una burda, incondicional y desesperada importación que le permite a empresas foráneas – por guyanesas que fueran – hacerse de un “mercado” al que, simplemente, le hacen el favor, arriesgando los pagos, sin la menor competencia.

Seguridad y soberanía alimentaria aparte, el relato y metarrelato madurista, algo que va más allá de la narrativa, como expresión en boga, nos permite evocar una de las grandes banderas del llamado mayo francés y su perfomance freudo-marxista que el tiempo ubicó en su justo lugar: la ocupación obrera de las fábricas. Y es que, a cincuenta años de aquélla importante movilización estudiantil, convertida en fórmula de una abismal simplicidad, el mito – de un modo u otro – sobrevive.

Partidarios también de la autogestión, desde  una temprana juventud, portadora de una complejidad en la que muchos no suelen ahora reparar, se ha elevado a un monumental y criminal disparate en las hormas del socialismo rentístico, igualmente agotado por estos años. La afectación y posterior suerte que corrió la Agroisleña, bastará para dibujar la bastardía de un régimen que versa en torno a las más anacrónicas consignas y, temeroso - por naturaleza - del libre mercado que lo descalabrará políticamente, llama ocupación obrera o autogestión, el insólito acto de estafa y ladronismo que ejerce, aunque quiebre las que fueron experiencias exitosas o relativamente exitosas,  y los burócratas – disfrazados de obreros – hagan subasta de carroñería para huir del país lo más pronto posible, añadida la correspondiente solicitud de asilo político.

Dos obras de ficción nos permiten reflexionar respecto al largo trecho existente, entre lo que se dijo y quedó de las revueltas parisinas de 1968, y lo que se pretende decir y espectralmente queda al avanzar un nuevo siglo. En “La algarabía” de Jorge Semprún (Plaza & Janés, Barcelona, 1982), el autor escenifica el triunfo de los movimientos que hicieron de Nanterre y La Sorbona, su mejor escenario, devastando a la Francia de entonces, bajo la inevitable pugna de las organizaciones ultraizquierdistas que convertían la aparición y aceptación de un lupanar, en objeto de una inútil disertación teórico-marxista; y, aunque se diga fruto de una inspirada reflexión académica, “La política económica bolivariana (PEB) y los dilemas de la transición socialista en Venezuela” (CEPES-Monte Ávila Editores, Caracas, 2010), bien nos adentra en la tragedia que todavía vivimos, la del contramilagro de quebrar impunemente a un país -  para más señas – petrolero.

La Kellogg’s, se irá y podrá volver ya superado  el régimen, pero las anacrónicas consignas de ocasión, quedarán tan definitivamente desterradas, como el relato y metarrelato de una aventura socialista que, además de conculcar las libertades públicas y personales, nos ha reducido textualmente al hambre y a la miseria. Y sorprenderá a quienes, asidos a las vetustas creencias, manías y convicciones, ideológicamente quedarán con las vergüenzas al aire.

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