Del violinista en el asfalto
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj   
Lunes, 21 de Agosto de 2017 00:01

altHa sido víctima de una  jugada de laboratorio, como la del montaje de un video, tan eficaz que produjo la reacción de un calificado vocero de la oposición que lo maltrató 

 

"Aquellos vistosos militares de 

casacas blancas nunca ganaron 

una sola guerra, si no fue las de 

represión contra las minorías 

nacionales..."

Manuel Villegas López (*)

Convertido en un limpio y legítimo símbolo de las pacíficas protestas ciudadanas, Wuilly Arteaga ha sufrido los más extremos embates represivos de la dictadura que lo ha apresado y torturado. E, incluso, al liberarlo, prohibiéndole concurrir a cualesquiera manifestaciones públicas, no repara en el abierto desconocimiento de sus más elementales derechos constitucionales.

La gesta republicana de los venezolanos, yendo más allá del instintivo rechazo al poder establecido, no por casualidad adquiere una extraordinaria representación en el joven violinista con el que hemos compartido  las faenas de calle. Por lo demás, reconociendo la importancia adquirida, la Guardia Nacional también destruyó su instrumento a la vista del mundo entero, creyendo escenificar toda una epopeya bélica que sintoniza con el imaginario enfermizo de un  vulgar acto de barbarie.

Recientemente liberado, el arquero que tensó las cuerdas bajo el espeso gas tóxico, enfrentó los poderosos misiles de agua, rifándose quizá algún disparo por arma de fuego, ha relatado la última experiencia bajo prisión, añadido el testimonio de violación de una joven en el curso de su detención. E, igualmente, ha desmentido a Diosdado Cabello, quien  exhibió una grabación en la que supuestamente Wuilly atacaba a María Corina Machado, denunciado ya como un vil montaje de los que acostumbra a difundir un programa de televisión, cuyo propósito, contenido y formato, probablemente no tenga equivalente en otras latitudes.

Luego, en otra declaración,  el joven violinista que nos permitió recordar el viejo comentario crítico que suscitó la película “Der junge Törless” de Volker Schloendorff (1966), se refirió a los verdaderos héroes que están muertos y presos, preguntándose qué más necesitan y quieren los líderes políticos – obviamente opositores - para dejar de ser tan falsos.  Y, naturalmente, hubo una reacción favorable en las redes sociales frente a un juicio tan severo, como comprensible.

Ha sido víctima de una  jugada de laboratorio, como la del montaje de un video, tan eficaz que produjo la reacción de un calificado vocero de la oposición que lo maltrató. Por más amargas las experiencias que ya acumula a su edad, después, enderezándose psicológicamente, trata de aclarar sus intenciones, como no ocurre con los críticos más avezados. No obstante, con su declaración inicial, sobresalió una predisposición  todavía dominante, propia de la antipolítica que evade la discusión en torno a la ciudadanía, los partidos y la propia represión militar y militarizante, devenida espectáculo.

Se queda en la generalidad, en el lugar común, en la inmediata sentencia condenatoria de los políticos, sin distingos o especificidades.  Quizá porque su vocación es la música y, con ella, rinde un formidable testimonio, todavía no acierta en algunos criterios de distinción del proceso que vive, en lo personal y social, requerido de un poco más de información, pues, convengamos, si algo terrible ha ocurrido por todos estos años en Venezuela, es un – precisamente – un proceso de desocialización política, de simplificación temeraria y audaz de las realidades, de retroceso cívico que, apenas, ahora, comenzamos a corregir, pues, de nada valdrá salir de una dictadura para dejar intactas las condiciones que la produjeron y sostuvieron  tan largamente.

Arteaga debe también haber observado lo que, inevitable, ocurrió y ocurre con nosotros, con más de medio siglo a cuestas, por ejemplo, en primera línea por los lados de la encendida Montalbán, al oeste de la ciudad capital. Entre las acrobacias y las carreras de una infección brutal de gases y disparos, sitiados por una tanqueta que hizo de las alas de un murciélago de metal su mejor paredón, a cámara lenta, apuntábamos el coraje de Javier Chirinos y Pepe Martínez, Roberto Campos y Freddy Guevara, quien – por cierto – orientaba a las personas con megáfono en mano, tras cada estridencia represiva, mientras otros – innombrables -  ensayaban los mejores y efímeros ángulos para el periscope de sus fatuas consagraciones, procurando avistar la motocicleta que los sacara pronto de una faena que los remitía al boletín de prensa de ocasión.

Probablemente, el violinista sobre el asfalto de las realidades, en el curso de un aprendizaje que impone al reivindicar la libertad, procurando abrirle caminos, se preguntará al respecto. No significa ni significará alejarlo de una natural vocación musical, pero sí ventilarlo en medio del inevitable ascenso ciudadano de un pueblo que afronta una increíble lucha existencial.

Mil veces decimos de libertad, democracia, tolerancia, solidaridad, justicia, respeto, realización, lealtad, autenticidad y mil veces la antipolítica, hoy disfrazada de un ultraizquierdismo farragoso, hecho gobierno, lo convierte en una estafa. Y es que, al revés de la conocida sentencia, también las verdades que repetimos mil veces se convierten en mentiras.

   

(*) Sobre "El joven Törless" de Volker Schloendorff, 1966: "Los grandes nombres el cine", Editorial Planeta, Barcelona, 1973: II, 107.


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