Del obsesivo desprecio hacia la sede parlamentaria
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj   
Lunes, 15 de Agosto de 2016 00:41

altHitler bombardeó y arrasó inclementemente con las ciudades que pudo, pero cuidó muy bien de entrar y salir de París, dejándola ilesa.

Para ella reservó algunas de sus mejores ilusiones de pintor frustrado, a la vez que demostró una mínima sensibilidad por un patrimonio cultural  irrepetible. Sin embargo, no ocurre lo mismo con aquellos que se suponen ubicados ideológicamente en la acera del frente, empeorando las cosas.

Salvando las distancias,  ciudades, pueblos y caseríos venezolanos están saturados de las pintas gubernamentales, repitiendo consignas que tampoco apuestan por un motivo gráfico más o menos novedoso.  Incluso, poco les ha importado emplear artefactos explosivos para afectar casi irreparablemente las obras artísticas de la Universidad Central de Venezuela (UCV), sin que las autoridades policiales simulen una investigación para guardar las formas respecto al declarado patrimonio cultural de la humanidad.

Inmuebles de trascendencia histórica corren la suerte del deterioro interesado a objeto de justificar las recurrentes obras de remodelación, mas no restauración, empinando un suculento negocio, incluyendo la permisividad de los impunes, masivos y feroces ataques del oficialismo que protesta. Construida en tiempos de Juan Vicente Gómez, la sede de la gobernación trastocada en sede de la alcaldía mayor, sufrió la rápida, sistemática y eficaz agresión de aquellos que no permitirían que la ocupase el por entonces victorioso burgomaestre Antonio Ledezma.

Algo semejante ha ocurrido con el Palacio Legislativo o Capitolio Federal, mancillado desde principios del presente año. Despreciada con una obsesión digna de mejor causa, puede decirse, la sede exhibe varias capas de pintas grotescas que parece regocijar a la Guardia Nacional, encargada de su custodia: hace poco, por una parte, descubrimos la escasamente famosa “manito peluda” al fotografiar el lugar con  la cautela impuesta por la delincuencia del lugar, como parte de la frustrada campaña gubernamental que pretende – cual cachicamo diciéndole a morrocoy conchudo – acusar de estafa a la oposición.

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Se dirá de un circunstancial envalentonamiento de nuevo siglo, pero nos percatamos, por otra, que ese desprecio ha sido constante por el sector ideológico y político que hoy gobierna, como lo revela una gráfica de 1968. A pesar de la derrota guerrillera, cualquier ocasión fue propicia para agredir la edificación construida en los tiempos de Antonio Guzmán Blanco, quedando constancia casi notarial de los hechos.


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