Abstemios anónimos
Escrito por Siul Nagarrab   
Domingo, 07 de Abril de 2019 08:53

altA falta de las drogas más duras y costosas, buena parte de la mendicidad no se entendía sin el licor.

Por lo general, el más barato y dañino, corroboraba aquél viejo y cruel chiste del borrachito que resbalaba y caía, teniendo la botella en el bolsillo trasero: rogaba a Dios que fuese sangre lo que palpaba con sus temblorosas manos en las nalgas.

Hoy, el colapso humanitario ha barrido literalmente con una pobreza que se hizo tristemente célebre e impertinente en las calles. La cultura petrolera que nos hizo capaces de importar fabulosas  cantidades del mejor whisky, dilapidando millones de oportunidades en un festín que el mismo Chávez creyó inacabable,  tuvo su más acabada expresión en la miseria de la que muchos intentaban escapar a través de los peores bebedizos que agravaban las enfermedades padecidas, principalmente la del espíritu.

De los veinte años bajo el consabido régimen, en los últimos dos él  ha cumplido con una promesa de solución, pero al revés: matándolos previamente de hambre, desasistidos, abandonados y socialmente sentenciados, la persona etílicamente enferma ya no puede sostener algo más que una afición y un sedante. Todo aquel que, en los últimos tiempos, ha cumplido con un itinerario de rutina, puede fácilmente observar la minimización y desaparición de los borrachitos de la calle de cualesquiera edades que la poblaban en sus recovecos y, más de las veces pensamos, ni siquiera los desafortunados gozaron de un mínimo y aceptable sepelio.

A la forzada abstención de los más anónimos del lumpen-proletariado, ahora se suma la de  las clases medias que no pueden echarse el debido guamazo de antes,  evocando los que antes acostumbraba, incluso, mientras bajaba el endiablado tráfico automotor. Un derecho perfectamente constitucional a consumir cualquier bebida lícita, en la medida que no sea señal de una patología y haya con qué sostenerla, las barras no constituyen ya una referencia del hacimiento nocturno, tratándose de los locales mejor cotizados gastronómicamente o de los llamados bares de la mala muerte que siempre tuvieron sus fanáticos, añadida la irresistible atracción por las famosas mesoneras aliadas a la penumbra.

Quedan sólo pocas alternativas y, una de ellas, descubrir una botella de muchos años de madurez entre los peroles de la casa o dar con el alma caritativa que nos obsequie con algunas respetables copas en una modesta fiesta doméstica.  Una opción, sobre todo para los muchachos, es la de apostar un carro con la maleta encervezada en la vía pública, aún a las puertas de un restaurant que pueda suministrar la catira, quizá teniendo la calle por extensión para los fumadores; mas,  una corneta de alto volumen y los peligros del hampa no prometen mucho;  u otra respuesta se encuentre en los negocios que, bajo cualquier modalidad, expresan al Narco-Estado, ya que, reducida la oferta, quebradas las antiguas y aplaudidas referencias, hay caña y buena comida sólo teniendo por delante la cartera abultada de dólares constantes y sonantes.

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Reproducción: Pedro León Zapata, El Nacional (Caracas, 11/06/1985). 

 


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