Telefonía de una etapa histórica
Escrito por Siul Narragab   
Domingo, 29 de Julio de 2018 07:57

altYa no hay espacio para la conversación privada, preferido  un lenguaje cifrado o, al menos, el que tenemos por tal, con sus habituales alusiones, eufemismos y metáforas.

Y, aunque creamos que la autocensura sólo se debe a motivos estrictamente políticos, una somera revisión de la vida rutinaria nos  remite a la imposible conversión libre y espontánea, no sólo por obra del hampa que la modela, tupiéndonos de precauciones, sino por una cada vez más reducida esfera de una privacidad asfixiada.

Relegados al hogar doméstico o al laboral que, a veces, es tan hogar como el que más,  si de compartir el espacio se trata,  solemos incomodar con un diálogo que se empeña en lo banal para disimular alguna gravedad de las tantas que sorteamos en el mundo cotidiano, frente a terceros que viven su propia experiencia. Reducidas las oportunidades para compartir un modesto café, por los costos y el peligro mismo de la calle, evacuamos asuntos amistosos, profesionales o amorosos, empuñando el móvil celular en la disputada sala de baño, cocina u otra dependencia de la casa o del trabajo, competida por otros llamantes.

El promedio de las personas que trilla la ciudad, está relegado a pocos metros cuadrados y, aun disponiendo por herencia de espacios más holgados, es una temeridad habitarlos o frecuentarlos, pues, solemos optar por sitios lo más modestos posibles y  obedecer al horario que es propio de un estado de sitio, antes que exponernos a cualesquiera de las impredecibles intenciones de los extraños. Nos reprimimos al charlar en una mesa de restaurant, por temor a los comensales vecinos, o de soltar un libérrimo sentimiento, por respeto al vecino residencial, aminorando la posibilidad de un secuestro para vaciar las humildes cifras bancarias, a través de una tarjeta de débito, o de hacer el ridículo por usar un diminutivo que no compete a nadie más.

Convengamos, no había mejor escenario que la calle para nuestras llamadas telefónicas, quizá por aquello del secreto mejor guardado es el que se hace público, sentenciado por un personaje de “La cabeza de la hidra” de Carlos Fuentes. Dándole utilidad al desplazamiento automotor o a pie, solíamos vomitar una procacidad, aventurarnos con un verso, o revelar algún dato, ante la indiferencia generalizada de las otras y bulliciosas personas que hacían lo mismo, pero – desde hace ya bastante tiempo – es todo un  atrevimiento demencial el de asomar algún rudimento electrónico, por siempre asombrados porque en otros países sea normal andar en un tren subterráneo con una tableta al aire.

En las callejuelas, veredas, calles o avenidas de cada caserío, aldea, pueblo y ciudad, no hay una caseta telefónica dispuesta,  convertido el sanitario de cualquier lugar en un área especializada para ensayar los hilos invisibles del teléfono. Modismos aparte, hablar en clave seguramente conoce de venezolanismos que esperan por el filólogo, el novelista o el cronista tan urgidos, ya que, superada objetivamente la actual etapa histórica, ésta quedará sembrada  por un lenguaje que se prolongará mucho más a la espera de los intérpretes.

Reproducción: Reventón, Caracas, nr. 13 de 1971.


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