La ley de los efectos inesperados
Escrito por Colette Capriles   
Jueves, 20 de Enero de 2011 07:14

altEn algún momento parecía sensato creer que esta gente había aprendido algo sustantivo en la docena de años que lleva improvisando. Su repertorio, sin embargo, se sigue limitando al derivado de la misma pétrea convicción: los deseos se hacen ley, las leyes se hacen realidad, y he allí la máxima felicidad posible. Así de sencillo es el fundamento de esta calamidad, una vez que se deshojan todas esas envolturas que artificialmente se le han ido añadiendo: "ismos" ideológicos, conexiones emocionales, armaduras petroleras... "Si veult le roi, si veult la loi", decían los franceses, actualizando a Ulpiano: lo que el rey quiere, lo quiere la ley.



Si se adorna, a esto tal vez se le puede llamar decisionismo, pero el punto es que la proliferación de leyes, casi todas de tan mala factura que inhibe su aplicación, sólo parece satisfacer a una voluntad errática atrapada en nebulosas consideraciones ideológicas y en la red de los intereses de la nueva clase dominante. 

Porque hay una voluntad, hay unas leyes, pero hay una realidad rebelde.

Cada nuevo "estado de cosas" producido por los eminentes juristas del régimen con sus leyes "inexorables", se desdobla en otra realidad incontrolable para la que hay que generar a su vez nuevas normas. Son las "unintended consequences" que tanto estudió Adam Smith. Ni siquiera por la natural curiosidad genealógica que debían tener, a fin de documentar debidamente la procedencia de todos los males del mundo, es decir, del capitalismo, se ha visto que los consejeros del autócrata se dignen echar un ojo a la idea de que en las sociedades complejas hay, por así decirlo, decisiones sin decisores, y que los propósitos individuales terminan configurando un orden colectivo que no ha sido diseñado de antemano. 



Siempre cito Jurassic Park: "La naturaleza se abre caminos", comentaba el melancólico matemático Malcolm al enterarse del espeluznante proyecto del retorno de los dinosaurios. Espeluznante porque obedecía, precisamente, a la voluntad desquiciada ­y puerilmente tecnófila­ de un único sujeto, empeñado en ignorar sus propios límites. 

En la práctica, se lidia con el drama de los efectos inesperados mediante un procedimiento "ex post facto": midiendo los impactos de los decretos (que es en realidad lo que han sido las leyes aprobadas por la fenecida Asamblea Nacional, nunca deliberante y siempre consecuente) y reparando los daños colaterales más evidentes.

De ahí el efecto danzón que exhibe el régimen, de ese ir-y-venir, de esa rectificación sin contrición que me hace recordar los histéricos saltos de la aguja del extinto "picó" al final del disco. 

Se acostumbraron a mandar así: dando órdenes y fingiendo limpiar el desastre después. 

Las innegables habilidades para la neolengua, o para el doble lenguaje, para afirmar lo contrario de lo que se enuncia, se han desarrollado como parte de esta lógica, a tal punto de haber trascendido los límites de la palabra y haberse convertido en una neopraxis, en un hacer vacuo, en un gesto repetitivo que afirma y niega al mismo tiempo.

Mientras escribo se está produciendo un acto de promulgación de un decreto que "institucionaliza" (a decir del régimen) los refugios. Que naturaliza a los damnificados, entonces. El estado excepcional que sufren se hace norma, es decir, se decreta como normal.

Pero aquello que debería ser normal, como el funcionamiento plural de la Asamblea Nacional, se intenta "excepcionalizarlo" con la vieja táctica, siempre cuatrera, de apropiarse de las exigencias de diálogo de la unidad para traicionarlo, para intentar despojarlo de valor político.

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El Nacional


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