Con las bayonetas por delante
Escrito por Víctor Maldonado C. | X: @vjmc   
Martes, 14 de Julio de 2009 10:10

altEl fin del Estado es la libertad. Con esta frase resume Kant toda la reflexión de los clásicos sobre cómo resolver la tensión entre la pretensión individual de ser feliz y la obligación de los Estados de garantizar la convivencia de los diversos. “Nadie puede obligarme a ser feliz a su manera”
Kant

El fin del Estado es la libertad. Con esta frase resume Kant toda la reflexión de los clásicos sobre cómo resolver la tensión entre la pretensión individual de ser feliz y la obligación de los Estados de garantizar la convivencia de los diversos. Para ellos no quedaba ninguna duda sobre cuál de las alternativas debía ser inalienable y cuál de ellas era meramente instrumental. El Estado era la ficción necesaria para evitar la guerra y la descomposición social, al garantizar a todos y cada uno de los individuos el espacio suficiente para realizar sus propósitos, con la única condición de respetar a sus semejantes y no ir contra la libertad de los otros. El Estado visto así solamente tenía sentido si era capaz de permitir la suficiente libertad a sus ciudadanos como para que se sintieran felices. Es por eso que la máxima libertad posible era precisamente lo que exigía Simón Bolívar cuando convenía como deber supremo del Estado el ser garante de la máxima felicidad posible.

Ya sabemos que los que ahora se ufanan de repetir esa frase del Libertador no han entendido todavía que el contenido de sus palabras se refería a la necesidad de permitir la autodeterminación hasta donde fuera posible. Norberto Bobbio precisa muy bien lo que los clásicos pretendían: “lo que un hombre está en condiciones de decidir por sí solo, déjese a la libre determinación de su querer; allí donde sea necesaria una decisión colectiva, que tome parte en ella, de modo que sea o aparezca también una libre determinación de su querer”. Eso quiere decir gobernar de forma republicana, cuya mejor expresión es la democracia.

Ni Rousseau, ni Locke, ni Montesquieu, ni Constant, ni Kant pudieron haberle sugerido al Libertador que la consecución de la máxima felicidad posible de todo el pueblo venezolano debía quedar en las manos de un solo hombre. Esa no era la esencia del pensamiento de los ilustrados, pendientes de que se tratara al pueblo de acuerdo con los principios conformes a las leyes de libertad, como colectividades maduras y conscientes, como conjunto de individuos que saben lo que quieren y que luchan por obtener eso que aspiran. Por eso es que esta interpretación tan malversada de las ideas y de los conceptos, solamente se puede comprender como la siniestra mezcla de torrentes de ignorancia y toneladas de maldad. 

Nuestros gobernantes nos aseguran trabajar incansablemente por una felicidad que dos tercios del país insisten en rechazar. Se comportan como el Tartufo, aquel personaje con que Moliere quiso representar toda la osadía y el descaro del impostor, de aquel que simula lo que no es, que persigue metas diferentes a las que dice aspirar. Porque ellos dicen tener sensibilidad popular y proyectos concretos hacia los pobres, sin embargo su agenda cotidiana y los resultados persistentes de su gestión los desmienten. No es la pobreza ni lo popular lo que los mueve. Es simplemente la voracidad con la que consumen poder y recursos. Es sencillamente un afán por destruirlo todo para quedar ellos solos con su hegemonía implacable, oprimiendo y asfixiando todas aquellas expresiones que los contradicen y los ponen en evidencia.

Los venezolanos somos las víctimas de la mentira y la impostura hecha gobierno. El proceso de demolición constante de todas las instituciones, el uso ilegítimo de las leyes para envilecer los derechos y privilegios constitucionales, las demostraciones constantes de fuerza con la que intentan abatir la dignidad de funcionarios electos democráticamente, y la exhibición grotesca y abusiva del fuero militar como factor intimidante de cualquier expresión diferente, son todas ellas negaciones constantes de la libertad a la que tenemos derecho los venezolanos. Libertad de ser y pensar como queramos. Libertad de participar sin exclusiones y activamente en la definición política de nuestro país. Libertad de disentir y de combatir todo aquello que nos parezca inconveniente. Libertad de no obedecer un régimen despótico e injusto que quiere incluso intervenir nuestras convicciones y colonizar nuestros criterios, pero de la manera como usualmente lo practican los déspotas, con la amenaza por delante, que a fin de cuentas, no se trata de propuestas sino de quién tiene el poder para imponerse. Con las bayonetas por delante, no hacen falta ni inteligencia ni ideas, pero ellas muestran con claridad qué tipo de infelicidad nos aseguran quienes nos gobiernan. Obligados a ser libres, como ellos, que nunca lo han sido.








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