Yo antes… |
Escrito por Luis Fuenmayor | X: @LFuenmayorToro |
Sábado, 24 de Diciembre de 2022 06:52 |
Tenía un seguro HCM que me cubría en un 90 por ciento los costos de prácticamente cualquier siniestro, sin límites de contingencia por año, en las principales clínicas privadas de Caracas y el interior de la república y en otras instituciones más modestas y menos costosas. Una carta aval de mi seguro (SAMHOI) aseguraba mi ingreso y el de mi familia (padres, cónyuge e hijos). Ese seguro siempre fue pagado principalmente con mi sueldo, pues la UCV nunca puso más que lo que se conocía como “el básico”, cuyo monto siempre estaba rezagado de los costos reales de la atención médico hospitalaria. SAMHOI llegó a ser aceptado con los ojos cerrados en todas las clínicas, pues cancelaba los siniestros en forma rápida y efectiva. Nada de eso tengo hoy. Es más, no tengo dónde ir si requiero ser hospitalizado. También tenía la posibilidad de ir a los hospitales del Estado, donde podía ser atendido de manera adecuada, sólo que con menor privacidad que en las instituciones privadas y a veces dependiendo de la disponibilidad de camas en el momento de la contingencia. Recuerdo con añoranza cuando hospitales como el Vargas de Caracas, el Universitario y los centros de salud de las grandes ciudades del país, tenían un equipamiento y prestaban servicios que no estaban disponibles en las clínicas privadas. Fue una época en la que el HUC llegó a entregarles batas de trabajo limpias y planchadas a los estudiantes de medicina. En la que como bachiller desayunaba, almorzaba y cenaba con mis compañeros, comida caliente bien hecha, durante nuestras guardias en el Hospital Médico Quirúrgico de Emergencia de Salas, el desaparecido Puesto de Socorro. Con el tiempo, toda eso se fue perdiendo y el deterioro se apoderó de los centros asistenciales, pero sólo llegaron al estado caótico actual con los gobiernos de este siglo. Tenía una caja de ahorros, mantenida con mi sueldo, tanto el 10 por ciento del mismo que me descontaban en cada pago, como el 10 por ciento que mi patrono, la Universidad Central de Venezuela, aportaba y que lo hizo hasta que los “revolucionarios” secuestraron esos fondos, que eran parte de nuestros sueldos, y que ayudaban al sostén de nuestra previsión social. Podía acceder a préstamos a interés menor que el de la banca privada o pública, para la compra, remodelación o reparación de vivienda. También me permitía adquirir mobiliario indispensable para vivir cómodamente, así como libros y material para la realización de mis labores docentes y de investigación. Hoy ningún profesor dispone de estas facilidades, obtenidas por las luchas de nuestro gremio. Hoy, el gobierno “revolucionario” desconoce a gremios y sindicatos legales y legítimos, y sólo reconoce a aquellos que controla a su antojo, integrados por mercenarios a su servicio. Disponía, al igual que mis compañeros profesores, de una oficina con escritorio y otras facilidades en la Escuela donde trabajaba (Escuela de Medicina José M. Vargas) y de aulas y laboratorios equipados para la actividad docente de pregrado y posgrado. También disponía de los equipos, herramientas, reactivos y animales de laboratorio, indispensables para la realización diaria de mis actividades de investigación, que constituían como se debía la mayor parte de mi trabajo como docente investigador. Sólo muy pocos disponen hoy de estas facilidades y los grupos de investigación se han reducido notablemente hasta desaparecer en muchas cátedras y departamentos. Décadas de inexistencia de financiamiento, de la que es hoy en el mundo la labor más importante de las universidades: la producción de conocimientos. Ingresé a dedicación exclusiva, lo que no me permitía realizar otra actividad laboral remunerada o no. Lo hice por concurso público de oposición, ante un jurado de tres profesores de escalafón, uno de ellos externo. Mi primer sueldo fue de casi 700 dólares, que a los pocos meses aumentó a poco más de 800; el automóvil nuevo más barato costaba poco más de 1.100 dólares. Alcancé a ganar a los 15 años más de 3.000 dólares, y los gobernantes de entonces no eran particularmente amantes de la universidad. Las actuaciones de Chávez, luego de 2004, más las actuaciones de Maduro no tienen justificación posible. Acabaron con una de las instituciones que había sobrevivido con éxito a todos los gobiernos venezolanos y que había alcanzado estándares de calidad por encima de los logrados por varios de nuestros vecinos. Esta actuación es nacionalmente perversa e imperdonable.
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