El hostigamiento al comercio: ¿vía hacia un país de patriotas cooperantes?
Escrito por Juan C. Rubio V. | @jrvizca   
Martes, 04 de Septiembre de 2018 06:12

altVenezuela, sin lugar a dudas, es un infierno de nunca acabar para quienes hacen vida aquí.

Todos somos vapuleados por la escasez, la desidia y el colapso sistémico. Aun así, en “Revolución” hay quienes son acreedores de la atención especial del régimen y depositarios excepcionales de su desprecio; los comerciantes. Éstos, en el transcurso de veinte años, han sido asaltados de todas las maneras posibles, pero es ahora que el hostigamiento ha cogido una nueva dimensión. Más allá del total desbarajuste inducido por la tiranía, ésta también ha incorporado un mecanismo más insidioso de persecución: instrumentalizar a los civiles para garantizar la apropiación forzosa de bienes y servicios.

El Gobierno Bolivariano, al igual que el diablo, lo que siempre hace es apostarle a lo peor de lo peor en la gente. Éste, desde el poder, aprovecha para impulsar la normalización de la envidia y el resentimiento para que, por vía de consecuencia, se justifique el ultraje y el robo. Lo vemos cada día cuando la tiranía insiste en la matriz de opinión que afirma que el comerciante, por el solo hecho de serlo, es “malo”, “ladrón”, “acaparador”, “usurero” y, en definitiva, el “enemigo del pueblo”. Lo genuinamente lamentable es que, en cierto grado, el régimen ha sido exitoso en plantar tal línea de pensamiento, por cuanto éste ha contado con la aprobación de ciertos ciudadanos cuando el mismo confisca bienes, ocupa locales y reduce precios arbitrariamente.

Es muy difícil tener que presenciar cómo, en ocasiones y sobre la base de la necesidad, el régimen ha vuelto cómplice en el hurto de bienes a grandes segmentos de la sociedad. Sin embargo, más difícil todavía, es tener que encarar el hecho de que hay ciudadanos dispuestos a volverse a auxiliares del régimen para seleccionar activamente los comercios a asaltar. Esto es, palabras más o palabras menos, lo que sucede cada vez que un venezolano llama a la SUNDDE para reportar sobre determinado precio “inflado”. Esto es, definitivamente, parte de la causa por la que hay por lo menos un centenar de gerentes presos a la fecha.

Sé, al igual que cualquier otro ciudadano, que nuestra economía está plagada de distorsiones de las cuales ningún actor económico está exento. Pero, y este es un grandísimo y gigantesco “pero”, el tema de los precios de los productos y servicios junto a la retención u ocultamiento del inventario por parte de los comerciantes no es la causa de nuestros males; todas esas cosas son a duras penas síntomas provenientes del socialismo y su infinidad de controles. Lo irónico del asunto, para todos aquellos que aplauden las barrabasadas del régimen, es que hoy nadie puede conseguir nada porque los tan odiados comerciantes no pueden ofertar sus productos y servicios, pues la amenaza de ser destruidos o encarcelados es persistente.

Además de lo anterior, hallo preciso dejar algo claro: el inventario de los comerciantes NO, bien valga la palabra en mayúsculas, me pertenece a mí, ni al lector, ni al pueblo y, si queremos ponernos grandilocuentes, ni al mismísimo Dios. Lo que el comerciante compra, éste lo hace con su dinero y es su propiedad hasta el día que éste lo disponga en las condiciones que éste le plazca. El comerciante no es fundación, ni caridad y no nos debe nada por el solo hecho de que vivamos en el mismo país. Digo esto porque debemos, casi que para ayer, dejar de pensar y hablar en los términos que el régimen habla. Para algunos esto podrá parecer exagerado, pero lo digo sin pudor: quien piense y hable como la tiranía no puede contribuir nada a un país distinto.

El odio acérrimo de un régimen socialista por el comercio y los comerciantes no es de gratis. Éste sabe que el comercio es un reflejo de las cosas que más teme: libertad, individualidad y pensamiento. Todos esos elementos los detesta porque, siendo el socialismo un proyecto esclavizador por naturaleza, éste reconoce que los mismos engendran personas independientes más difíciles de controlar. Consecuentemente, un régimen de ese talante es obviamente el mejor amigo de la miseria y el peor enemigo de la prosperidad. Esto no debe sorprender porque, siguiendo la lógica expuesta, la miseria nos condena a la mera sobrevivencia, mientras que la prosperidad nos permite vivir para soñar, explorar e ingeniar.

Recordemos algo. Los comerciantes, bajo todas sus formas y aún con sus flaquezas por ser también seres humanos, no son más que personas emprendedoras y con iniciativa. Sus ideas y proyectos, una vez consiguen el éxito, son las que colocan al mundo en el sendero del progreso. Los productos que disfrutamos, los servicios que empleamos, los puestos de trabajo que ocupamos; todos son a la larga el resultado de que unas personas detectaron una necesidad y decidieron hacer algo al respecto. Las cosas que damos por garantizadas, incluso en el peor de los escenarios, no cayeron de los árboles, alguien hizo el trabajo de proveérnoslas.

El hostigamiento gratuito al comerciante, empresario o emprendedor no nos llevará a nada. Considero sumamente perturbador que, inclusive en este punto de la tragedia nacional, todavía haya una cantidad estimable de conciudadanos dispuestos a ser coparticipes de la destrucción del empresariado. Mi esperanza es que tales personas sean solo una minoría del país. Espero de verdad que el pueblo venezolano no tenga como anhelo ser el tonto útil de un régimen totalitario. Esto último sería el peor de los horrores, la consolidación de una pesadilla orwelliana en donde cunde la paranoia, por cuanto no sabrías si tu vecino es un patriota cooperante dispuesto a acusarte de un “delito” contra el Estado. Ojala esto no sea así. Ojala lo mejor en la venezolanidad prevalezca a pesar de los espectáculos atroces protagonizados por algunos de nosotros.

 

 


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