Disneylandia y la isla del Dr. Castro
Jueves, 18 de Junio de 2009 10:57

Denle a los cubanos la opción de escoger entre renunciar a su ciudadanía a cambio de un cupo a vivir por unos días las ilusiones de Walt Disney, y el colapso de Mariel será una alpargata vieja : en la desgraciada isla del tirano no quedaría ni Raúl Castro. Esa es la verdad: cincuenta a años de tiranía, de hambre, de miseria y de la más espantosa esclavitud política y espiritual habrán satisfecho la homérica megalomanía del caballo.

Pero a los cubanos les ha dejado una melancolía de diez mil pares de cojones. Ni Haití, en donde por lo menos existe la esperanza. En Cuba, ni ella. Que es gratis.

 
El segundo tomo de la biografía de Norberto Fuentes trae una copia fotostática de un supuesto testamento verdaderamente estremecedor. Es tan terrorífico, que sería digno de una tragedia griega o de la más tenebrosa de las obras de Shakespeare. Sólo a una imaginación del calado de Eurípides o  Shakespeare se le podría ocurrir inventar un personaje que tras esclavizar a todo un pueblo y mantener en zozobra a todo un continente se le ocurre la gracia de escribir un breve testamento digno de Satanás, si el demonio de los terrores medievales hubiera optado por el oficio de la política. Júzguelo usted mismo, querido lector, y dígame si Castro no es el ser más repugnante e inmundo que pueda haber parido vientre humano:


República de Cuba Presidente del Consejo de Estado y del Gobierno (Circa Julio 2001)
Compatriotas:
¿Qué les puedo dejar por fin? Creo recoger el sentir de todos ustedes cuando, en mi hora postrera, me decido, pues, a agasajarlos con el más preciado objeto de sus deseos durante tantos años de inconveniencias y de las obligaciones que ha implicado el tratarse de tú a tú con la gloria. Sencillo: les dejo la intrascendencia. La más banal, la más vacía, la más desabrida. Disfruten ahora en la molicie del olvido. Sáltense el camino de la Historia y del embrujo con que llevamos el mundo a las puertas del holocausto nuclear, con el que incendiamos un continente al sur de nosotros, pusimos de rodillas al imperio más poderoso desde los orígenes de la humanidad, apenas 90 millas al norte de Cuba, y con el que llevamos a nuestras tropas invictas por todo el África Austral. Pero los entiendo. Ahora necesitan del disfrute de la paz, felicidad y prosperidad al que aludía Hegel cuando hablaba de los pueblos que son páginas en blanco de la historia. ¿No es eso lo que todos ustedes quieren? ¿No es a lo que aspiran? Pues muy pronto lo tendrán porque yo voy a morir. Es por ello que se las dejo completa, la intrascendencia. Toda la intrascendencia.
Hasta la Victoria siempre.
Fidel Castro Ruz   

    

Tan sencillo como eso: con Castro, la gloria. Sin Castro, la intrascendencia. Una gloria de mazmorras, cartas de racionamiento, harapos, represión y sangre. Una gloria que le ha escamoteado a varias generaciones de cubanos el sencillo disfrute de la intrascendencia. Una gloria de cartón piedra, de papel maché, de inmundicia. De obligadas renunciaciones, de lágrimas y melancolía. De prostitución y tiburones. De armas, violencia y guerra.

 

Nada refleja mejor el precio de la gloria del Saturno caribeño devorándose a sus millones y millones de hijos que ese parque de diversiones que revela en toda su crudeza la miseria con que el esclavo cubano palia la sed de diversión de la infancia. La infancia, el reino de la intrascendencia. No hay dique que pueda represar esas lágrimas, ni cuchillo capaz de vengar la indignación.


Que se pudra en la salsa de sus propios excrementos.


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