¿Qué nos espera? |
Escrito por Filipp Rodríguez Loginova |
Martes, 24 de Marzo de 2015 05:50 |
¿Qué nos espera?
Filipp Rodríguez Loginova
@filipprl
La historia bien ha atestiguado que el fin de los regímenes autoritarios siempre viene acompañado de la radicalización de sus fórmulas de gobierno. Se trata naturalmente de regímenes que, resentidos de su agonía, intentan llevarse a la tumba todo lo que les rodea, en tanto que ambicionan devastar el resto.
En caso de que se hagan la pregunta… el caso venezolano no es la excepción.
Desde la muerte de Hugo Chávez, rodeada de marañas desentrañables, el carisma, como elemento esencial de todo populismo, ha sido trasplantado buscando reanimar el liderazgo del PSUV, erosionado y decadente. Los sondeos internos, en aquel entonces, escandalizaron al propio Chávez, quien al recibir la noticia de que Maduro era el siguiente en la lista de popularidad y aceptación, no tuvo más remedio que nombrarlo en sucesión, poniendo así la cruz sobre la revolución bolivariana. Las sospechas que rodeaban al nuevo liderazgo estaban bien fundamentadas. En efecto, el madurismo, como la forma adulterada del chavismo, ha sabido apresurar su fallecimiento, y al paso, arrastra consigo lo poco que queda del país que alguna vez conocimos.
El aumento de normas restrictivas, de prohibiciones, es tan sólo uno de los elementos que dan testimonio de la caída del gobierno. No hace falta mencionar la economía nacional o las garantías estatales. Pero es necesario puntualizar, que la restauración que aguardamos los venezolanos es un proceso difícil y sistemático. Frente a ello, el chavismo afronta dos misiones imposibles: 1. Compensar el éxodo de su militancia desencantada, la cual ya hace tiempo no se come las promesas falsas ni las amenazas y 2. Tapar las grietas que se producen masivamente en el sector castrense, que poco a poco busca zafarse de futuras responsabilidades, y que no esta dispuesto a sacrificar sus lochas en el nombre de una ideología caduca.
Esto no es ficción, no es el humo que vende el chavismo. Es real. Es sustantivo, y es un tabú en las altas esferas del PSUV. Esta negación que atraviesa el régimen, ignora negligentemente el proceso histórico como elemento del cambio social, y esa irracionalidad también contribuye a la aceleración de su fin, debido a que provoca actos emocionales y descoordinados. Las contradicciones, que crecen como tumores al interior del oficialismo, ponen de manifiesto la posibilidad de serios enfrentamientos que involucran a las milicias armadas que el chavismo guarda para contener a las tropas profesionales que eventualmente marcharán en su contra. La intensidad de estos procesos anuncian cambios radicales de estructura, y quien se atreva a negarlo simplemente ignora los principios de la teoría marxista del conflicto.
Estas mismas contradicciones, abruman al pueblo venezolano, sin distinciones políticas Y cada vez son menos los convencidos de la paciencia, casi patológica, de un pueblo, cuyos rumores ya asemejan una olla de presión a punto de estallar. Este hecho también lo niega el gobierno y trata de vender la falacia de la insurrección de las clases altas del país que opera hombro a hombro con la injerencia extranjera. De manera casi infantil se escriben cartas a Obama, mientras detrás del telón se dispara a matar a los estudiantes que protestan -con todo el derecho– para exigir mejores condiciones de vida, deterioradas en todos los sentidos. Pues desde un principio, para el chavismo incompetente y corrupto, fue mucho más sencillo acatar la orden de generalizar la miseria que trabajar por un futuro digno. Relegando la clase media a la marginalidad, se creó la ilusión de que las clases más desfavorecidas ascendían en la escala socioeconómica, al tiempo que la corrupción política ocupaba los altos estratos comprometiendo el poder adquisitivo del venezolano y la reputación nacional. Esa ilusión se desvaneció tiempo atrás, y hoy por hoy la reacción a nivel local sucede a la par de la solidaridad en el extranjero.
A propósito de el extranjero, el madurismo ya no recibe espaldarazos sino empujones. Y de manera particular en América Latina, la izquierda política ha quedado muy resentida por la forma en la que el chavismo tardío la ha desprestigiado, y mientras algunos remanentes reaccionarios agonizan al unísono, aquellos que alguna vez se vieron vinculados a Venezuela disimulan y se hacen los locos observando de reojo el principio del fin.
La historia bien ha atestiguado que el fin de los regímenes autoritarios siempre viene acompañado de la radicalización de sus fórmulas de gobierno. Se trata naturalmente de regímenes que, resentidos de su agonía, intentan llevarse a la tumba todo lo que les rodea, en tanto que ambicionan devastar el resto. En caso de que se hagan la pregunta… el caso venezolano no es la excepción. Desde la muerte de Hugo Chávez, rodeada de marañas desentrañables, el carisma, como elemento esencial de todo populismo, ha sido trasplantado buscando reanimar el liderazgo del PSUV, erosionado y decadente. Los sondeos internos, en aquel entonces, escandalizaron al propio Chávez, quien al recibir la noticia de que Maduro era el siguiente en la lista de popularidad y aceptación, no tuvo más remedio que nombrarlo en sucesión, poniendo así la cruz sobre la revolución bolivariana. Las sospechas que rodeaban al nuevo liderazgo estaban bien fundamentadas. En efecto, el madurismo, como la forma adulterada del chavismo, ha sabido apresurar su fallecimiento, y al paso, arrastra consigo lo poco que queda del país que alguna vez conocimos. El aumento de normas restrictivas, de prohibiciones, es tan sólo uno de los elementos que dan testimonio de la caída del gobierno. No hace falta mencionar la economía nacional o las garantías estatales. Pero es necesario puntualizar, que la restauración que aguardamos los venezolanos es un proceso difícil y sistemático. Frente a ello, el chavismo afronta dos misiones imposibles: 1. Compensar el éxodo de su militancia desencantada, la cual ya hace tiempo no se come las promesas falsas ni las amenazas y 2. Tapar las grietas que se producen masivamente en el sector castrense, que poco a poco busca zafarse de futuras responsabilidades, y que no esta dispuesto a sacrificar sus lochas en el nombre de una ideología caduca. Esto no es ficción, no es el humo que vende el chavismo. Es real. Es sustantivo, y es un tabú en las altas esferas del PSUV. Esta negación que atraviesa el régimen, ignora negligentemente el proceso histórico como elemento del cambio social, y esa irracionalidad también contribuye a la aceleración de su fin, debido a que provoca actos emocionales y descoordinados. Las contradicciones, que crecen como tumores al interior del oficialismo, ponen de manifiesto la posibilidad de serios enfrentamientos que involucran a las milicias armadas que el chavismo guarda para contener a las tropas profesionales que eventualmente marcharán en su contra. La intensidad de estos procesos anuncian cambios radicales de estructura, y quien se atreva a negarlo simplemente ignora los principios de la teoría marxista del conflicto. Estas mismas contradicciones, abruman al pueblo venezolano, sin distinciones políticas Y cada vez son menos los convencidos de la paciencia, casi patológica, de un pueblo, cuyos rumores ya asemejan una olla de presión a punto de estallar. Este hecho también lo niega el gobierno y trata de vender la falacia de la insurrección de las clases altas del país que opera hombro a hombro con la injerencia extranjera. De manera casi infantil se escriben cartas a Obama, mientras detrás del telón se dispara a matar a los estudiantes que protestan -con todo el derecho– para exigir mejores condiciones de vida, deterioradas en todos los sentidos. Pues desde un principio, para el chavismo incompetente y corrupto, fue mucho más sencillo acatar la orden de generalizar la miseria que trabajar por un futuro digno. Relegando la clase media a la marginalidad, se creó la ilusión de que las clases más desfavorecidas ascendían en la escala socioeconómica, al tiempo que la corrupción política ocupaba los altos estratos comprometiendo el poder adquisitivo del venezolano y la reputación nacional. Esa ilusión se desvaneció tiempo atrás, y hoy por hoy la reacción a nivel local sucede a la par de la solidaridad en el extranjero. A propósito de el extranjero, el madurismo ya no recibe espaldarazos sino empujones. Y de manera particular en América Latina, la izquierda política ha quedado muy resentida por la forma en la que el chavismo tardío la ha desprestigiado, y mientras algunos remanentes reaccionarios agonizan al unísono, aquellos que alguna vez se vieron vinculados a Venezuela disimulan y se hacen los locos observando de reojo el principio del fin. |
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