Elogio de los partidos |
Escrito por Eduardo Mayobre |
Martes, 22 de Septiembre de 2009 08:01 |
Acción Democrática cumplió 68 años. Su presencia en la historia nacional podría rastrearse, sin embargo, a varios años antes de su fundación, el 13 de septiembre de 1941. La antecedieron, el Partido Democrático Nacional, que actuó en la clandestinidad durante el gobierno de López Contreras y la Agrupación Revolucionaria de Izquierda, que desde el exilio propuso en 1931 el Plan de Barranquilla. De manera que se pueden agregar diez años de gestación, para llegar a los 78. En ese recorrido el llamado partido del pueblo intentó dos veces implantar la democracia en Venezuela. La primera vez con poco éxito, porque aunque introdujo el voto directo, universal y secreto para elegir a las autoridades y, según afirma Germán Carrera Damas, hizo ciudadanos a la gran mayoría de los venezolanos, fue derrocado por los mismos militares que lo habían acompañado a llegar al poder. La segunda vez, pudo hacerlo, de la mano de los otros partidos políticos, e instauró un régimen que para unos aún sigue siendo democracia y para otros duró cuarenta años, hasta 1998. Durante sus años de vida legal, AD ha ejercido el poder directamente 28 años y ha tenido fuerte gravitación parlamentaria o política durante 44. De manera que su influencia en la construcción de la Venezuela moderna es indudable. No me perdonarían los adecos si no incluyo en la cuenta 20 años de exilio y clandestinidad y 14 de oposición acosada. AD inició el sistema de partidos políticos; organizó a los obreros y los campesinos, a maestros y profesionales; y cuenta entre sus logros la Reforma Agraria y la Nacionalización del Petróleo. Con ese bagaje no es de extrañar que la semana pasada los adecos y sus simpatizantes se dedicaran a conmemorar el aniversario del partido. Tienen mucho que recordar y recordarnos. Tanto, que aunque su aniversario no sea el tema de este artículo nos ha ocupado toda su primera parte. El asunto es otro. Es la necesidad de los partidos políticos, en plural, para que funcione el sistema democrático. Y el imperativo de que recobren la confianza en sí mismos para que su actuación pueda ser eficaz. Esa confianza ha estado sometida a ataques arteros por lo menos desde 1989, hace veinte años. Los llamados liberales, primero, promotores de los gerentes y tecnócratas; y las logias militares y sus reclutas seudo revolucionarios, después; los han sometido al escarnio público atribuyéndoles todos los males que han podido ocurrir en nuestra república. Esa campaña de difamación contra los políticos y sus partidos hizo mella en su autoestima y se sumó a las derrotas que debieron sufrir gracias a la alianza, ahora rota, entre los militaristas y los medios de comunicación. Este hecho me hizo recordar una conversación que tuve, a finales de los años ochenta, con el gran economista chileno Aníbal Pinto. Me decía que los partidos se habían anonadado. Que la dictadura militar de Pinochet los tenía acorralados. Que ni siquiera reclamaban sus logros del pasado Que estaban adormecidos. Que él había recopilado para el Partido Radical, del que no era militante, una lista de los avances económicos y sociales que de los que podía hacer gala y no había sido utilizada. Que habían sido víctimas de la propaganda antipartido de los milicos y de los nuevos empresarios. Me citaba el ejemplo de la industria forestal, cuyas bases se habían sentado hacía años por los gobiernos radicales y de cuyos éxitos ahora se vanagloriaba la dictadura militar. Afortunadamente en Chile, después de 17 años de dictadura implacable, los partidos políticos se recompusieron, se unieron en la llamada Concertación y pudieron derrotar electoralmente al tirano en el plebiscito que éste había convocado. Desde entonces Chile ha tenido gobiernos democráticos y se ha dado el lujo de tener presidentes civiles y civilizadores, dos de ellos socialistas de verdad, no fechados. Algo similar sucedió en Perú. El APRA, uno de los partidos más antiguos y de mayor raigambre popular de América Latina, fue sistemáticamente desprestigiado por militares y oligarcas y su primer gobierno fue reemplazado por la dictadura militar, con fachada civil, de Fujimori. Ese partido mayoritario decayó hasta no poder obtener más de 6% de los votos. Pero mantuvo la fe en sí mismo y hoy está en el poder por muy amplia votación. Buen ejemplo. Si los partidos políticos venezolanos se atreven a retomar el liderazgo en vez de hipotecarlo a supuestas personalidades mediáticas, maquilladas por la televisión, podremos aspirar a sustituir a los actores, o extras, de Oliver Stone y empezar a avanzar hacia una democracia pluralista que sepa renacer de sus cenizas, tal como lo han logrado, entre otros, Chile y Perú. Esta dirección electrónica esta protegida contra spam bots. Necesita activar JavaScript para visualizarla Fuente: El Nacional |
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